La historia de Nuestra América independiente es la historia de la
confrontación entre dos ideas, la monroista y la bolivariana.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial
para Con Nuestra América
Desde
Caracas, Venezuela
James Monroe, Secretario de
Estado de Estados Unidos en el año 1823, diseñó una política exterior para su
país, en confrontación -en ese momento- con el poderío mundial de Europa y en
particular de Gran Bretaña. A esa idea de Monroe que expuso en diciembre del
año 1823 en un discurso ante el Congreso de Estados Unidos, Bolívar respondió
casi de inmediato. Se vivía un momento
de culminación de las luchas de Independencia, y en 1824, dos días antes de la
Batalla de Ayacucho que puso fin a la presencia española en América Latina,
hizo un llamamiento para que los países independientes se reunieran en Panamá,
en un Congreso donde se iban a sentar las bases de la unidad latinoamericana.
Ya en 1814 Bolívar había
anunciado que era “… menester que la fuerza de nuestra nación sea capaz de
resistir como suceso a las agresiones que pueda intentar la ambición europea; y
este coloso de poder que debe oponerse a
aquel otro coloso no puede formarse sino de la reunión de toda la
América meridional bajo un mismo cuerpo de nación, para que un solo gobierno
central pueda aplicar sus grandes recursos a un solo fin que es el de resistir
con todos ellos las tentativas exteriores, en tanto que interiormente
multiplicándose la mutua cooperación de todos ellos nos elevará a la cumbre del
poder y la prosperidad”.
Después, escribió en la Carta de Jamaica en 1815, “Es una idea grandiosa
pretender formar de todo el Mundo Nuevo, una sola nación, con un solo vínculo,
que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una
lengua, unas costumbres y una religión, debería por consiguiente tener un solo
gobierno, que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse…”
Y en 1818 en carta a Pueyrredón,
el Libertador expresa su aspiración de que “… cuando el triunfo de las
armas de Venezuela complete la obra de su Independencia o que circunstancias
más favorables nos permitan comunicaciones más frecuentes y relaciones más
estrechas, nosotros nos apresuraremos con el más vivo interés a entablar, por
nuestra parte el Pacto Americano que, formando de todas nuestras Repúblicas un
cuerpo político, presente la América al mundo con un aspecto de majestad y
grandeza, sin ejemplo en las Naciones Antiguas. La América así unida, si el
cielo nos concede este deseado voto podrá llamarse la Reina de las Naciones y
la Madre de las Repúblicas”
Estas dos ideas, la de Estados Unidos, la de Monroe y, la de Bolívar,
entran en pugna cuando Estados Unidos empieza a construir su proyecto de
integración que se sustentaba en un concepto particular de igualdad de las naciones que se basaba en que la misma giraba
en torno a su hegemonía. Bolívar se opuso, planteando que los países al sur del
río Bravo, las repúblicas “americanas antes españolas” debían construir su
propia identidad. Esta contradicción entre la idea de Estados Unidos, la idea
panamericana, la idea de Monroe y la de
Bolívar, la idea latinoamericana y caribeña o la de aquello que posteriormente
Martí llamó Nuestra América aún hoy, no
está resuelta.
La idea bolivariana quedó detenida en el tiempo después de la muerte del
Libertador, parecía que su propuesta había sido derrotada, que ya no podría
tener espacio en la región, este pensamiento que supone que los
latinoamericanos y caribeños de todas
las latitudes debían pensar el porvenir en conjunto, parecía desaparecida en el
proyecto de futuro para el continente. Sin embargo, ya en el del Siglo XIX, incluso en las primeras
décadas del Siglo XX hubo intentos de prolongarla.
A mediados del siglo XIX se hicieron varios encuentros, primero un
Congreso en 1847-48 en Santiago de Chile y otro en 1864 en Perú en los que
participantes de diversos países se reunieron para no dejar morir la idea bolivariana y retomar su propuesta de
unidad. Vale mencionar a algunos de los pensadores que destacaron durante esa
centuria; el chileno Francisco Bilbao, el
uruguayo José Enrique Rodó, los argentinos Juan Manuel de Rosas, Juan Bautista Alberdi y Felipe Varela, el
puertorriqueño José María de Hostos, el hondureño Francisco Morazán, el
colombiano José María Torres Caicedo y José Martí, el apóstol de la
independencia de Cuba.
A finales del siglo XIX, en 1880 Estados Unidos comienza a concretar el
concepto de panamericanismo. Aspiraba a crear una unión con doble propósito,
económico y político. Por un lado establecer una unión aduanera y por otro, un
sistema de arbitraje en el cual asumía papel de juez y arbitro en las
Américas. En ese contexto, se efectuó la
primera reunión panamericana en 1889 con la asistencia de 17 naciones latinoamericanas
además del anfitrión, sin embargo ninguna de las dos propuestas que presentó
Estados Unidos fue aprobada. A pesar de ello, se sancionó la creación de la
Unión Internacional de Repúblicas Americanas. Con ello se inició la práctica de
estos cónclaves, que se realizaron 9 veces de manera regular, 2 de forma
extraordinaria además de tres reuniones de consultas de cancilleres. En la IX
conferencia realizada en Bogotá en 1948 se creó la Organización de Estados
Americanos (OEA), un año antes había surgido el Tratado Interamericano de Asistencia
Recíproca (TIAR). Aparentemente, la idea bolivariana había quedado sepultada.
En la segunda mitad del siglo XX la revolución cubana, la Unidad Popular
en Chile, la revolución sandinista y el movimiento de la Nueva Joya en Granada
estremecieron el manto de opresión que se desplegó como un todo en el
continente. Así mismo, militares y civiles nacionalistas y democráticos y con
sentido de patria grande manifestaron desde el poder propuestas para acercar a
nuestros pueblos. Juan Domingo Perón en Argentina, Jacobo Arbenz en Guatemala, Joao Goulart en
Brasil, Juan Velasco Alvarado en Perú, Juan Bosch en República Dominicana, Juan
José Torres en Bolivia y Omar Torrijos en Panamá fueron expresión de esa oleada
de rebeldía en la búsqueda de construir alternativas al dominio estadounidense.
Sin embargo, los pueblos luchaban aislados y sus gobernantes seguían los
dictados de Washington, lo que ha creado un caldo de cultivo para mantener la
hegemonía imperial.
Al cerrar el siglo pasado se había logrado sobrevivir, éramos, -a pesar
de cinco siglos de agresión desde la llegada de los españoles- naciones
independientes, pero subordinadas política y económicamente, era evidente que se necesitaba - al finalizar el siglo XX y en vísperas del
inicio del XXI- nuevas formas de organización que asumieran las negativas
experiencias de lo ocurrido en el
pasado. .
Al concluir la anterior centuria, se escuchó un primer grito de alerta y
rebelión, fue el de los zapatistas en México, en 1994, ese clamor estremeció no sólo a la región, se
sintió en todo el mundo en momentos en que se había profetizado el “fin de la
historia”. Desde el norte se respondió con una propuesta neoliberal, que
significaba exclusión, marginación de las mayorías, privatización de los
recursos naturales, la educación, la salud y la seguridad social. Los gobiernos
de entonces aceptaron sumisamente tal proyecto que en el plano político militar
asumía al pueblo como su enemigo.
Venezuela bajo el liderazgo y conducción del Comandante Hugo Chávez
comenzó a cambiar esa perspectiva. Chávez se
propuso transformar esta estructura injusta y, dar inicio a la
recuperación del sueño bolivariano, para convertirlo en el proyecto bolivariano que había quedado
truncado en 1830.
Venezuela empezó a ser libre en materia petrolera, el propio presidente
Chávez hizo un gran esfuerzo para hacer renacer la Organización de Países
Exportadores de Petróleo (OPEP), en la que Estados Unidos había logrado separar
y dividir a sus miembros, para que no tuvieran
una posición conjunta. El Comandante Chávez visitó uno por uno a todos
los líderes de los países productores de petróleo y logró que se hiciera
-después de casi 20 años- una nueva cumbre de la OPEP en Caracas, cambiando la
perspectiva energética mundial. Estados Unidos no podría seguir sentando las
bases y marcando las pautas del comportamiento de los países productores. A
partir de eso, Chávez visualizó que Venezuela, poseedor de la mayor reserva de
petróleo del planeta, debía usarla como instrumento de liberación, para la Independencia,
para la solidaridad y la integración de nuestros pueblos. El petróleo debía ser
en el siglo XXI la sangre que derramaron los soldados venezolanos en el siglo
XIX bajo el liderazgo de Bolívar y Sucre.
Cuando se emite el concepto de energía, el mismo no se está limitando a petróleo, porque nuestra región
posee importantes existencias de gas y las mayores reservas de agua y oxígeno
del mundo. Era menester, entender que había que proteger esos recursos, ponerlos
al servicio de los pueblos, y de su Independencia, ya no sólo la política,
lograda a comienzos del siglo XIX, también la económica, lo cual pasaba por
construir una idea de integración no subordinada a poder mundial alguno.
Otros pueblos de América Latina por su lado también comenzaron a tener
sus propios procesos de toma de conciencia y emancipación y así vino una
avalancha de victorias populares con los triunfos de Kirchner en
Argentina, Evo Morales en Bolivia, Lula
en Brasil. Daniel Ortega en Nicaragua, Rafael Correa en Ecuador, René Preval en Haití, y Tabaré Vázquez en
Uruguay, entre otros, lo que dio inicio a una nueva ola de democracia. Así, se
empezaron a establecer vínculos, comenzó una era de conocerse y acercarse,
comenzó una época de entender que las necesidades eran las mismas, que las
economías de la región eran complementarias,
y que si se lograba establecer un tipo de comercio justo y equitativo
entre los países de la región se podía ampliar el espacio de libertad política
conquistado. En la medida del tiempo se fueron sumando otros países con
gobiernos que tal vez tienen un mayor grado de relación con el imperio pero que
finalmente, la fuerza de la necesidad y la crisis que agobia al mundo los ha
llevado al acercamiento con sus pares de Latinoamérica y el Caribe.
Ese es el contexto de la derrota del ALCA en Mar del Plata en 2005 y la
creación de condiciones para la fundación de Unasur y Celac, el fortalecimiento
de Mercosur y otras iniciativas de integración y/o concertación política
regional y subregional
Bolívar mencionaba la necesidad de comunicaciones más frecuentes y
relaciones más estrechas cuando finalizara la guerra de Independencia. Con
ello, se refería seguramente a lo que se ha comenzado a construir hoy entre
nuestros líderes, gobiernos y pueblos.
Él no pudo dedicarse plenamente a ese objetivo porque las ambiciones
mezquinas de las oligarquías pudieron más en las naciones recién
independizadas.
En la Carta de Jamaica, El Libertador da su opinión sobre cuáles eran
las condiciones que permitieron desencadenar la lucha por la Independencia y
hace una caracterización de cada uno de las naciones americanas en guerra.
Enseñaba, que porque somos diferentes, somos fuertes, ¿qué nos han enseñado? Lo
contrario que somos débiles porque somos diferentes.
Es de gran actualidad y relevancia el párrafo donde refiere que “Porque los sucesos hayan sido parciales y alternados, no
debemos desconfiar de la fortuna. En unas partes triunfan los independientes,
mientras que los tiranos en lugares diferentes, obtienen sus ventajas, y ¿cuál
es el resultado final? ¿No está el Nuevo Mundo entero, conmovido y armado para
su defensa? Echemos una ojeada y observaremos una lucha simultánea en la misma
extensión de este hemisferio”
Bolívar nos enseña el valor de la diversidad, la idea que en
el “Nuevo Mundo entero” no todos luchan por la Independencia, también los
tiranos sacan sus ventajas, pero le da suprema cuantía al hecho de que todos
están conmovidos y armados para su defensa. Esto fue válido en la lucha por la
independencia política, lo es hoy en la lucha por la independencia económica.
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