Quienes en
Venezuela desconocen el país en el que viven son aquellos que quisieran que
siguiera siendo el país de antes, en el que sí se reconocerían y en el que se sentirían cómodos: un país polarizado en el que, sin embargo, quienes
protestaban contra esa polarización recibían garrote, y no el país que en
América Latina ha disminuido más las desigualdades en los últimos diez años.
El llanto de la oposición venezolana (ilustración de Iván Lira). |
Rafael Cuevas Molina
Presidente AUNA-Costa Rica
Quienes se
duelen de los cambios que están teniendo lugar en Venezuela esgrimen, con harta
frecuencia, la idea que Venezuela es un país polarizado. Chávez y, más en
general, el chavismo, serían los culpables de tal polarización.
Esta
polarización habría llegado a tal punto que algunos venezolanos ya no
reconocerían su país. Viven en otra parte, en un lugar que les es ajeno, en el
que se siente a disgusto, en el que se han dislocado las cosas.
Ni siquiera
las tradiciones más queridas serían referentes hoy; comer hallacas u oír música
llanera habría perdido sentido en medio de un mundo confuso y revuelto en el
que dicen sentirse exiliados sin haberse ido.
Considera
esta gente que la polarización en un fenómeno nuevo, inexistente antes de la
llega de Hugo Chávez al poder en Venezuela, y sus congéneres ideológicos en
América Latina repiten esta idea. Malos los chavistas por enfrentar hermano
contra hermano, odiosos por envenenar a la sociedad con estas ideas que rompen
la unidad nacional.
¿Quién
piensa de esta manera en América Latina? La derecha en toda su gama, desde los
que militantemente intentan “voltear” a los gobiernos nacional-progresistas
que, como Venezuela, avanzan en América Latina, hasta los que se dicen
demócratas o apolíticos pero que quieren la paz y la concordia entre hermanos.
Parten del
supuesto que América Latina no es “el” territorio polarizado por excelencia en
el mundo. Decir que esta es la región con mayores desigualdades es ya casi un
lugar común, pero seguramente para ellos eso no es estar polarizado. Piensan,
además, que sociedades como Guatemala, Honduras, Chile o Perú, por ejemplo, no
son países polarizados.
Guatemala es
uno de los países más polarizados de América Latina. La población indígena se
encuentra en una situación de tan precaria subsistencia que los indicadores
económicos y sociales del país solo pueden ser comparables con los de países
africanos. Hay un estado de sublevación permanente por parte del polo de los
desposeídos, que es mayoritario, que protesta no solo por el estado de
postración al que se le confina, sino por el constante atropello que sufren de
su derecho a escoger el tipo de vida y desarrollo que consideran que necesitan.
Y hay una permanente respuesta represiva, violenta y autoritaria, del polo de
los dominantes, que no duda en amenazar, amedrentar, secuestrar y matar a
quienes se opongan a sus designios.
Esta
sociedad polarizada está partida, a tal punto que fácilmente se puede hablar
de, por lo menos, dos naciones en el seno de un mismo país. En Guatemala, ser
“indio” es tener costumbres, tradiciones, vestimenta, idioma y sensibilidades
distintas a la de los occidentalizados “ladinos”.
¿No sucede
exactamente lo mismo en el Perú? ¿No ha estado cimbrada la sociedad chilena por
las masivas protestas en contra, precisamente, de un modelo que acrecienta la
polarización social, no solo en la posesión de los medios de producción o los
ingresos sino, también, en opciones de vida? ¿Es culpa de Manuel Zelaya que los
pobladores, las mujeres, los campesinos, los trabajadores del campo, los
indígenas y la pequeña clase media se sientan indignados y protesten, primero
contra el golpe de estado y, luego, contra el estado de postración en la que se
encuentra el país que lo hace el segundo más pobre del continente después del
arrasado Haití? ¿No son Honduras, Guatemala, Perú o Chile países profundamente
polarizados que, además, se encuentran en constante ebullición precisamente
porque esa polarización no solamente no cesa sino que se incrementa?
Quienes en
Venezuela desconocen el país en el que viven son aquellos que quisieran que
siguiera siendo el país de antes, en el que sí se reconocerían y en el que se sentirían cómodos: un país polarizado en el que, sin embargo, quienes
protestaban contra esa polarización recibían garrote, y no el país que en
América Latina ha disminuido más las desigualdades en los últimos diez años.
Desacostumbrados
como están a ver empoderados a sectores que antes estaban invisibilizados y
verlos asumir protagonismos les parece cosa de otro país. Entonces, se siente
extranjeros en su propia tierra. Lo mismo le pasa a los ecuatorianos que se
consideran desplazados por estas nuevas circunstancias que vivimos. Los
bolivianos “cambas” no solo se duelen sino que tratan, en la práctica, de
construir efectivamente otro país iniciando procesos separatistas que,
afortunadamente, han dado al traste.
Vivir en
sociedades capitalistas con grupos sociales con intereses distintos y, muchas
veces, contrapuestos entre sí, es, de hecho, vivir en sociedades polarizadas;
en América Latina, esa polarización es vivida de forma exacerbada, y los países
que, como Venezuela, han iniciado caminos para tratar de revertir esa
situación, pasarán por momentos de intenso enfrentamiento entre los polos que
siempre existieron.
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