Es lamentable que la izquierda no asista unida al proceso eleccionario. El día que ello ocurra seguramente “se abrirán las grandes alamedas” y nuevamente un presidente progresista tomará las banderas de Allende en un Chile democrático y participativo. Los jóvenes en las calles luchando por sus derechos, avizoran que se día llegará “más temprano que tarde”.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial
para Con Nuestra América
Desde
Caracas, Venezuela
Tal vez no haya un
acontecimiento político más aburrido en Chile que las elecciones presidenciales.
Desde el fin de la dictadura todos los eventos comiciales han sido ganados por
los defensores del modelo pinochetista basado en el sostenimiento de la fórmula neoliberal en lo
económico y una democracia excluyente en lo político. Al igual que en Estados
Unidos, el bipartidismo puede tener visiones diferentes que maquillan la
democracia pero ambos actúan al son de la música que tocan los grandes
empresarios que han sido y siguen siendo los mayores ganadores del patrón
construido en 17 años de violento autoritarismo signado por asesinatos,
desapariciones y torturas y que se sustenta jurídicamente en una constitución
aprobada de manera fraudulenta en 1980
cuando no había registro electoral ni institución que regulara un proceso de
este tipo.
En un país donde la
clase política y los medios de comunicación llaman “pronunciamiento
militar” al golpe de Estado, “gobierno
militar” a la dictadura, “excesos” a las torturas, “gente” al pueblo y
“desvinculados” a los cesanteados, es
fácil entender que esa hipócrita simulación bipartidista haga suponer que la
democracia llegó, sólo porque Pinochet fue apartado del poder para que otros
pudieran administrar su legado.
En particular, los
gobiernos de la Concertación por la Democracia que se presentaron como una
fuerza de cambio al finalizar la dictadura, no pudieron o no quisieron
introducir transformaciones estructurales que dieran paso a una sociedad más
justa y equitativa. En este sentido vale destacar que a pesar que Chile tiene
un Índice de Desarrollo Humano (IDH) Alto (45 lugar en el mundo) ocupando el
lugar cimero de América Latina, su Índice
de Gini que es aquel que mide la
distribución del ingreso en una economía, lo ubica en la última categoría a
nivel mundial, es decir en el grupo de países que presenta mayor desigualdad de
ingresos. Visto desde otro punto de vista, ese alto IDH no se distribuye
equitativamente. Así, es una minoría la que disfruta de los muy promocionados éxitos del modelo.
No se podría esperar algo mejor o distinto de los herederos directos de la
dictadura que llegaron al poder de la mano de Piñera.
En palabras del
destacado sociólogo y politólogo Manuel Antonio Garretón, profesor de la
Universidad de Chile, lo que ha ocurrido es que “pese a las significativas y
progresistas transformaciones introducidas a la sociedad chilena por los
gobiernos de la Concertación, ello no lograron superar ni reemplazar el modelo
neoliberal ni tampoco el modelo político de democracia incompleta, sino solo
corregirlos parcialmente con lo que el carácter progresista quedó limitado”
El próximo 17 de
noviembre, Chile nuevamente acudirá a las urnas. Todo indica que nada cambiará.
Las encuestas arrojan resultados avasalladores a favor de la Candidata de la
Concertación Michelle Bachelet, ahora también apoyada por un domesticado
Partido Comunista que ha seguido el paso de sus nuevos socios al nivel de no
sentir la menor angustia por aliarse con algunos de los que propiciaron y
fueron los protagonistas civiles del golpe de Estado de 1973 que derrocó al
Presidente Allende.
Hay que recordar el
origen falangista del líder fundador de la Democracia Cristiana chilena Eduardo
Frei, y su complicidad con el golpe de estado de septiembre de 1973. Este
partido, junto al PAN mexicano y el PP español de José María Aznar han configurado
el tridente que encabeza la reorganización de la derecha en Latinoamérica.
El chileno Gutemberg
Martínez, ex Presidente de la Organización Demócrata Cristiana de América,
(ODCA) apoyó el golpe de Estado contra el Presidente Chávez en 2002 y el vicepresidente
de esa organización José Rodríguez Iturbe fue nombrado canciller del efímero
gobierno fascista de Carmona Estanga. Martínez estuvo en Caracas dos semanas
antes del golpe de Estado sosteniendo reuniones con personeros de la oposición
al Presidente Chávez.
Como escribí en 2011,
la Concertación de Partidos por la
Democracia fue el instrumento ideal en
el que socialistas “deslastrados” del ideal allendista y los mismos demócrata
cristianos que promovieron el golpe de estado de 1973, se unieron para vender
al mundo un espléndido modelo de democracia autoritaria y economía neoliberal
administrado por la izquierda. Quienes viajaban a Chile se mostraban gratamente
sorprendidos por ese largo y delgado paraíso que existía entre la Cordillera de
los Andes y el Océano Pacífico. La Concertación y sus paladines Aylwin, Frei,
Lagos y Bachelet se encargaron cual brutal somnífero de mantener al pueblo
chileno aletargado y adormilado durante dos décadas. El
putrefacto cadáver del dictador suspiraba de emoción desde su
desconocida tumba y la derecha empresarial -que se apoderó del país en
dictadura- se frotaba las manos de dicha financiera.
En el mundo de hoy a la
Concertación se le llama “coalición de centro izquierda”. Resulta extraño ser
de izquierda, neoliberal y sostener una democracia restringida. Al parecer
quedó en el olvido que fue Bachelet en su primer gobierno quien ordenó la más brutal y desmedida represión contra el
pueblo mapuche, sin discriminar ancianos, mujeres y niños, adjudicándoles de
manera desconsiderada una supuesta condición de terroristas. Todo por luchar
por sus tierras, las mismas en las que viven
desde hace muchos siglos antes que los primeros antepasados de la señora
Bachelet llegaran a Chile. Fueron tan
desmesurados los ataques contra los niños mapuche que el gobierno de Bachelet fue denunciado
por la Unicef por tales atropellos como
lo atestiguó en su momento el representante de esa organización internacional
en Chile, Gary Stahl.
Otro tema álgido
durante el gobierno Bachelet fue el de la educación quien nada hizo para
superar la deuda histórica del Estado con la educación pública. La presidenta
engañó a los estudiantes de la enseñanza media, asumiendo compromisos que
después no cumplió. Su mayor “aporte” fue
reemplazar la Ley Orgánica Constitucional de Educación (LOCE) por la Ley
General de Educación (LCE) que mantuvo el lucro como motivación del sistema
eludiendo la misma reforma que hoy vergonzosamente promete de nuevo.
Alguien pudiera pensar
que este análisis está a contramano de las encuestas que expresan un alto
índice de apoyo a Bachelet. También es
válido que se diga que la voz del pueblo debe escucharse y que en democracia-
aunque limitada e insuficiente- los votos son los que hablan. Todos están en lo
cierto. Lo que pasa es que en Chile no es así.
Más allá de lo que
expresen los votos el próximo 17 de noviembre, es menester recordar que la gran
mayoría del pueblo chileno no cree en este tipo de democracia ni en su sistema
electoral. Así lo atestiguan las cifras. En las elecciones presidenciales de
2009 cuando el voto era obligatorio, participaron 7.264.136 votantes habiendo
una abstención del 12,3%. Eso oculta que un sector muy importante de la
población incalculable en ese momento no participó del acto eleccionario. El
dato más cercano que se tiene es el de los comicios municipales de 2012 en los
que por primera vez se estableció la inscripción automática y el voto
voluntario, en esa ocasión el padrón electoral fue de 13.404.804 electores. Si
tomamos en cuenta que los índices demográficos de Chile indican que el
crecimiento vegetativo de la población es de 0,9% anual y la población que no
está en edad de votar es del 25%
concluiremos que en 2009 el padrón electoral era de alrededor de
13.070.000 electores, lo cual señala que el 44, 4% de la población no estaba
inscrita en los registros, si a esto se le suma el 12, 3% que se abstuvo
concluiremos que casi el 57% de los chilenos, la mayoría del pueblo, no
participó en la elección de su presidente.
Visto de otra manera, solo el 43% de los chilenos lo hizo. El presidente
Piñera fue elegido por el 21,43% de los ciudadanos en edad de votar¡¡¡¡¡. ¡Vaya
democracia! Es válido decir “Son las reglas”. Es verdad, son las reglas que
hizo Pinochet.
Es lamentable que la
izquierda no asista unida al proceso eleccionario y mucho más lo es, que ese
57% de la población no asuma una actitud activa frente al mismo. El día que
ello ocurra seguramente “se abrirán las grandes alamedas” y nuevamente un
presidente progresista tomará las banderas de Allende en un Chile democrático y
participativo. Los jóvenes en las calles luchando por sus derechos, avizoran
que se día llegará “más temprano que tarde”.
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