México está viviendo ya
los enfrentamientos propios de un inicio de guerra civil o de insurrección
bastante generalizada. Con una novedad grande: que en México no se presentaban
en tales condiciones desde 1910, tampoco en la solidez organizativa y en su
visión del futuro de los movimientos sociales y de determinados partidos.
Víctor Flores
Olea / LA JORNADA
Hace unos cuantos días,
por azar, escuché Conclusiones, programa de CNN, con la entrevista a una
estadunidense que participaba y que incluso tal vez dirige una asociación de
carácter mundial antiterrorista ¿también europea? Lo excepcional de esa
entrevista es que con abundancia de razones, la directiva explicó que las
muertes de policías blancos a manos de otros afroestadunidenses revelaba que
Estados Unidos vivía ya una etapa de insurgencia revolucionaria y que esos
crímenes, en cierta forma venganza por las abundantes muertes de
afroestadunidenses en todo el territorio de ese país, eran en cierta forma la
confirmación de la hipótesis. La entrevista reforzaba sus argumentos
describiendo una verdadera lucha de clases, que incluía los temas del racismo,
la pobreza, el desequilibrio abismal en materia de ingresos, de oportunidades de
salud, de educación, de alojamiento, etcétera. En verdad este conjunto de
factores, que sufrirían abismalmente la gente de color y los latinos pobres
habría llegado a un extremo que explicaba lo inexplicable: el ataque con armas
mortales a distintos grupos estadunidenses.
Si a la situación
añadimos la candidatura de Donald Trump y sus estupideces a la Presidencia de
ese país, que no está eliminado automáticamente de la carrera a la Casa Blanca,
por supuesto el enorme hoyo negro sangriento que existe hoy en Estados Unidos,
agregado Medio Oriente, la gran crisis actual europea, que se había considerado
hasta hace poco un lugar de cultura capaz de establecer equilibrios racionales
con Estados Unidos, más los golpes de Estado latinoamericanos (Brasil, Argentina,
y probablemente Venezuela, cuando menos), nos encontramos con un mundo poco
menos que invivible.
Naturalmente, México no
escapa a esta descripción siniestra de nuestro tiempo. Al contrario, entramos
de pleno derecho a uno de sus aspectos principales. En efecto, para no ir muy
lejos, en septiembre de 2014, con los 43 desaparecidos en Iguala, nos
instalamos de lleno en este mundo enfrentado en una renovada lucha de clases,
pero que implica también la abundancia de la corrupción y de una explotación
abusiva y prácticamente ilimitada de los pobres.
Por supuesto que, en
definitiva, el país vive con enconos muy graves desde hace un buen número de
años, enconos que se han recrudecido por muchos motivos, entre los cuales
habría que mencionar la “guerra contra el crimen organizado” del ínclito Felipe
Calderón. Pero naturalmente, las tensiones y los motivos de enfrentamiento han
subido de intensidad, con nuevos factores, como la corrupción superlativa, no
sólo la oficial, sino la privada, el incremento de los muy ricos y de los muy
pobres, los delincuentes incendiando los cadáveres de 43 jóvenes prácticamente
sin dejar rastro, los funcionarios públicos mintiendo o con graves
inexactitudes o mentiras prácticamente cada vez que abren la boca, además de
que la incompetencia de los altos funcionarios públicos es casi proverbial
(hoy, para citar un nombre y no abusar de la lista: Aurelio Nuño Mayer).
Si mencionamos en el
primer párrafo de este artículo a una funcionaria de una asociación
antiterrorista internacional, según la cual en Estados Unidos habría comenzado
ya la guerra civil, ¿imagínense ustedes lo que tendríamos que decir de México:
Ayotzinapa, el estado de Guerrero en su conjunto, Michoacán e infinidad de
lugares en el sureste y en el norte del país, en las dos costas, etcétera. Los
enfrentamientos, terribles y multiplicados a más no poder, seguramente denotan
problemas locales de mucho tiempo, pero la explicación profunda está en la
explotación generalizada del trabajo, en condiciones abusivas, que producen miseria
extrema, hasta otras de carácter, digamos, más sutil que atentan y niegan sobre
todo los derechos humanos y laborales establecidos desde hace tiempo en la
Constitución de la República y en la entera legislatura el país.
Siguiendo esta lógica
podríamos decir entonces que México está viviendo ya los enfrentamientos
propios de un inicio de guerra civil o de insurrección bastante generalizada.
Con una novedad grande: que en México no se presentaban en tales condiciones
desde 1910, tampoco en la solidez organizativa y en su visión del futuro de los
movimientos sociales y de determinados partidos. Con otra novedad: que las
movilizaciones correspondientes, por ejemplo contra los muy posibles crímenes
de Iguala, o las gigantescas movilizaciones del magisterio en todo el país, nos
hablan de una capacidad organizativa y de una resistencia no habituales, además
que sería necesario mencionar la inteligencia con que han planteado sus luchas.
Sin duda, estas son algunas de las virtudes innegables de este México nuestro
en insurrección, mientras el gobierno está muy lejos de reconocer a cabalidad
estos fenómenos: ¿lucha de clases? Por supuesto que sí, y atmósfera
insurreccional o preinsurreccional, también. Entre tanto el gobierno sigue
jugando a las mentiras y a los cataplasmas, cuando se trata ya, seguramente, de
cirugías mayores que el pueblo necesita y reclama.
Sin embargo, los
recientes contactos que se han establecido entre la Secretaría de Gobernación y
los representantes de la CNTE, así como una cierta tregua abierta al paso de
vehículos en determinadas carreteras, hacen presumir algunos pasos positivos en
favor de una distensión. Pero no quememos etapas: la situación sigue siendo
enormemente explosiva, y si no es manejada por los representantes gubernamentales
con importante tacto político, seguramente nos dirigimos a situaciones mucho
más complicadas e imprevisibles.
Sobre todo las cuestiones
verdaderamente de fondo que asolan al país: los abismos entre riqueza y
pobreza, y la ausencia de oportunidades para los excluidos. Tal es el problema
medular, y si no se rompe ese nudo gordiano vamos a navegar pronto en mares
procelosos. El planteamiento está formulado y las avenidas a la vista y son
difíciles, pero no imposibles. Sin embargo, mientras el gobierno sólo vea la
perspectiva de los engaños y las armas, el país no tendrá salvación: más bien
se cumplirá el vaticinio ya formulado en artículos anteriores: la conversión de
la nuestra en una sociedad tremendamente militarizada (que ya ha comenzado), lo
cual sería un desastre mayúsculo para todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario