El jefe de observadores
de la OEA dijo que las elecciones en Honduras podrían “reparar la fractura
creada por el golpe de Estado”. Esto ya no sucedió. Solamente sucederá si como ha planteado José Manuel Zelaya se
revisan las elecciones través de un
recuento de “acta por acta, urna por urna, pueblo por pueblo”.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
Al recibir las noticias
sobre las elecciones en Honduras del domingo 24 de noviembre de 2013, no pude
sino recordar mi primera experiencia de
fraude electoral. Sucedió en la Guatemala de marzo de 1974 cuando a Efraín Ríos
Montt y al Frente Nacional de Oposición la dictadura militar les robó las
elecciones. Ese lunes 4 de marzo era cierta la derrota del candidato de la
dictadura, Kjell Laugerud. Paulatinamente la TGW empezó a propalar que la
mayoría de los guatemaltecos estaban equivocados, que el ganador era quien
sabíamos perdedor. Aquel fraude se dio en otro contexto. Aquel año, Ríos Montt
fue el candidato de un arco amplio de fuerzas democráticas y revolucionarias
que buscaba abatir electoralmente a la dictadura. El fundamento de su elección
como candidato opositor fue el refrán que reza: “no hay peor cuña que la del
mismo palo”.
Lo que verdaderamente
me recuerda Honduras es lo acontecido en México en julio de 2006 y 2012. El
contexto del fraude es el mismo: el surgimiento inesperado de una fuerza
opositora de carácter antineoliberal y con vocación nacional popular (el
partido Libre). Por lo tanto, mutatis mutandis,
el libreto es similar en ambos países. En México en 2006 el
neoliberalismo a través del PAN se robó
las elecciones. En 2012 a través del PRI
las compró.
He aquí el repertorio
del fraude hondureño (el cual traduciré a la jerga política mexicana cuando sea
posible) que en México resultará familiar: ofensiva mediática contra Xiomara
Castro como campaña del miedo a través de los principales medios de
comunicación, llamadas telefónicas, mensajes de texto, internet, además de
apagones en Tegucigalpa principalmente
en los barrios opositores (“guerra sucia”); difusión de encuestas que
desvirtuaban la tendencia ganadora de Xiomara y anuncio de violencia
poselectoral por parte de sus partidarios (“encuestas copeteadas”); distribución de alimentos y otras
provisiones (“operación despensa”);
pagos en efectivo (“compra del voto”); repartición de la tarjeta “cachureco”
canjeable por descuentos o provisiones en supermercados (“operación monex”);
electores impedidos de votar porque ya otras personas lo habían hecho en su
nombre; electores impedidos de firmar el registro electoral para propiciar la
doble votación; electores impedidos de
votar porque no aparecían en el padrón electoral o estaban oficialmente muertos
(“electores rasurados”); electores que votaron varias veces (“operación
carrousel”); cambio de locaciones de urnas sin aviso a los electores (“ratón
loco”); urnas a las cuales ya se les habían insertado papeletas (“urnas embarazadas”). Finalmente
hay que mencionar la sustitución ilegal de delegados de Libre en algunas urnas
por representantes del oficialismo así como impedimento en otras más, de la
llegada de observadores electorales. Por tanto fácil anulación de votos que
favorecían a Libre.
A esto hay que agregar
la violencia observada en los días previos como lo evidenció el asesinato de
dos activistas de Libre la noche anterior, amenazas y detenciones de miembros
de dicho partido y de organizaciones sociales. Pero lo que verdaderamente
ensombrece el proceso electoral es lo que podría ser el “fraude cibernético”:
el lunes 25 no aparecían contabilizadas 1,900 actas electorales (400 mil votos
y 19% de las actas) porque el Tribunal Supremo Electoral consideró que tenían
“inconsistencias”. Otro candidato, Salvador Nasralla, denunció el robo de una gran
cantidad de computadoras y modens para enviar actas electorales falsas y
adulterar los resultados.
El jefe de observadores
de la OEA dijo que las elecciones en Honduras podrían “reparar la fractura
creada por el golpe de Estado”. Esto ya no sucedió. Solamente sucederá si como ha planteado José Manuel Zelaya se
revisan las elecciones través de un
recuento de “acta por acta, urna por urna, pueblo por pueblo”. Inevitable es
que recuerde la consigna lopezobradorista de 2006: “voto por voto, casilla por
casilla”.
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