Luis Almagro, el actual
Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA), ha abusado
de su cargo y de su autoridad de una manera más flagrante e indignante que
cualquier otro de sus predecesores de los últimos años.
Mark Weisbrot / ALAI
Luis Almagro, secretario general de la OEA. |
Su falta de juicio y su
desconocimiento de las reglas de la diplomacia lo hacen parecerse a Donald
Trump. Y al igual que Trump, es percibido cada vez más como una vergüenza
dentro de la organización que representa.
A lo largo de los años,
Washington ha manipulado a la OEA muchas veces en búsqueda de cambios de
regímenes. Solo por citar ejemplos del siglo XXI, se pueden incluir Haití
(2000–2004 y 2011); Honduras (2009) y Paraguay (2012). Fue en respuesta a la
manipulación de la OEA por parte de Washington, durante la consolidación del
golpe militar de 2009 en Honduras, que se creó la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), la cual incluye a todos los países del
hemisferio con excepción de Estados Unidos y Canadá.
Pero en los casos arriba
mencionados, Washington tenía que fingir estar haciendo otra cosa que llevando
a cabo campañas políticas en contra de gobiernos soberanos. Almagro es mucho
más descarado. Al igual que los comunistas de la época de Karl Marx, él piensa
que es “indigno ocultar sus puntos de vista”. Es un radical y busca cumplir sus
metas de la manera que sea.
En el presente su meta
principal es deshacerse del gobierno actual de Venezuela. En vísperas de las
elecciones de la Asamblea Nacional en diciembre pasado, trabajó sin
descanso intentando convencer a los medios de comunicación y al mundo de que el
gobierno iba a manipular los resultados electorales. Cuando los resultados
fueron reconocidos universalmente como limpios y transparentes, no pidió
disculpas pero simplemente cambio su táctica.
El último ataque de
Almagro incluye invocar la Carta
Democrática de la OEA, la cual le permite a la organización intervenir cuando existe una
“alteración del orden constitucional que afecte gravemente el orden democrático
en un Estado Miembro”. No importa que Venezuela todavía tenga un Presidente
electo democráticamente, contrariamente a Brasil en donde un grupillo de
políticos corruptos manipuló las ramas legislativas y judiciales del gobierno
para expulsar al
jefe del Estado como parte de un esfuerzo desesperado para no ser investigados por
corrupción. El ataque de Almagro es político, no es en defensa de la
democracia. Se trata de los planes regionales de Washington y de sus aliados de
la derecha.
Demostrando una profunda
falta de respeto a las normas políticas de América Latina, Almagro publicó un
artículo de opinión del Washington Post escrito por Jackson Diehl en la página
web de la OEA. El artículo alababa a Almagro por “revitalizar a la OEA” con sus
cruzadas en contra de un país miembro. No es más apropiado para el jefe de la
OEA hacer campaña en contra de un país miembro como lo podría ser para el jefe
de la Comisión Europea de hacer lo mismo en Europa.
Existe una tradición histórica
en América Latina que valora la soberanía nacional y la autodeterminación, por
más incomprensibles y desestimados que estos conceptos sean para Washington.
Diehl es un ultra neoconservador, un defensor de la supremacía estadounidense
que utiliza las páginas editoriales del Washington Post para despotricar contra
casi todos los gobiernos de izquierda de la región y para apoyar la
intervención militar en todos los lugares que puedan servirle a los “intereses
estadounidenses”. Fue uno de los defensores más notorios y vocales de la
invasión de Irak en 2003, publicando 27 artículos editoriales en apoyo a la
guerra durante los 6 meses previos a la invasión.
Para cualquier
latinoamericano informado, estar orgulloso de ser alabado por alguien como
Jackson Diehl, es el equivalente al infame tweet de Trump que citaba a
Mussolini.
Existen consecuencias
inmediatas y de alto riesgo en los actos malintencionados y el abuso de poder
de Almagro. Venezuela está enfrentada a una crisis económica y política y el
país está dividido políticamente. La oposición en Venezuela también está
dividida; al igual que durante todo el siglo XXI, algunos abogan por el cambio
pacífico electoral mientras que otros quieren derrocar al gobierno. Un líder
normal de la OEA haría lo que está haciendo la Unión de Naciones Suramericanas
(UNASUR) — intentar promover el diálogo entre dos fuerzas opuestas. Debido a
que el principal grupo opositor (MUD) y otros líderes de oposición se han
negado a reunirse con el gobierno, la UNASUR incorporó a José Luis Rodríguez
Zapatero (ex Primer Ministro español), Martín Torrijos (ex Presidente de
Panamá) y a Leonel Fernández (ex Presidente de República Dominicana) para
reunirse con los dos lados y de esa manera facilitar el diálogo.
Pero a Almagro no le
interesa promover el diálogo; está más interesado en utilizar a la OEA y su
alcance mediático para deslegitimar al gobierno de Venezuela, un objetivo que
Washington persigue desde hace 15 años.
La impaciencia con
Almagro dentro de la OEA está creciendo. Muchos gobiernos lo han criticado públicamente
y algunos han pedido su renuncia. Incluso fue denunciado por el ex Presidente de
Uruguay Pepe Mujica, a quien sirvió como su Ministro de Relaciones Exteriores.
Pero lo más importante es
que en junio, 19 países (la mayoría de la membresía de la OEA) instruyeron al
Consejo Permanente de la OEA a evaluar el comportamiento del Secretario
General. Esto tenía que haber ocurrido hace tiempo y ojalá conlleve a un cambio
de liderazgo.
Mark Weisbrot es codirector del Centro de Investigación en Economía y
Política (Center for Economic and Policy Research, CEPR) en Washington, D.C. y
presidente de la organización Just Foreign Policy. También es autor del nuevo libro “Fracaso. Lo
que los ‘expertos’ no entendieron de la economía global” (2016, Akal, Madrid).
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