Las revoluciones son los momentos políticos e
históricos excepcionales que buscan justamente quebrar la tendencia secular al
conformismo, especialmente cuando los hijos de la época deciden modificar, en
conjunto con los subalternos, la estructura de los sempiternos dominadores. Son
los momentos de los Zapatas, de los Sandinos, de los Castros, de los Allendes,
de los Chávez y un largo etcétera.
Juan Carlos Gómez Leyton / Especial para Con Nuestra América
Desde Santiago de Chile
“La revolución era una suerte de leyenda
olvidada”
Saldomando, 2016.
“Están los hijos
de puta y los hijos de la época. Los primeros tienen el talento de sacarle el
jugo a la vida, por cualquier medio. Los segundos la sufren, la viven y a veces
tratan de hacerla mejor, como puedan. Se requieren talentos distintos qué duda
cabe, sin embargo, cualquier consulta de libros de historia, incluida La
Biblia, indica que los hijos de puta están infinitamente mejor dotados y son
más eficaces que el resto a pesar de ser mayoría...”: con esta brutal distinción Ángel Saldomando
da inicio a su novela La última revolución (Ed. Forja,
Santiago de Chile, 2016), en la cual narra las vivencias que experimentan unos
y otros, teniendo como telón de fondo la historia social, política y cultural
de un país latinoamericano y caribeño, no nombrado, pero si identificado, por
sus accidentes geográficos, clima y vegetación, como por su accidentada
historia política reciente. País que tiene el privilegio de haber realizado la
última revolución del siglo XX.
Por cierto, la
novela, la podemos localizar en ese amplio campo literario que constituye la
novela histórica latinoamericana, en donde la ficción y la realidad se combinan
con el objeto de reflexionar sobre el devenir político de nuestras sociedades,
analizar el comportamiento ético y político de hombres y mujeres,
especialmente, de aquellos que se relacionan activamente con el poder. Con el
poder hacer y deshacer. Por eso, se trata de una novela histórica y política
muy vigente y pertinente que ayuda a comprender los procesos revolucionarios no
solo de ayer sino también los actuales. En esa dirección la novela de
Saldomando hace parte de la novela histórica latinoamericana del siglo
XXI.
Como digo, la
novela centrada en los tiempos ulteriores y decadentes de la última revolución
triunfante latinoamericana del siglo XX; “la última de la guerra fría”, le
permite a Saldomando, ir mostrando a través de un relato ameno y sencillo,
cargado de reflexiones histórica y políticas, las transformaciones operadas en
la existencia de hombres y mujeres que viven en un momento histórico
extraordinario, complejo, difícil, turbulento, incierto, contradictorio,
intenso, confuso como son los tiempos
que se agitan durante una revolución y de una posrevolución. Allí, se constata
como algunos “hijos de la época”, excombatientes de la liberad y dirigentes
activos de la revolución, mutan en “hijos de puta”. Cuantas novelas históricas
escritas para dar cuenta de las vicisitudes de la vida en tiempo de revolución
hemos leído y en la mayoría encontramos el mismo “leitmotiv”: trazar, dibujar,
recrear e inmiscuirse en la vida de los protagonistas de la revolución para
marcar y subrayar la división social y antropológica anunciada, tal vez, sin
mayores pretensiones teóricas, al inicio de la novela: la distinción entre los
“hijos de puta” y los “hijos de la época”.
Esta distinción
está directamente vinculada con el ejercicio en sus distintas dimensiones
sociales, políticas y culturales, ya sea, micro y/o macro del poder. Es este
ejercicio lo que lleva a Ángel Saldomando, a identificar a los “hijos de puta”
y a los “hijos de la época”. Los cuales, confrontados dialécticamente, algo
semejante, diríamos, a la lucha de clases, constituyen, un nuevo motor de la
historia en las sociedades de Nuestra América.
Parafraseando a Marx y Engels, podríamos decir, que la historia de
Nuestra América desde la revolución de independencia hasta nuestros días es la
historia de las luchas entre los “hijos de puta” y los “hijos de la época.
Por esto último,
el inicio de la novela de Saldomando, interpela de inmediato al lector. Este perplejo y sorprendido interrumpe la
lectura. Y, tal vez, por algunos largos segundos piensa, primero, en qué grupo
se ubica y, luego, piensa quienes son los primeros y quienes son los segundos.
Pues, la dicotomía presentada es una suerte de invitación a pensar nuestra
historia. En especial en aquella revolución social fracasada o derrota de los
años setenta. Suspendido de la memoria, el lector, se da el trabajo identificar
aquellos hombres y mujeres que ubicaría, por un lado, entre los “hijos de puta”
(HDP) y, por otro, aquellos que serían los “hijos de la época” (HDE).
Al contrario de lo
que sostiene Saldomando, los HDE son muchos menos que los HDP, estos son los
más. Pero en verdad tiene razón en un
punto, el considerar que "toda persona nace con el potencial de pasar de
un estado al otro". Esto es muy cierto, pero tiendo a pensar, que hay
muchos que nacen HDP y que difícilmente a lo largo de su existencia pasaran a
ser, HDE. Histórica y sociológicamente ha sido más fácil que los que nacen HDE
pasen a ser HDP que al revés. Piense y construya su propia lista. Y, podrá
comprobar que tengo razón. Nadie podrá negar ni desmentir que es más fácil ser
HDP que HDE.
En mi lista
imaginaria, por cierto, para nada objetiva; tal vez, la suya, sea muy distinta
a la mía, todo depende de cómo miremos y con qué criterios seleccionamos a unos
y a otros. Mi lista imaginaria crece, sin mayores problemas entre los primeros.
Se vuelve pedregosa, avanza a tropiezos, con muchas dificultades, en la
segunda. Al cabo de un rato, me vuelve a sorprender, pues constato que muchos
de los que he identificado como “hijos de la época”, con el transcurrir del
tiempo fueron engrosando la lista de los "hijos de puta". Al
finalizar del recorrido imaginario, de varias horas nocturnas, la lista de
estos últimos superaba ampliamente a los hijos de la época. Estoy seguro, si ya
leyó, el libro de Mónica Echeverría: Hágame Callar, tendrá una ayuda de memoria
muy útil para identificar a muchos HDP actuales.
Al final,
descontando a las mujeres y a los hombres que fueron asesinados, desaparecidos,
exiliados, torturados, encarcelados en los primeros días, meses y años de la
contrarrevolución de 1973, realizada y apoyada supuestamente por los verdaderos
e históricos "hijos de puta” de este país, la lista de los "hijos de
la época" vinculados con la revolución derrotada (1910-1973), quedo
reducida, muy reducida, extremadamente, reducida. Para que decir, de la lista
que se puede construir, con los “HDE” que lucharon en contra de la dictadura.
Esta no es reducida sino mínima. A lo largo de los últimos 26 años, esos
pasaron engrosar y abultar la lista de los HDP. Las transiciones a la
democracia, como las actuales democracias neoliberales, fueron tiempos
propicios para la transformación o mutación de los HDE, en HDP, y ellos son los
que están a cargo de la historia actual.
La novela de
Saldomando se lee con pausa, con cierta lentitud reflexiva, pues muchos de sus
párrafos invitan a pensar, uno se va deteniendo en “diversas estaciones
reflexivas” y como no hacerlo cuando escribe: "Tulio era un peón de
hacienda, no conocía otra vida. Cuando repartieron la tierra por la reforma
agraria, se integró a una cooperativa, pero continuó siendo peón: hacía lo que
le decían los encargados. Cuando estalló la guerra, siguió las ordenes de
producir y defender la tierra. Era lo único que conocía. Cuando acabó la
guerra, vino la paz como las estaciones. La cooperativa se disolvió y la tierra
quedó en nuevas manos. Don Adalberto era su nuevo patrón, un hombre destacado
porque con él comenzó la reforma agraria". Luego de leer este párrafo, no
puedo dejar de pensar en tantos “Adalbertos” chilenos que hoy arrepienten de
haber iniciado, hace 49 años, la reforma agraria en Chile. Sobre todo, el haber
atentado contra la sacrosanta propiedad privada, que incluso no son capaces de
nombrar dicho concepto cuando rememoran el proceso de cambio de la tenencia
agraria en el país.
Este punto daría
para escribir largo. Lo dejaremos para otra oportunidad. Me interesa dar cuenta
de otras pausas reflexivas que Saldomando va introduciendo a lo largo de su
relato, por ejemplo, el que da cuenta de la permanente y nunca resuelta tensión
entre la América morena profunda con la modernidad: "la historia logró a
su manera mezclar el pasado profundo con los sedimentos más recientes, creando
un mosaico de imágenes sin orden. Un orden sempiterno dictatorial había caído
por un sismo revolucionario y luego había depositado su lava ardiente en una
playa desconocida de democracia y modernidad importada, donde sus habitantes se
consumían y gesticulaban".
En este párrafo el
autor nos da cuenta del largo conflicto entre lo autoritario y lo democrático,
en donde lo primero siempre ha llevado las de ganar en la región. ¿Acaso, la
última revolución acontecida, aquella que se hizo con las armas en la mano, no
ha terminado en una suerte de dictadura democrática, a cargo de un HDE
transformado en HDP? En cuántos países
de nuestra américa la “desconocida democracia” solo ha sido un espejismo, una
utopía traicionada, una doncella violada, ultrajada y prostituida por los HDP.
En efecto, la
democracia en Nuestra América, ya sea que emerja desde violentos procesos
políticos revolucionarios insurreccionales o desde “pacíficos” procesos
institucionales se han transformado por la decisiva intervención de los HDP en
corruptos regímenes políticos. Ejemplo de ello es la ruta política seguida casi
por la mayoría de las democracias latinoamericanas constituidas durante la
década de los años ochenta del siglo pasado. Estas tuvieron diversos adjetivos
que calificaban sus distorsiones como, por ejemplo, la democracia protegida, la
democracia delegativa, la pseudo-democracia, la democracia hibrida, y un largo
etcétera.
A pesar que desde
finales del siglo XX se inicia en algunos países de la región un nuevo proceso
revolucionario de carácter institucional con el objeto de democratizar las
malas democracias latinoamericanas. La revolución bolivariana en Venezuela; la
ciudadana en Ecuador y la democrático cultural en Bolivia que instalan la
democracia social participativa como la configuración de nuevas formas
estatales como el estado plurinacional, no han podido demoler los profundos
cimientos y pilares que sostienen la arraigada cultura política autoritaria;
que practican tanto las clases dominantes como los sectores subalternos. En
otras palabras, la cultura autoritaria une tanto a los HDP como también a los
HDE.
Por otro lado,
muchos de los gobernantes y actores políticos que asumieron posiciones
políticas progresistas durante el ciclo anti-neoliberal latinoamericano
(1998-2015) iniciaron la metamorfosis que los convirtió, para desgracia de sus
pueblos, en HDP. La lucha política entre
unos y otros, el drama político expuesto en los últimos años en algunos países
del Cono Sur. Pero, también en el mundo andino como en centro américa.
Evidentemente, que los HDP que conducen el actual proceso de recuperación del
poder político para las tendencias conservadoras y neoliberales aprovechan las
oportunidades políticas que construyen los HDP, supuestamente progresistas. La
destitución de Dilma Rousseff, anteriormente de Fernando Lugo y un poco antes
de Manuel Zelaya. Son expresiones de la fuerza política que los HDP despliegan
por la región.
América Latina y
el Caribe es la región de los sueños, de las ilusiones posibles y de ensayos.
De solidaridades. Se trata de un continente de la incertidumbre. Donde todo
puede cambiar en breve tiempo, pero, con la misma velocidad, volver todo a lo
mismo. En una dialéctica histórica sin síntesis. Donde no queda otra cosa que
adaptarse para sobrevivir. “Las cosas han cambiado para todos. No solo aquí.
Hay que adaptarse. En todas las épocas turbulentas pasan estas cosas. Grandes
sueños, grandes desilusiones, porque no se puede realizar todo. Es la ley de la
historia”. Eso más que adaptación es el conformismo tradicional más que una ley
histórica, puesto que estás no existen. Actualmente, el conformismo o la adaptación
se traduce en aquello tan extendido para justificar lo existente: “es lo que
hay”. Cuanta mierda hay detrás esa afirmación. Todos los días la escuchamos. Y,
todos los HDP, lo repiten una y otra vez, para convencer a los HDE que no se
puede hacer nada contra la inercia política e histórica.
Las revoluciones
son los momentos políticos e históricos excepcionales que buscan justamente
quebrar la tendencia secular al conformismo, especialmente cuando los HDE
deciden modificar, en conjunto con los subalternos, la estructura de los
sempiternos dominadores. Son los momentos de los Zapatas, de los Sandinos, de
los Castros, de los Allendes, de los Chávez y un largo etcétera. Ellos expresan
las ansias de libertad, la igualdad como la solidaridad. Hace doscientos años
que los subalternos de Nuestra América luchan por lograr aquello que los HDP
han expropiado y monopolizado en su beneficio propio.
En la medida que
se avanza por la novela de Saldomando que narra la historia política y de las y
los hombres de carne y hueso del país que realizo la última revolución de siglo
XX. No dejó pensar, en Gabriel García Marquéz, quién narra a través del
realismo mágico los cien años de soledad. Saldomando, narra con profundo
“realismo político” la soledad de la revolución y de las y los revolucionarios.
Especialmente, de las dos últimas revoluciones del siglo XX. Una nacida a punta
de votos y la otra punta de tiros. Paradojalmente, la primera fue derrotada a
bombazos y a tiros y la segunda, a punta de votos. Habrá que sacar las
lecciones de esa historia. Pues, no se construyen revoluciones solo a punto de
tiros, ni tampoco a punta de votos. La optima combinación entre “tiros” y
“votos” deben darle continuidad los actuales procesos revolucionarios que hoy
por hoy se encuentran estancados o sofocados por la arremetida de la reacción
neoliberal y conservadora en la región. Pero también evitar que dichos procesos
sean capturados y conducidos por las y los HDE que corrompiéndose ante el poder
de los HDP empresariales, militares, comunicacionales, mercantiles, religiosos
y políticos, terminen entregando el poder a los de HDP de siempre. Esa ha sido
la dialéctica histórica de Nuestra América. Pues, “las historias del poder ¿son
siempre las mismas en todas partes? El poder de unos sobre otros es una vieja
historia, solo cambia el tiempo, la manera y las justificaciones”.
Es, justamente,
esta vieja historia que nos hace sostener categóricamente que, en Nuestra
América, aun no se producido la última revolución, a pesar de lo que digan y
sostengan, los HDP, que hoy dominan y tienen el control del poder en nuestras
sociedades. Aún es tiempo para los perdedores.
Santiago Centro, julio 2016
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