La caída de Roma dio
origen a una nueva era en la historia: el Medioevo. Pero entonces no había
armas nucleares ni amenaza de destrucción ecológica. ¿Qué futuro espera hoy a
la especie dudosamente autocalificada de“sapiens”?
Arnoldo Mora Rodríguez / Especial para Con Nuestra América
La globalización está
acabando con las fronteras. Este fenómeno solo es comparable a lo que le
sucedió a la Roma Imperial en su último siglo de existencia (siglo V) y que
culminó con su caída. Roma no pudo sostener sus fronteras; estás fueron
pulverizadas por pueblos circunvecinos cuyos (re)sentimientos inspiraban ansias de venganza y voluntad de
lucha por preservar su soberanía. Solo quedó entonces una institución en pie:
la Iglesia de Roma, guardiana de la cultura clásica y jerárquicamente
organizada según el derecho romano. Al siglo siguiente surgiría una nueva era:
la Edad Media. El enfrentamiento actual entre
naciones occidentales y periféricas reviste no pocas similitudes. En lo
que a Europa se refiere, basta ver lo que está pasando en el Mediterráneo,
donde en el último año más de 6 mil desesperados emigrantes encontraron en sus
aguas la sepultura. El triunfo del Brexit se originó en el temor de los ingleses a una supuesta e incontrolable ola
migratoria; pronto se arreglarán con la Unión Europea en materia financiera pero manteniendo cerradas las fronteras hacia
la migración.
La historia demuestra
que eso es un intento tan inútil como criminal. Los pueblos periféricos son
mayoría; nada ni nadie los detendrá; pulverizarán las fronteras, como hicieron
los pueblos germánicos en el último siglo del Imperio Romano, como lo hicieron
los árabes en el siglo VII, o las invasiones del Gengis Khan más tarde.
Simplemente por una razón demográfica. Hoy Occidente representa tan solo un 15%
de la población mundial y el descenso
vertiginoso de la población continúa indetenible, mientras los países
periféricos crecen exponencialmente. La diferencia con Roma está en que la
insurrección de los sectores marginados se da también al interior de los
propios países metropolitanos. Los afrodescendientes que en Dallas o Baton Rouge
liquidan a policías blancos, lo mismo que
el franco-tunesino que en Niza perpetró una masacre, se sienten
marginados. Hablan el idioma local, han frecuentado sus escuelas y colegios,
poseen los mismos derechos ciudadanos que los blancos, pero se sienten repudiados,
viven en el mismo país pero en dos mundos diferentes.
Sin embargo, la
situación en Francia y Estados Unidos es diferente. En Francia los musulmanes
(10% de la población) no tienen un proyecto político definido. Por el
contrario, los afrodescendientes en Estados Unidos tienen un mentor: Malcom X, quien les proponía tomar el poder. Para lograr su propósito
deben forjar alianzas con otros sectores marginados, como los latinos. La
demografía los favorece. Hoy los latinos son el 17% de la población y los
afrodescendientes el 13%; juntos constituyen un tercio de la población; en la
segunda mitad de este siglo serán la mayoría. Cada bala de un policía blanco
que asesina a un negro o a un latino desarmado, está asesinando el “sueño” de
Martin Luther King y dándole la razón a Malcom X. La histérica reacción de
fanáticos blancos en el campo político (los republicanos en Estados Unidos y el
Frente Nacional en Francia), no hace sino reforzar a los extremistas de la
acera del frente. La intervención militar con fines geopolíticos y comerciales
de las potencias occidentales en el Medio Oriente nutre el fanatismo islámico.
La caída de Roma dio
origen a una nueva era en la historia: el Medioevo. Pero entonces no había
armas nucleares ni amenaza de destrucción ecológica. ¿Qué futuro espera hoy a
la especie dudosamente autocalificada de“sapiens”?
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