El Che
había tenido que aprender en muy poco tiempo cómo era Cuba y cómo participar
eficazmente en su proceso revolucionario. A la vez, debió utilizar los
instrumentos de pensamiento marxista que ya poseía sin someterse a la doctrina.
Esa es una entre tantas lecciones que nos ha dejado. El Che que puede conocerse
de ese modo es más humano y más grande.
Fernando Martínez Heredia* / LA PUPILA
INSOMNE
El Che y la experiencia del trabajo voluntario. |
Les
agradezco mucho a los organizadores de Dialogar,
dialogar esta oportunidad de conversar acerca de un tema tan
importante, a tan pocos días del II Congreso de la Asociación Hermanos Saíz.
Esa reunión de jóvenes, precedida de amplios debates y acciones a lo largo del
país, constituyó un evento ejemplar, porque trató los reales problemas del sector y de las
prácticas culturales y sus implicaciones en la Cuba actual, con
profundidad, claridad, proposiciones y espíritu revolucionario; sin autocensura
y con valentía política. Fue un verdadero congreso, y una promesa necesaria.
El regreso
del Che
en Cuba comenzó en 1987, durante la campaña de rectificación, cuando Fidel
lo contrapuso a la gran deformación que había sufrido el proceso
revolucionario. Su pensamiento había desaparecido de la enseñanza y de los
medios de comunicación desde inicios de los setenta, pero al fin comenzó a
rescatarse y a ser conocido por nuevos cubanos durante aquellos años. Estaba
claro que el Che hacía mucha falta. Sin embargo, después de la coyuntura
compleja de la detención de la rectificación, de la gran crisis económica y de
la calidad de la vida en Cuba, y de la pérdida de prestigio del socialismo a
escala mundial, que sobrevinieron en la primera mitad de los años noventa,
cuando el Che volvió físicamente, en 1997, la situación ya era otra.
Fidel y los
revolucionarios consecuentes lo esgrimieron como un refuerzo para el
enfrentamiento a una tercera pregunta general sobre el país, que ya comenzaba a
percibirse. La primera, perentoria, había sido la de la sobrevivencia, que
ocupó prácticamente todo el terreno en la angustiosa primera mitad de la
década; la segunda pregunta era si la reproducción material de la existencia
del país que se había ido logrando sería viable o no. El repertorio de
variables favorables que poseía Cuba permitió que las políticas y las tácticas
adoptadas aseguraran esa viabilidad a inicios de este siglo. La tercera
interrogante no tenía carácter urgente, pero sí implicaciones trascendentales:
cuál sería la naturaleza del régimen que emergería a partir del proceso de
solución de las dos primeras. El Che reforzaba la posición de los queríamos que
la respuesta fuera un socialismo más profundo, capaz de asumir su propia
crítica y renovarse.
Pero ya
estaban en marcha transformaciones sociales y de las conciencias dentro de la
transición socialista cubana, paulatinas durante un largo período, que
continúan hasta hoy. La ofensiva de Fidel al inicio del siglo XXI pretendió
frenar desigualdades y reforzar al socialismo. Una insuficiencia grave, sin
embargo, era el abandono, prácticamente, de la apelación a una divulgación que
relacionara las medidas y las características socialistas de la mayor parte de
la vida social con la necesidad del socialismo y con sus ideales, y de las
prácticas y las discusiones de un pensamiento estructurado que operara como
fundamentación del socialismo. En 2008 se publicaron los Apuntes críticos a la
Economía Política del Che casi en secreto. Se ha ido nucleando un sector de
estudiosos, incluidos jóvenes, y se ha avanzado en la publicación de su obra,
pero sin que las ideas del Che se volvieran polémicas y participaran en los
debates, que en realidad no eran alentados.
En estos
últimos años se ha producido un positivo aumento de la politización, y también
de la expresión de criterios diferentes dentro del cauce del socialismo, pero
la socialización de un pensamiento que trate las cuestiones esenciales sigue
sin ponerse a la orden del día. Mientras, se han emprendido transformaciones que
pueden ser decisivas respecto a la existencia misma del socialismo cubano, al
mismo tiempo que continúan tendencias que vienen del curso de las últimas dos
décadas. Se han tomado y se toman medidas económicas muy importantes sin que
haya discusión desde una u otra posición en economía política, porque no se
invoca ninguna. Un pragmatismo descarnado es la regla, salpicado por algunas
palabras que reiteran que lo que se hace es para el socialismo o en nombre de
él. Existe un divorcio total entre las reflexiones críticas y las
preocupaciones que expresan revolucionarios socialistas –entre los cuales hay
cierto número de dirigentes– y numerosas informaciones y trabajos de
opinión que aparecen en medios que pertenecen al Estado, ciegos ante lo que les
parece negativo o inconveniente, y aferrados a tópicos que ya no son y a otros
que nunca fueron.
¿Por qué
los compañeros que convocan esta mesa escogen entonces al pensamiento del Che
en la Cuba actual como tema? Porque tienen conciencia política del momento
histórico en que vivimos y lo que se juega en él, y del papel que puede tener
el Che si lo hacemos participar en la tremenda y ya abierta lucha cultural
entre el capitalismo y el socialismo que caracteriza a la situación.
Del ejemplo
que utilicé podría inferirse que la posición y la propuesta del Che que se han
calificado como económicas serían su contribución lógica y mayor. Pero no creo
que esa idea sea acertada, por dos razones. Ante todo, porque la concepción
socialista del Che está opuesta a la separación abstracta de la dimensión
económica de la sociedad que está en transición socialista, una operación que
permitiría tratar a la “economía” en general como un campo separado y autónomo
de la política, la ideología y la cultura, e incluso “ponerla a trabajar” para
el socialismo. Esa separación es un recurso de comprensión y de argumentación
de lo esencial del capitalismo, su funcionamiento y sus normas y valores. Che
afirma que la economía debe ser gobernada por el poder popular revolucionario
durante todo el proceso de transición socialista.
La segunda
razón es consecuencia de la primera: las ideas y las propuestas del Che
acerca de la dimensión económica son corolarios de su concepción teórica y
política de la actividad revolucionaria creadora de socialismo. Trataré de
sintetizar varios rasgos principales suyos:
a) la Economía, la Economía
política y las políticas económicas sin apellidos son siempre formas de la
economía del capitalismo, corresponden al complejo de teorías e ideologías de
ese sistema;
b) la transición socialista es un poder político e ideológico
revolucionario de orientación socialista-comunista, que tiende a unificar las
dimensiones diferentes de la sociedad en cuanto a objetivos y voluntades,
aunque todas ellas siguen teniendo sus características y sus especifidades, y
se trabaja concretamente con cada una de ellas;
c) por consiguiente, el poder
revolucionario es un puesto de mando sobre la economía, y es el conductor, de
diferentes maneras, del conjunto de la sociedad;
d) precisamente por serlo, y
para que ese poder no degenere en el poder de un grupo que termine cerrándole
el paso al socialismo, está obligado a avanzar hacia su conversión en un
verdadero poder popular, en el que los trabajadores y las mayorías conozcan las
cuestiones fundamentales y participen de manera creciente en su control y su
fiscalización, y en la elaboración misma de las decisiones y las políticas;
e)
para todo el período de transición que va desde el triunfo revolucionario hasta
el fin de las dominaciones y la creación de una sociedad nueva, muy diferente y
muy superior a la capitalista, tienen que regir los despliegues y los productos
de los factores subjetivos de la sociedad, y no las determinaciones llamadas
objetivas. Guiarse por el predominio de los llamados “factores objetivos”
conduce a la detención del proceso y su retroceso, en dos sentidos: el que
procede de la reproducción “normal” de las condiciones de la vida social, que
siempre consiste en la reproducción del orden de dominación vigente; y el que
dimana del poder de un grupo que convierte su poder, sus intereses y su
voluntad de dominio en cosas “objetivas” que no pueden cambiarse.
Ante el
desafío crucial que se está configurando en Cuba entre el socialismo y el
capitalismo, el Che puede ofrecernos su específica posición dentro de la
revolución socialista, expresada y desarrollada en el conjunto de su
pensamiento y en la batalla intelectual que libró para ganar a ella a los
cubanos y que predominara frente a otra concepción diferente del socialismo que
existe, y frente a las profundas insuficiencias de nuestra sociedad para
consumar ese cambio. La centralidad de la política, sus férreas relaciones con
la ética y el papel impulsor de esta cuando los factores subjetivos predominan,
la conversión de la sociedad en una gigantesca escuela, son aspectos esenciales
en la concepción del Che, que me limito a mencionar aquí.
Ernesto Che
Guevara es el máximo pensador teórico de la posición dirigida por Fidel durante
la primera etapa de la Revolución en el poder –la que va de 1959 a inicios de
los años setenta–, y sigue siendo a mi juicio el máximo representante de la
corriente socialista que puede hacer viable que Cuba siga siendo socialista.
Che tiene
un lugar en la historia del pensamiento revolucionario cubano. No intentaré
exponer mis criterios acerca de ese pensamiento, pero quiero al menos llamar la
atención sobre la necesidad de no verlo como un bloque igual a sí mismo, sino
en su realidad de producciones diversas, y en algunos casos enfrentadas entre
si e influidas por condicionamientos que se iban modificando en el decursar
histórico del país. Desde ese punto de partida, entiendo que el Che pertenece a
la corriente radical, que ha tenido puntos en común y ha marcado una
trayectoria que es preciso heredar.
Esos radicales
se fueron por encima de las respuestas políticas que parecían posibles frente a
los conflictos de su tiempo y su circunstancia, y las propuestas que hicieron
también se fueron por encima de la reproducción esperable de la vida social.
Carlos
Manuel de Céspedes forzó la aparición de la guerra como recurso revolucionario,
fijó como condición para su cese la independencia y la soberanía completas del
país, y abrió paso al abolicionismo revolucionario de la esclavitud como la
solución necesaria de la mayor contradicción social de su siglo en Cuba. Echó
así las bases políticas de una nación que tenía muy inciertas bases sociales,
entre una rica y poderosa clase dominante que no aspiraba a ella y la
explotación masiva de la esclavitud, las opresiones brutales y las divisiones
de castas en que vivían las mayorías.
José Martí
preconizó y desató una política revolucionaria muy superior a la que había
conocido el país y la enfrentó sin vacilación a las variantes evolucionistas,
que parecían más razonables para Cuba a fines del siglo XIX. Su guerra
revolucionaria sería el único vehículo eficaz para eliminar el colonialismo
español, pero al mismo tiempo la vía de una educación de masas que formara ciudadanos,
capacitados mediante la actuación y unificados ideológicamente, para fundar y
desarrollar una república democrática con justicia social, apta para aunar
verdaderamente a los elementos tan disímiles del país. Esos cubanos de la
república nueva martiana se habrían vuelto capaces también de enfrentar con
posibilidades de éxito el expansionismo imperialista de Estados Unidos.
La propuesta de Martí revolucionaba tanto a la política como a la reproducción
esperable de la vida social, al ponerles como objetivos convertir en realidades
lo que no había parecido ni siquiera posible.
Julio Antonio
Mella partió de la lucha reformadora estudiantil en la primera
república burguesa neocolonial, y comprendió pronto que la revolución
socialista sería la condición para obtener la satisfacción de las demandas y
las identidades de los grupos sociales. Se hizo entonces comunista, en el marco
de la universalización política e ideológica que impulsaba la Internacional
fundada en la Rusia Soviética.
Pero logró entender que en los países colonizados o neocolonizados el
anticapitalismo tendría que ser antimperialista. Y que la práctica
revolucionaria comunista estaba obligada a ganarse la conducción en el curso de
la revolución, y a ser ante todo cubana. Obró en consecuencia en su corta vida,
y se convirtió en el iniciador del socialismo cubano. Es difícil encontrar
tanto adelanto respecto a sus condicionamientos, y al mismo tiempo planteos
políticos tan atinentes para cambiar mediante la praxis los límites de lo
posible.
Antonio
Guiteras consiguió echar a andar en Cuba la revolución del siglo XX, de la que
Mella había sido el pionero, dentro de la lucha contra la dictadura de Machado
y la gran rebelión del pueblo en 1933. Creó organizaciones políticas de lucha
armada para tomar el poder e implantar el socialismo mediante la dictadura
revolucionaria. Intentó que la educación social y política de masas avanzara a
saltos mediante la praxis, impulsando una experiencia a escala nacional de una
gestión de gobierno revolucionario antimperialista radical, con muchas medidas
de justicia social en beneficio de las mayorías explotadas y oprimidas.
Pretendió abrir el espacio y las formas para que se formara una conciencia
social socialista de liberación nacional, y no tuvo temor de ejercer poder
político para que esa conciencia se volviera realidad. El legado de Guiteras es
indispensable para entender cómo fue posible pensar el socialismo cubano en la
insurrección y el proceso revolucionario que triunfó en 1959.
Si
exceptuamos el caso de Martí, las prácticas revolucionarias fueron lo dominante
en la historia de las posiciones y propuestas de los radicales entre 1868 y
1959. Pero en su conjunto, ellos elaboraron un cuerpo de pensamiento que
constituye una acumulación cultural de un valor inapreciable, que es necesario
que rescatemos y asumamos conscientemente. Una de las características de todo
orden posrevolucionario es la de devaluar, pasar al olvido o manipular las
experiencias y las ideas radicales, con el fin de borrar su singularidad y su
influencia.
El triunfo
en 1959 de una guerra revolucionaria que constituyó al mismo tiempo una escuela
política radical, dirigida por una organización férreamente unida, decidida y
con vocación de poder, y a su cabeza Fidel, el líder político más descollante
del siglo XX cubano, le permitió al país escoger la opción máxima posible:
hacer una revolución socialista de liberación nacional que transformara a fondo
las relaciones sociales y humanas y las instituciones. Pronto la nueva época
exigió un formidable aumento de las capacidades intelectuales de la mayoría de
las personas, y de la calidad del contenido y el papel del pensamiento social.
La praxis era el motor, pero ella debía ser organizada y consciente. El aumento
de capacidades y la formación política eran imprescindibles, porque, por
primera vez en nuestra historia, los objetivos a alcanzar requerían una
rigurosa intencionalidad, una conducción política y social cada vez más
compleja, una distribución creciente del poder, un planeamiento eficaz, una
crítica radical de la modernidad capitalista y del modelo socialista
predominante y, al mismo tiempo, pensar la revolución que se hacía y elaborar
intelectualmente las características de la nueva sociedad que se pretendía.
Entonces al
joven héroe Ernesto Guevara, uno de los más destacados seguidores de Fidel y
totalmente identificado con él en cuanto a las ideas, le tocó desempeñar el
papel principal en la producción de un pensamiento social de la Revolución
cubana y en las relaciones de este con las ideas socialistas del mundo de su
tiempo.
El Che había
tenido que aprender en muy poco tiempo cómo era Cuba y cómo participar
eficazmente en su proceso revolucionario. A la vez, debió utilizar los
instrumentos de pensamiento marxista que ya poseía sin someterse a la doctrina.
Esa es una entre tantas lecciones que nos ha dejado. Cuando el periodista
uruguayo Carlos María Gutiérrez le preguntó, en febrero de 1958, si él era
marxista, el Che le respondió que había tenido que olvidar en la guerra todo lo
que había aprendido antes. Ganó esa batalla consigo mismo y de inmediato puso
su peso personal en ayudarnos a todos a pelear y ganar una batalla de ideas en
el seno del proceso revolucionario, a favor de todas las liberaciones y por la
creación de nuevas personas y una sociedad socialista.
Les sugiero
que estudien aquella contienda de ideas. El Che que puede conocerse de ese modo
es más humano y más grande, y a su escala también lo es la Revolución cubana de
los años sesenta, esa maravilla enigmática para las nuevas generaciones que han
sido privadas de su conocimiento, como si por un tiempo las cubanas y los
cubanos en masa hubieran padecido una sublime locura.
Quiero
compartir con ustedes una parte de lo que expresé en febrero, en la
presentación de los libros del Che Apuntes críticos a la Economía Política y
Retos de la transición socialista en Cuba (1961-1965), en la Feria del Libro.
El Che
denuncia de manera categórica la apelación a tomar “como arma para luchar
contra el capitalismo, las armas del capitalismo”. Las motivaciones de “la
sociedad donde la filosofía es la lucha del hombre contra el hombre, de los
grupos contra los grupos y la anarquía de la producción” no podrán ser
despertadas y utilizadas eficazmente para servir a una sociedad basada en el
poder socialista. Esta exige control riguroso y conciente, “la colaboración
entre todos los participantes como miembros de una gran empresa (el conjunto de
la economía), en vez de ser lobitos entre sí dentro de la construcción del
socialismo”.
Opina que
en vez de ir al fondo de los problemas, la práctica y el pensamiento de estos
socialistas se dejan llevar a la seguridad aparente de acudir a lo ya probado.
Las reformas pueden relucir como “descubrimientos” que remediarían la
falta de motivaciones suficientes en los actores económicos y lograrían la
subordinación de la producción para el consumo a las demandas de sus
consumidores, relacionar la rentabilidad con la venta del producto, etcétera.
Esos experimentos y ensayos de política económica son, sin embargo, remedos de
lo que el capitalismo hace eficazmente, porque lo universaliza y porque
corresponde a las relaciones fundamentales de su sistema. Existe una lógica que
caracteriza a cada sociedad: si la olvidamos, pagaremos un precio muy caro.
Por otra
parte, Che invita a no olvidar nunca la situación concreta de la cual ha
partido Cuba en su transición socialista. No somos ilusos, advierte, estamos
tratando de edificar efectivamente el socialismo “saliendo de una etapa
semicolonial… de todos los vicios, de todas las taras que nos dejó el
capitalismo, con la misma gente, con todos nosotros con mentalidad capitalista,
hace unos años pensando siempre cuánto íbamos a ganar”. La debilidad que padece
Cuba no debe atribuirse a la utilización de un sistema financiero determinado:
“son debilidades de una economía que ha cambiado su composición, su
característica”.
El Che
insiste, incansable, en desbaratar la imputación que se hace a sus ideas de
mantener un desprecio “idealista” por el interés material, un simplismo que
busca devaluarlas y rehuir la discusión. Nadie en sus cabales desconoce la
fuerza y el arraigo del interés material, instalado a lo largo de la historia
de las sociedades de dominación y multiplicado y refuncionalizado por el
capitalismo. La elección está entre utilizarlo llana y acríticamente
–aunque se lamente que sea nocivo–, o utilizarlo como un mal necesario, sin
depender de él. Ser creativo desde la situación concreta e inevitable, y
organizar un proceso de erradicación paulatina de los comportamientos
económicos egoístas e individualistas. Ir forjando otro mundo de actuaciones y
valores, que pueda reunir diferentes estímulos, implantar la norma que en
nombre del deber social reconoce o reprocha, al mismo tiempo que retribuye o no
a partir del grado de cumplimiento, o el estímulo a la capacitación dado por su
conversión en requisito para pasar a un nivel superior. Instrumentos como los
citados, dice el Che, persiguen la toma de conciencia de tipo mecánico en el
individuo; hay que perseguir, a la vez, la toma de conciencia de tipo dinámico,
una de cuyas formas fundamentales es el trabajo voluntario.
La creación
de otra realidad desde la existente, sin lo cual no hay revolución socialista,
tiene que incluir el espíritu crítico, fomentar la independencia de los
criterios y la capacidad de pensar y valorar con cabeza propia, y aprender a
distinguir los caminos, sus implicaciones y sus resultados. Es impresionante la
vitalidad y la hondura alcanzados por aquel análisis teórico que permitía, en
medio de la tormenta de la Revolución, señalar los graves peligros de copiar
mecánicamente y no ver las deficiencias del socialismo existente, y salirle al
paso a la resignación a lo que existe, la rutina y el seguidismo. El Che
aprendió –al mismo tiempo– a reflexionar sobre la circunstancia en curso,
la actuación inmediata, los métodos y los fines mediatos, y a teorizar acerca
de los asuntos fundamentales.
Al salir
del Congo y verse obligado a esperar, Che se entrega a una tarea que constituye
el inicio de una nueva fase de su obra. Siente la necesidad de llegar a
conclusiones sobre el socialismo realmente existente, asunto crucial para todos
en el mundo, y también de ofrecer una alternativa desde las ideas de los
revolucionarios marxistas de los países que han sufrido o sufren el
colonialismo y el neocolonialismo, que ahora quieren pelear por la liberación
total de las naciones y de las personas, y por el avance de la revolución
mundial. “Es un grito dado desde el subdesarrollo”, escribe en “La necesidad de
este libro”, breve introducción a los Apuntes que contiene planteamientos
trascendentales. Se refiere en ella a la obra monumental que dio origen al
marxismo, las nuevas situaciones de la época imperialista, los aportes
extraordinarios de Lenin
y la detención ulterior del desarrollo de la teoría marxista.
Enseguida
expone las razones por las cuales hace la crítica de la Economía
Política:
Creemos importante la tarea porque la investigación marxista en el
campo de la economía está marchando por peligrosos derroteros. Al dogmatismo
intransigente de la época de Stalin ha sucedido un pragmatismo inconsistente.
Y, lo que es trágico, esto no se refiere sólo a un campo determinado de la
ciencia; sucede en todos los aspectos de la vida de los pueblos socialistas,
creando perturbaciones ya enormemente dañinas, pero cuyos resultados finales
son incalculables (…) Nuestra tesis es que los cambios producidos a raíz de la
NEP han calado tan hondo en la vida de la URSS que han marcado con su signo
toda esta etapa. Y sus resultados son desalentadores: la superestructura
capitalista fue influenciando cada vez en forma más marcada las relaciones de
producción, y los conflictos provocados por la hibridación que significó la NEP
se están resolviendo hoy a favor de la superestructura. Se está regresando al
capitalismo.
Che espera
serenamente el repudio a su posición y la acusación de anticomunismo y
oportunismo, el rechazo de los que se sentirán heridos en su cariño y su
lealtad, y también el sobresalto sincero de otros “ante este cúmulo de razones
nuevas y diferentes”. Pero confía en que muchos podrán sentirse atraídos por
este “intento de retomar la buena senda”. A ellos se dirige el libro, “y
también a la multitud de estudiantes cubanos que tienen que pasar por el
doloroso proceso de aprender ‘verdades eternas’ en las publicaciones que
vienen, sobre todo, de la URSS, y observar como nuestra actitud y los repetidos
planteamientos de nuestros dirigentes se dan de patadas con lo que leen en los
textos”.
Un largo
camino había recorrido Ernesto Guevara en una década. La revolución había sido
su maestra. En la guerra y desde el poder revolucionario se desarrolló su
estatura como combatiente, dirigente y pensador, y ahora él –como reclamara
Lenin sesenta años antes– debía, en justo pago, enseñarle algo a la revolución.
Y lo logró. La aventura socialista de un pequeño país aislado producía un
pensamiento capaz de continuar el trabajo excepcional mediante el cual Carlos Marx
había encontrado ideas capaces de subvertir el control de las ideas de la
sociedad por la clase dominante.
Hasta aquí
el fragmento de febrero, largo pero, según me parece, procedente. Para terminar
en la cuerda de la pregunta implícita en el título del tema que nos convoca,
ofrezco una síntesis de lo que estimo que puede darnos hoy el Che:
- un
referente ético y político socialista sin igual, fortalecido por su
consecuencia y su ejemplo imperecederos, y por su caída heroica;
- confianza en
lo que sí es posible hacer y lograr para volverse superior a las
circunstancias;
- un extraordinario instrumento teórico –conceptos, ideas,
hipótesis, principios– y el método dialéctico marxista, que el Che ejerció
sobre las realidades, los conflictos y los proyectos de Cuba y de América Latina
y el llamado Tercer Mundo;
- una crítica marxista de las sociedades y las
teorías del capitalismo y el socialismo;
- un cuerpo de pensamiento idóneo para
realizar los análisis concretos que tanto necesitamos;
- una de las líneas
principales con que contamos para el trabajo urgente de formación política,
ideológica y cultural.
* Palabras
en el espacio Dialogar Dialogar, dedicado a la vigencia del
pensamiento del Che.
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