Emir Sader / Página12
La fragilidad de las
democracias liberales quedó confirmada conforme pudieron convivir con el
neoliberalismo y, más que eso, ser funcionales a ese modelo de exclusión
social. La brutal penetración del dinero en todos los poros de la sociedad
llegó de lleno a la política, con el financiamiento de campañas electorales,
con los lobbies en los parlamentos, todo absorbido por las democracias liberales,
revelando su inmensa elasticidad. Así como, a la vez, convivieron y lo siguen
haciendo con modelos económicos neoliberales, de concentración de renta,
exclusión social, expropiación de derechos fundamentales, aumento exponencial
de la pobreza y la miseria.
Lo destacaba bien Marx,
al decir que cuando las constituciones liberales enuncian que “todos son
iguales frente a la ley”, ahí empieza la desigualdad. Pero mientras sea
desigualdad económica, social, cultural, el liberalismo las soporta, con tal de
que sus cánones para calificar a un país como democrático sigan vigentes:
separación de los poderes, elecciones periódicas, multiplicidad de partidos,
prensa libre (“libre” quiere decir “privada” en el vocabulario liberal).
La era neoliberal
representa el máximo de realización del capitalismo en su afán de transformar
todo en mercancía, en mercantilizar todo. Libre de las trabas de las
reglamentaciones estatales, el capital fluye sin limitaciones, realizando la
utopía de que sea un mundo en que todo se compra, todo se vende, todo tiene
precio.
En nuestros países, esos
procesos han trasformado profundamente a nuestras sociedades, destruyendo la
escasa red de protección de nuestros Estados, transfiriendo hacia el mercado lo
que eran derechos: a la educación, a la salud, a la cultura, al transporte, a
la vivienda.
Gobiernos posneoliberales
tratan de revertir ese brutal proceso de mercantilización, reponiendo en la
esfera pública lo que fue llevado a la esfera mercantil. Frenando los procesos
de privatización, revirtiendo en algunos casos empresas privatizadas a la
esfera estatal. Pero, en lo fundamental, reconociendo y ampliando derechos de
la gran mayoría de la población, víctima de la expropiación de derechos de
parte del neoliberalismo.
La polarización fundamental
en la era neoliberal se da entre la esfera mercantil y la esfera pública.
Aquella, la esfera del mercado, del consumidor, de la selección social por
medio del dinero. La esfera pública, a su vez, es la esfera de los derechos, de
los ciudadanos, de la inclusión social.
El Estado es un espacio
de lucha hegemónica entre la esfera pública y la esfera mercantil, pudiendo ser
tanto un Estado financierizado, cuanto un Estado refundado alrededor de la
esfera pública. En el Estado, decía Pierre Bourdieu, siempre hay una mano
derecha y una mano izquierda.
El neoliberalismo
destroza al Estado e intenta imponernos la opción entre estatal y privado. Es
decir, entre un Estado desarticulado por ellos o el mercado, que es lo se
esconde detrás de lo que ellos llaman espacio privado.
Mientras que la
disyuntiva es distinta: donde el neoliberalismo habla de esfera privada, lo que
hay es la esfera mercantil. Y la esfera contrapuesta no es la esfera estatal,
sino la esfera pública. La polarización que articula el campo teórico en la era
neoliberal es la que se da entre esfera pública y esfera mercantil.
Democratizar nuestras
sociedades es desmercantilizarlas, es transferir de la esfera mercantil hacia
la esfera pública, la educación, la salud, la cultura, el trasporte, la
habitación, es rescatar como derechos lo que el neoliberalismo impuso como mercancía.
Esa es la mayor batalla
de la era neoliberal: la afirmación hegemónica de la esfera pública en contra
de la esfera mercantil. Una sociedad justa es una sociedad centrada en la
esfera pública, en la universalización de los derechos, en los ciudadanos, como
sujetos de derecho; objetivos de los gobiernos posneoliberales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario