Vivimos un tiempo en el
que el sistema existente está podrido y cayéndose y en el que crece la
desafección de las masas. No obstante, también es un tiempo en el que las
‘alternativas’ parecen lejanas y etéreas. Lo que está perfectamente claro es
que el mero deterioro y derrumbe no son suficientes para provocar una rebelión
popular masiva y para construir una sociedad justa.
James Petras / Rebelion
El orden constitucional
de Estados Unidos –tal como hoy existe–, basado en marcados contrastes,
enfrenta una profunda crisis de legitimidad. Estados Unidos está dividido entre
1) un Estado policial-judicial-presidencial muy arraigado en lucha contra la
sociedad civil organizada en comunidades de base afroestadounidenses, hispanas
y de trabajadores desamparados; 2) una policía federal, una justicia, un
departamento de Estado y un despacho presidencial, todos ellos corruptos,
enfrentados con un sistema constitucional y legal sustentado por una vasta
mayoría de ciudadanos; y 3) un sistema de elección presidencial amañado en
contra del consenso y aprobación de la mayoría del electorado.
La división de la
sociedad estadounidense es mucho mayor que lo que marcan las ‘opiniones’
recogidas en sondeos y mediciones.
La polarización ha
encontrado la forma de expresarse en las manifestaciones masivas en la calle,
los votos de rechazo y los ataques violentos. Todos ellos, ¿están marchando
hacia un levantamiento de ámbito nacional? Los funcionarios públicos describen
la situación como “un polvorín a punto de estallar”.
El bazar de las caras
torcidas
La elite gobernante
simula que controla la polarización. El presidente Obama se enreda en una
retórica estéril que no impresiona a nadie.
La corrupción, el engaño
y la traición en las altas esferas son tan rampantes que la complicidad
compartida se ha convertido en la señal de pertenencia. Los ciudadanos más
activos niegan la legitimidad de todos los políticos y los rechazan
considerando que son “todos corruptos”.
El sistema electoral es
un gigantesco bazar de sonrisas torcidas, escandalosas necedades y promesas
vacías... incumplidas antes de ser formuladas.
Si los tribunales, el
proceso electoral y el Estado policial actúan como un triunvirato al que no
puede acceder la vasta mayoría de la ciudadanía estadounidense, el pueblo
apelará a otros procedimientos y otras voces para desafiar a la tiranía de la
elite y cambiar la situación.
El polvorín está dentro
de Estados Unidos
El público estadounidense
viene sufriendo dos décadas de caída del nivel de vida e inestabilidad,
mientras que la elite acumulaba una inmensa concentración de riqueza,
privilegio y poder. La espera pasiva y la paciencia se están acabando; las
promesas de un futuro mejor caen en oídos sordos y las sonrientes insignificancias
son recibidas con rostro sombrío.
El primer signo del
“polvorín a punto de estallar” empezó con un fuerte petardo. La juventud con
esperanzas dio un giro para apoyar a un ‘socialdemócrata’ de la propia casa y a
un ‘patriota nacionalista’ de la casa de al lado. ¡Los petardos partieron,
chisporrotearon y murieron! Prometiendo meter a sus seguidores dentro del
corral demócrata, Sanders se derritió en el abrazo carnal de la ‘reina del
caos’, la candidata de décadas de engaño y decepción. Mientras tanto los
patriotas trabajadores seguidores de Trump se convirtieron en porteros de
banqueros, vendedores de Biblias puerta a puerta y mercachifles republicanos.
La farsa electoral no ha
conseguido mojar la pólvora. Hay demasiados fuegos ardiendo en todo el territorio
y demasiados pirómanos con ganas de encender la mecha.
Desenmascarados los
falsos profetas de la justicia
A diferencia de la
‘explosión’ electoral que echaba chispas en medio del rencor de los votantes,
las comunidades negras y morenas no siguieron las consignas de marcha de los
políticos estafadores, jueces y jefes policiales. No obedecieron a los falsos
profetas políticos. En número cada día más importantes han salido a la calle
para luchar.
Durante los últimos ocho
años, el presidente Obama ha devastado los barrios y colegios negros, dando
rienda suelta a unas fuerzas policiales estatales muy militarizadas al mismo
tiempo que elogiaba a los funcionarios políticos negros y a los policías negros
que participan en las operaciones para atemorizar a las comunidades negras. De
ningún modo es sorprendente que la cada vez más aguda polarización social se
haya extendido y profundizado en las barriadas negras. Estamos volviendo a los
sesenta y setenta, cuando la violencia racial originada en la Oficina Oval del
presidente fluía aguas abajo hacia los tribunales y la policía dando lugar a
una violencia recíproca que iba de abajo a arriba, hasta llegar a la elite.
Encender la mecha
La revuelta empezó con
los afroestadounidenses y se extiende entre los latinoamericanos y, más allá,
entre los trabajadores blancos cuyas condiciones de vida son cada vez peores.
El creciente levantamiento de los trabajadores blancos contra la cleptócrata
dinastía Clinton se ha ampliado para abarcar la rebelión popular contra ‘la
quema’ del renegado seudosocialista Bernie y el resto de multimillonarios
dueños del sistema político. La rebelión política está atravesando todo el
centro de Estados Unidos.
Una mayoría de
estadounidenses se ha polarizado porque se le ha negado la estabilidad esencial
en la vida cotidiana. Echa de menos su perdido nivel de vida y ve ante ella un
sombrío e inaceptable futuro, especialmente para sus jóvenes y niños.
La rebelión en Estados
Unidos tiene varios desencadenantes: la economía plutocrática, el cleptocrático
sistema electoral y el deshumanizante estado policial.
El sistema electoral
basado en el robo ha traído consigo el mayor número de voces hostiles que
atraviesan las diferencias raciales y penetra profundamente en la división de
clases.
La polarización
propiciada por la militarización policial es más inmediata y explosiva. Es la
que más probablemente acabe en acción directa.
La clase trabajadora
blanca –en franca caída económica– es el mayor grupo rebelde pero ha sido el
más lento en el desarrollo de una conciencia de clase y una organización. Aun
así, es el sector social con el mayor potencial de hacer caer el sistema.
Los desencantados
rebeldes electorales (los seguidores de Bernie) son muchos y rápidos para
actuar, pero también son los más fáciles de engañar por los políticos
charlatanes y los timadores.
Conclusión
La confluencia de
militantes negros, activistas contra la abstención y trabajadores blancos
empobrecidos no es más que el comienzo del gran alzamiento. Aun así, ellos ‘no
se reconocen’ en la vida cotidiana, el trabajo, el barrio ni el lenguaje,
incluso aunque compartan una profunda hostilidad contra el Estado policial cuya
misión es proteger a la elite político-económica.
¿En qué circunstancias
podrían unirse? En estos momentos no existe una organización capaz de unificar
esas fuerzas, con todo su dinamismo y capacidad crítica.
Las organizaciones
basadas en la comunidad tienen limitada visión estratégica y no trascienden su
localismo.
Algunos partidos
políticos alternativos y algunas personalidades han prometido sumarse sin
embargo están trabajando en políticas electoralistas divorciadas de la acción
directa, aunque tengan que ver con la policía, los tribunales o el sistema
económico.
Podría surgir algún
‘líder carismático’ y tender puentes entre los distintos sectores; en cierto
momento, algunos trabajadores blancos empobrecidos o militantes negros o
activistas sin representación podrían fusionarse alrededor de semejante líder.
Pero, a menos que ese líder se enganche a una organización potente y dirigida
por activistas de las comunidades, la amenaza de una traición sigue siendo una
posibilidad real.
Vivimos un tiempo en el
que el sistema existente está podrido y cayéndose y en el que crece la
desafección de las masas. No obstante, también es un tiempo en el que las
‘alternativas’ parecen lejanas y etéreas. Lo que está perfectamente claro es
que el mero deterioro y derrumbe no son suficientes para provocar una rebelión
popular masiva y para construir una sociedad justa.
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