Toda esta locura
acontece en un país donde se pueden comprar armas de grueso calibre en un
supermercado. Donde en Texas ya es posible para cualquier ciudadano, exhibir
públicamente el armamento que fácilmente ha podido comprar. Y donde perturbados
con armas entran a escuelas, centros comerciales, trenes del metro y conjuran
sus frustraciones matando a discreción.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
La imagen que los
Estados Unidos de América proyectan al mundo podría condensarse acaso en dos
ideas básicas: es un país libre y democrático y el sueño americano está al
alcance de los que trabajan duro. Imagen autocomplaciente que no se condice con
la vida cotidiana en el imperio. Hace unos días, un afroamericano enloquecido
por la rabia que le provocó el asesinato de dos afroamericanos por policías en Luisiana
y Minnesota, tomó un fusil de asalto mató a cinco de ellos y dejó heridos a
otros seis. El racismo ha provocado una ola de asesinatos de negros a manos de
policías. Un veterano de la guerra de Afganistán tomó venganza en una marcha de
protesta contra los execrables crímenes.
Ya es un tema común en
las ciencias sociales analizar la decadencia estadounidense. Agobiado por sus
necesidades militares, endeudamiento, estancamiento productivo, crisis
provocadas por el capital ficticio (financiero), el imperio ve crecer a China,
a la Unión Europea (Alemania particularmente) y cada vez más parece ser un
gigante enfermo. Pero su decadencia también se expresa en sus entrañas. Estados
Unidos de América es el país con el mercado para la droga más grande del mundo.
Eso arrastra al abismo a México, al triangulo norte de Centroamérica y otros
países en Sudamérica. En 2010 se calculaba que el 6.3% (aproximadamente 19
millones) de la población mayor de 12 años,
consumía opioides, tranquilizantes y estimulantes y 78 millones
aceptaban haber fumado mariguana alguna vez. Días atrás en Ottawa, Obama le pidió a Peña Nieto que
redoblara el combate contra la producción de Amapola. Peña Nieto seguramente no le dijo a Obama que
combatiera el creciente consumo de heroína en su país: 11 mil estadounidenses
murieron por sobredosis de heroína en 2014 en comparación de los 3 mil en 2010 y 1,842 en 2000. La causa
de ello es la creciente prescripción de opiáceos a pacientes con dolor, lo cual constituye un negocio notable para las
empresas farmacéuticas.
Micah Johnson, el
desquiciado veterano que mató a los cinco policías en Dallas no es un caso
aislado. Más de 8 mil veteranos de guerra se suicidan anualmente en los Estados
Unidos de América: 22 al día. Estos se suman a los que se han suicidado en la
misma guerra en Irak o Afganistán. 900 mil veteranos se encuentran desempleados
y 75 mil son indigentes callejeros. El Departamento de Veteranos recibió en
2014, 849 mil llamadas telefónicas de veteranos desesperados y en el umbral del
suicidio. Triste fin de aquellos y aquellas a los que les dijeron que viajarían
miles de kilómetros para defender la democracia y la libertad en su país. Y
toda esta locura acontece en un país donde se pueden comprar armas de grueso
calibre en un supermercado. Donde en Texas ya es posible para cualquier
ciudadano, exhibir públicamente el armamento que fácilmente ha podido comprar.
Y donde perturbados con armas entran a escuelas, centros comerciales, trenes
del metro y conjuran sus frustraciones matando a discreción.
No cabe duda, es un
imperio enfermo y desgarrado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario