El resultado de las
elecciones obliga al gobierno a enfrentar una serie de problemas, desde la
reconstrucción de su coalición de apoyo –sobre todo con los trabajadores– hasta
encarar la delicada cuestión de la sucesión presidencial. Y el surgimiento de
un opositor carismático capaz de disputarle el poder será uno de sus mayores
retos.
María Esperanza Casullo / Le Monde Diplomatique (Edición
Cono Sur)
Sergio Massa es identificado como representante de los intereses que adversan el proyecto nacional-popular en Argentina. |
Recapitulemos los datos
duros del contexto político actual: faltan dos años para la elección
presidencial del 2015, el gobierno kirchnerista continúa siendo la fuerza más
votada a nivel nacional y se mantiene como principal bloque legislativo. Sin
embargo, al mismo tiempo ha sufrido un duro golpe: perdió una elección de medio
término en el distrito clave de la provincia de Buenos Aires y, en un hecho
inédito desde el 2003, asiste al surgimiento de una figura opositora joven,
carismática y con capacidad y vocación de articular una coalición de poder.
A estos datos se suman
una serie de imponderables cuyo impacto resulta difícil de cuantificar. El
primero de ellos es la salud de Cristina Kirchner, aún convaleciente de una
intervención quirúrgica obligada por un hematoma cerebral. La segunda es el
impacto de factores externos, entre ellos un posible fallo adverso de las
cortes estadounidenses en la causa de los fondos buitre.
¿Como reaccionará el
kirchnerismo frente a la derrota en las elecciones legislativas? ¿Cómo intentará
rearticular su coalición de apoyo con vistas a los dos años que faltan?
Un
nuevo rival
Entre 2003 y 2012, la
coalición kirchnerista registró pocos cambios estructurales en su conformación:
se trató sobre todo de una articulación basada en los sectores urbanos de
menores ingresos (tanto trabajadores formales sindicalizados como trabajadores
informales) de la zona metropolitana de la provincia de Buenos Aires, con
porcentajes altos de votos en las provincias del Norte, el Noroeste y la
Patagonia, todo alrededor de un liderazgo dual, el de Néstor y Cristina
Kirchner. A esta base el kirchnerismo tuvo la capacidad de sumar adhesiones
parciales, pero de importancia estratégica, de sectores urbanos de clase media,
como grupos juveniles, organizaciones LGBT, artistas, académicos y otros grupos
“progresistas” en general. Esta coalición, de base trabajadora y pobre urbana y
rural con participación de algunos sectores de las clases medias, resultó
exitosa en las elecciones de 2003, 2005, 2007 y 2011.
Si se comparan los
resultados de las elecciones del 27 de octubre con los del 2009, lo primero que
salta a la vista es que el kirchnerismo pone en riesgo su hegemonía cuando se
enfrenta a un candidato capaz de disputarle votos entre sus propias bases, es
decir, sobre todo en las zonas clave de la provincia de Buenos Aires. Mientras
que en 2007 y 2011 las contrafiguras fueron Elisa Carrió y Hermes Binner, dos
políticos con un perfil mucho más cercano a la oferta clásica del Partido
Radical, de discurso republicano antipopulista y base electoral en ciudades
como Rosario y Buenos Aires, en 2009 y 2013 el desafío estuvo encarnado en
candidatos de perfil neo-peronista, como Francisco de Narváez y Sergio Massa.
Decimos “neo-peronista” porque ambos son herederos de un estilo anclado en un
momento muy preciso del devenir peronista como es el menemismo de los 90: un
estilo que, más que construir su propio éxito electoral prometiendo a los
trabajadores aliarse con ellos para confrontar con los ricos, apela a una
retórica política conciliadora de las diferencias ideológicas que apunta a
eliminar las distancias materiales, y sobre todo simbólicas, que los separan de
las clases acomodadas vía el consumo, la planificación urbana con énfasis en lo
privado y decorativo y la provisión de seguridad.
Pero no se trata sólo del
surgimiento de un dirigente que disputa votos en la base social de apoyo del
gobierno. Paralelamente, al menos una parte de esas bases se alejó del
oficialismo a partir de conflictos intra-coalición generados por el mismo
kirchnerismo.
Si se revisa la política
reciente es fácil constatar que dos temas marcaron la agenda pos 2011: el
enfrentamiento y posterior ruptura con el sindicalismo de Hugo Moyano y los
sucesivos alejamientos y acercamientos con Daniel Scioli. Se trata, en ambos
casos, de conflictos cualitativamente distintos a otros enfrentados en el
pasado (como por ejemplo la crisis del campo del 2008) en la medida en que el
antagonismo no involucró a grupos opositores sino a sectores clave de la propia
coalición de gobierno. Los sectores sindicales liderados por Moyano y el
electorado bonaerense del sciolismo eran parte integral del FPV: aunque no
pueda cuantificarse con exactitud cuánto se perdió en cada caso, no cabe duda
de que los conflictos tuvieron un costo.
La pregunta contrafáctica
se impone: ¿qué hubiera pasado si la aspiración de Scioli a heredero natural
del gobierno hubiera sido aceptada por el liderazgo kirchnerista varios meses
antes de lo que se hizo? ¿Se hubiera lanzado Massa si el Frente para la Victoria
hubiera anunciado a principios de 2012 que la primera candidata a Diputados
sería Karina Rabolini?
Decisiones
clave
Más allá de las
explicaciones, lo cierto es que, de aquí a 2015, el kirchnerismo tendrá que
tomar una serie de decisiones clave, de las cuales dependerá en gran medida el
modo en que llegará al final de su mandato. Serán listadas en orden de
urgencia.
• Resolver la sucesión de
Cristina. A esta altura resulta claro que una eventual reforma constitucional es
políticamente inviable, más allá de que no esté claro si en algún momento hubo
voluntad de impulsarla. Si hasta ahora el silencio oficial sobre el punto podía
justificarse como una táctica para no apurar el momento en que la Presidenta
alcanzaría el temido estatus de “pato rengo”, luego de las elecciones se impone
la necesidad de una nueva estrategia, ya sea que se opte por pactar una
transición ordenada con Scioli o bien, a esta altura la alternativa menos
probable, se intente instalar un candidato propio.
Para ello sería necesario
que la Presidenta (no uno de sus subordinados, aun el de su mayor confianza,
sino ella misma) ponga en blanco sobre negro que no habrá re-reelección y que
ella apoyará al candidato oficialista en 2015, sea quien fuere. La experiencia
latinoamericana de los últimos años indica que cuando los presidentes de
centroizquierda se acercan al final de sus mandatos su imagen positiva crece.
Esto sucedió con Ricardo Lagos, Michelle Bachelet, Lula y Tabaré Vázquez, y es
muy posible que si Cristina anunciara claramente que no habrá ningún intento de
reforma el impacto sobre su imagen sea positivo.
•Reconstruir la coalición
K. A diferencia del conflicto con el campo de 2008, el proceso de erosión
de la coalición de apoyo kirchnerista ocurrido desde el 2011 hasta hoy se dio a
la manera de una multiplicación de conflictos de pequeña o mediana intensidad.
Es cierto, por supuesto, que los cacerolazos fueron multitudinarios, pero, a
diferencia de las marchas de las entidades empresariales agrarias, sus efectos
inmediatos en el sistema político fueron nulos. La ruptura con el sindicalismo
de Moyano pareció demostrar que la capacidad de “parar el país” del gremio de
camioneros era menor a la esperada. Ni siquiera las protestas de los familiares
de las víctimas de Once sacudieron la política. Es tal vez por esto que las
elecciones resultaron para algunos sectores kirchneristas una sorpresa: se
trató de un efecto acumulativo.
Es este mismo efecto
acumulativo de pequeñas pérdidas de apoyo en varios sectores distintos el que
hace difícil pensar cómo suturar la coalición original. Para hacerlo es
necesario, antes que nada, reconstituir el apoyo de la base más propia del
kirchnerismo, es decir los trabajadores, sindicalizados e informales,
especialmente de la provincia de Buenos Aires. Si se miran las políticas
públicas implementadas desde 2011 hasta hoy, se nota una ausencia llamativa de
programas específicos para este sector: la moratoria previsional y la
Asignación Universal son anteriores. Por otra parte, el principal problema de
gestión en la agenda pública, el transporte metropolitano de pasajeros, afecta
directamente a los trabajadores. Se impone entonces la urgencia de revisar los
programas de transporte así como de salud y educación (que acumulan problemas
cotidianos y, paradójicamente, están tensionados al límite por el éxito de la
Asignación Universal).
El siguiente objetivo
pasa por reconstruir el vínculo con las clases medias urbanas, sobre todo
alrededor de los controles al dólar. Así como el mal manejo del transporte
metropolitano resultó un error autoinfligido, la falta de explicaciones y el
carácter arbitrario de las restricciones a la compra de moneda extranjera
producen el mismo efecto en los sectores medios. Aun si los controles fueran en
sí mismos absolutamente necesarios para el mantenimiento del equilibrio
macroeconómico, una regla básica de la política democrática es que el Estado
debe explicar de manera clara y exhaustiva aquellas decisiones que implican
restricciones a las conductas de sus ciudadanos. No se trata de que el gobierno
no pueda tomar estas medidas sino de informarlas adecuadamente y someterlas a
la lógica subyacente al escrutinio social.
• Negociar reglas con el
massismo. Resulta central que el kirchnerismo y el massismo puedan acordar al
menos un conjunto mínimo de reglas que estructuren la competencia por las
candidaturas y aseguren que la misma, que seguramente será sin cuartel, no
afecte la gobernabilidad. En una solución ideal, el massismo, el sciolismo y
tal vez un candidato kirchnerista puro competirían en las próximas primarias
del 2015, asegurándose así que el voto peronista no se divida en las generales.
De paso, sería una contribución a una mayor institucionalización partidaria.
Sin embargo, es muy
probable que hoy sea imposible convencer al massismo de participar en una
interna de este tipo, aunque tal vez a Massa le convendría no tener que
competir en el 2015 con otro candidato de perfil peronista, como Scioli. En
cualquier caso, sería positivo crear canales informales entre los dos campos
que habiliten horizontes procedimentales comunes de aquí a las próximas
presidenciales, sobre todo en la labor legislativa. Después de todo, también el
massimo, si triunfa en 2015, tendrá interés en que este gobierno entregue una
administración lo más ordenada posible.
• Negociar reglas con los
grandes jugadores de la economía. En Argentina, como en todos los países del
mundo capitalista, los grandes actores económicos tienen peso político. Los
dueños de los bancos, los empresarios de la cadena de la soja y los grandes
empresarios de la construcción, entre otros, miran con simpatía a Massa, a
quien ven como el único capaz de llegar al poder y garantizarles algunas de sus
demandas. Esto en sí no resulta problemático. Pero es sabido también que muchos
de estos sectores tienen una opinión muy negativa del gobierno kirchnerista. La
pregunta entonces es si el gobierno logrará, frente a las presiones desatadas
luego de la reciente elección, establecer con el poder económico los acuerdos
mínimos necesarios para garantizar la gobernabilidad hasta 2015. En este
sentido, es probable que Massa quiera evitar una crisis rampante. De cómo el
massismo y el kirchnerismo articulen de aquí al 2015 su relación con los
grandes grupos económicos depende mucho del futuro cercano.
• Profundizar el
enraizamiento en la región. Consolidar e institucionalizar la relación de
Argentina con las demás naciones sudamericanas podría ser una clave para
intentar blindar los logros de esta última década frente a eventuales intentos
de un próximo gobierno de virar hacia el camino de reformas neoliberales. Si,
como todo indica, Dilma Rousseff es reelecta en Brasil, Michelle Bachelet gana
las elecciones en Chile y el Frente Amplio continúa gobernando Uruguay, la
orientación ideológica regional se mantendría.
Hasta ahora, el
alineamiento estratégico con Brasil ha sido la decisión de política exterior
más fuerte e inamovible del gobierno kirchnerista. Esta decisión, sin embargo,
se ha implementado más como resultado de una cercanía personal entre los
presidentes, encarnada en consultas y coordinación permanente, que en una serie
de acuerdos explícitos. Aprovechar un momento como el actual, en que la
izquierda gobierna la mayoría de los países de la región, para profundizar la
institucionalidad de la alianza regional sería clave. Al mismo tiempo, sería
también positivo avanzar en una sistematización conjunta de las innovaciones en
política social que arrojaron buenos resultados en la región, de tal manera de
presentarlas al mundo como una “vía latinoamericana al desarrollo”.
Conclusión
Las prioridades del
gobierno de aquí en adelante deberían orientarse a, primero, mantener la
estabilidad y las principales variables económicas bajo control, no sólo por el
valor intrínseco de la estabilidad sino porque los desarreglos de este tipo
pueden fortalecer a sus adversarios, acostumbrados a usar a la economía para
“golpear y negociar”. Y luego, regresar el foco de las políticas públicas
kirchneristas al bienestar de los sectores fundamentales de su coalición,
además de resolver las reglas de su propia sucesión. Así enumeradas, estas
tareas suenan titánicas. Sin embargo, el kirchnerismo ha demostrado, en diez
años de gobierno, su gusto por los desafíos de este tipo.
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