El problema sigue y sólo se resolverá en la medida que nuestros países
logren articular un proyecto de soberanía productiva y controlen el proceso de
producción, comercialización y distribución de las materias primas.
Marcos Roitman Rossenman / LA JORNADA
América Latina no ha dejado de vivir de las materias primas. Los únicos
cambios hacen referencia a los rubros exportados. Durante el imperio español,
oro, plata y azúcar. En los siglos XIX y principios del XX, café, caucho,
tabaco, cacao, banano, trigo, piedras preciosas y minerales como cobre, estaño,
salitre o hierro. A medida que la revolución industrial, científico-técnica,
fue dominando el proceso productivo, la demanda de materias primas creció
exponencialmente, dejando en evidencia el carácter desigual y predador del
capitalismo. Nada parece haber cambiado. En el siglo XXI, el tan cacareado
milagro chileno del neoliberalismo se reduce a exportar uvas, manzanas, peras,
melocotones, salmón, celulosa de papel, y el sempiterno cobre, junto a nuevos
minerales para la nanotecnología. Brasil, que goza de cierto “desarrollo
industrial”, es un exportador neto de combustibles, minerales, carne,
alimentos, productos químicos, metales, bebidas, derivados de la madera,
etcétera, es decir, con poco valor agregado. A la zaga están México, Venezuela
y Argentina. Por citar aquellos de mayor extensión territorial.
Caso especial son los
países exportadores de petróleo, objeto de deseo de las trasnacionales del
sector: la crisis energética de los años 70 del siglo XX les otorgó un valor
geoestratégico a medio y largo plazos. La necesidad de asegurarse la posesión
de las reservas ha generado guerras espurias, golpes de Estado y bloqueo a los
países con políticas nacionalistas y antimperialistas. De allí los conflictos
entre las compañías o el patrocinio de la guerra de Irak, sin ir más lejos. Hoy
debemos añadir al petróleo y el gas natural el valor que poseen las reservas
acuíferas, la flora y la fauna selváticas y cuanto pueda ser transformado en
mercancía y huela a negocio. Los recursos naturales son codiciados y
representan un plus de poder para quienes logren adueñarse de sus nichos.
Pero esto es sólo una
parte del problema. A finales del siglo XX, Gonzalo Martner, ex ministro de
Planeación del gobierno de Salvador Allende, publicó un estudio evidenciando el
costo de vivir de las materias primas. En uno de sus apartados subraya: “en
muchos productos básicos, desde la fase de producción, pasando por la
distribución, el transporte y la comercialización, destaca la presencia de
empresas multinacionales que articulan todos estos procesos como transacciones
‘intrafirma’ entre subsidiarias y la matriz. El comercio de productos básicos
está controlado por empresas multinacionales entre 70 y 75 por ciento en los
casos de banano, arroz, caucho y petróleo crudo; entre 75 y 80 por ciento en el
de estaño; entre 85 y 90 por ciento para cacao, tabaco, trigo, algodón, yute,
maderas y cobre; y entre 90 y 95 por ciento en los casos del hiero y la
bauxita. El comercio intrafirma se hace con precios de ‘transferencia’ que no
reflejan los precios de mercado, con lo que se evitan así los controles de
cambio, se evaden impuestos y se trasfieren utilidades”.
El problema se torna más
sangrante cuando Martner señala que: “del precio de venta al consumidor en un
país industrial, el país productor recibe 11 por ciento en el caso del banano,
14 en el caso del café, 15 por ciento en el cacao, 30 por ciento en los
cítricos y 10 por ciento en el mineral de hierro”. Sin olvidar el deterioro de
los términos de intercambio que se produce entre la exportación de materias
primas y la importación de productos manufacturados. Sólo en este concepto,
según el Sela, en los años 80 del siglo XX se dejaron de percibir más de 50 mil
millones de dólares.
Señeramente, Cuba
patrocinó, siendo ministro de Industria Ernesto Che Guevara, entre los
años 1963 y 1965, un encuentro para debatir las condiciones que enfrentaba Cuba
y el tipo de sociedad que surgiría del capitalismo, tras la ruptura
revolucionaria. En él intervinieron diferentes ministros e invitados
internacionales como Charles Bettelheim y Ernest Mandel. Conocido como “el gran
debate”, hoy su relectura se vuelve imprescindible para repensar el costo que
supone vivir de las materias primas cuando se inicia un proceso de transición
al socialismo y soberanía política.
El capitalismo no
presenta soluciones para un planeta que se ve abocado al colapso. Sus formas de
explotación ahondan la política de tierra arrasada, exterminio y reinstauración
de la esclavitud. Un ejemplo lo tenemos en el actual litigio que enfrenta a
Ecuador con la trasnacional Chevron. Durante décadas, antes Texaco, depositó
residuos tóxicos en zonas protegidas de la Amazonia, generando un daño
medioambiental cuasi irreversible, y un desplazamiento de los pueblos
originarios que la habitaban. Hoy desconoce el daño generado y demanda al
gobierno de Rafael Correa pidiendo indemnización por su expropiación al Banco
Mundial y el CIADE.
El problema sigue y sólo
se resolverá en la medida que nuestros países logren articular un proyecto de
soberanía productiva y controlen el proceso de producción, comercialización y
distribución de las materias primas. El quid no es sólo vivir de las materias
primas, sino la estructura del comercio internacional implantada por el
capitalismo que impide el retorno de los beneficios mediante el intercambio y
el desarrollo desigual. Sólo generando políticas emancipatorias y
anticapitalistas superándolo se podrá conseguir la independencia política y
económica al tiempo que dar lugar a los anhelos de justicia social, dignidad y
democracia.
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