Nuestro país ha sido la conclusión de una larga y hermosa historia reflejada en las ideas cubanas de hoy. Ellas tienen más vigencia y fuerza que nunca porque se está produciendo una gravísima crisis de la cultura universal que necesita buscar nuevos horizontes para asumir los desafíos colosales que nuestra América y la civilización euronorteamericana tienen ante sí.
Armando Hart Dávalos / Bohemia
En 1953 Fidel y los moncadistas proclamaron los principios jurídicos de la nación cubana y denunciaron a los que habían quebrantado el sistema jurídico del país. “La Historia me absolverá” contiene elementos esenciales de esta cultura jurídica de la nación cubana.
Así comenzó la lucha
contra la tiranía. Luego la Revolución rebasó el marco de la Constitución
cercenada, sin embargo esta se ha consolidado como una de nuestras
sagradas memorias porque expresa el pensamiento político cubano de la década de
1940 logrado por consenso público y formalizado por la Asamblea Constituyente
en la que estuvo presente una destacada representación de los comunistas y de
las fuerzas revolucionarias provenientes de la lucha contra Machado.
El sistema económico y
político dominante en el país hacía imposible llevar a la práctica las
disposiciones más revolucionarias contenidas en la Constitución de la
República. Por ejemplo, una de ellas, que resulta clave, disponía la abolición
del latifundio. Esto obviamente no pudo instrumentarse, el sistema vigente lo
impedía. Solo la Revolución logró hacerlo. El latifundio en manos de los
círculos más reaccionarios del país y de los grandes consorcios norteamericanos
nos obligó a chocar concretamente con el imperialismo.
Con el triunfo de la
Revolución, la primera y fundamental legislación fue la Reforma Agraria y, por
tanto, la extinción del latifundio. Se generó a partir de entonces un acelerado
proceso de radicalización revolucionaria y fueron proclamadas otras medidas
nacionalizadoras, pero fue la ley agraria lo que en definitiva determinó el
curso de la Revolución y originó, en última instancia, que Estados Unidos
comenzara a concretar su acción, incluso armada, contra la Revolución, como
sucedió en Girón.
La Primera y la Segunda
Declaración de La Habana (2 de septiembre de 1960 y 4 de febrero de 1962,
respectivamente) fueron aprobadas por el pueblo en asamblea pública reunida en
la Plaza de la Revolución. El Tribunal Supremo declaró que estos documentos
eran fuente de derecho. Más adelante se produjo un proceso que culminó con el
Primer Congreso del Partido y la aprobación, por vía democrática y plebiscito
popular, de la Constitución de 1976.
La Constitución
socialista, aprobada en ejemplar plebiscito popular, recoge la tradición cubana
que había rebasado el sistema pluripartidista por resultar ineficaz para
cohesionar y organizar democráticamente a nuestro pueblo.
En 1953, en vísperas de
unas elecciones generales en las que iba a triunfar un partido de extracción
popular y donde se movían fuerzas de izquierda, Fulgencio Batista, al servicio
del imperio, dio un golpe de Estado contra un gobierno constitucional y
puso de manifiesto la crisis de las instituciones.
EI régimen de partidos
fue incapaz de evitar el golpe de Estado y mucho menos de organizar la resistencia
contra el mismo; no pudo restaurar la legalidad destruida. El sistema de
partidos corrompidos hasta la médula feneció en el proceso de lucha contra la
tiranía antes del triunfo de la Revolución.
No fue la Revolución la
que disolvió los partidos, esto fue resultado de la incapacidad del
pluripartidismo para conducirnos a una democracia genuinamente cubana, porque
el pluripartidismo no ha demostrado ser la forma más alta de democracia ni ha
permitido cohesionar al pueblo en defensa de sus derechos. La incapacidad, la
podredumbre moral y en el entreguismo de las oligarquías cubanas al
imperialismo yanqui condujeron al derrumbe del pluripartidismo.
La divisa de larga
tradición reaccionaria “dividir para vencer”, tuvo en el pluripartidismo su
expresión política, y la crisis por la cual atraviesa hoy América Latina es más
evidente que nunca. La cohesión nacional como única política sensata es
la que puede garantizar la democracia. La corrupción y el entreguismo a los
intereses extranjeros y a los explotadores en general dominan la política que
se convierte en politiquería.
Hay un fenómeno universal
incluso presente en los propios Estados Unidos pero se evidencia muy claramente
en nuestra América. La Cuba de los cincuenta lo mostró de forma descarnada. Tal
como hemos señalado, entre nosotros el pluripartidismo pereció por su
impotencia a enfrentar a la tiranía. Hay muchos otros ejemplos.
Los tiempos del
pluripartidismo han caducado. Las necesidades de la unidad y cohesión nacional
reclaman otras formas democráticas de carácter participativo. En Cuba, la
concepción socialista del Estado superó la vieja fórmula del pluripartidismo.
Las asambleas del pueblo trabajador concentran el poder soberano del Estado en
un órgano democrático de dirección estatal al que están
subordinadas todas las instituciones de este carácter. El papel dirigente del
partido y su funcionamiento democrático viene a representar la solución teórica
y práctica que tiene hoy nuestro pueblo para consolidar y ampliar la
democracia.
Nuestro sistema
constitucional revela un desarrollo político-jurídico que representa la
mejor garantía práctica de la continuidad de la Revolución.
Por todas estas razones,
cuando defendemos el sistema jurídico de la Revolución estamos hablando de una
de las claves maestras de la cultura política y social de nuestra nación. Nos
referimos a la obra de la Revolución que se expresa en lo jurídico y, por
tanto, al culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre entendida en su
acepción martiana.
Para visualizar mejor la
importancia revolucionaria de la juridicidad creada tras este largo proceso
histórico, lo primero que debemos tener muy presente es que los enemigos del
país atacan a Cuba queriendo desconocer que en nuestra nación existe un orden
jurídico.
El sistema jurídico
cubano es la expresión del poder democrático del pueblo. El derecho y la
democracia viven y se desarrollan en el seno de nuestra Revolución. Toda
cuestión política, suceso económico o humano tiene vínculos directos o
indirectos con el ordenamiento jurídico.
Para cualquier debate en
el terreno social, económico y político hay que pensar en la ley y en su
aplicación. Cuidar y fortalecer el poder revolucionario del pueblo significa
que el sistema jurídico institucional funcione con eficacia sobre la base de
los principios éticos y políticos de la nación. Abarca un complejo de
instituciones y formas organizativas que se rigen por leyes que garantizan la
democracia y la eficiencia del Estado y la sociedad; por tales razones,
defender los valores éticos y políticos de la Revolución exige cuidar el
funcionamiento del sistema jurídico en cuya cúspide se hallan la Asamblea
Nacional del Poder Popular y el Consejo de Estado.
Por lo hasta aquí
expresado, se requiere examinar con estricto rigor científico las tres formas
de república que ha tenido nuestro país: la de Cuba en Armas, nacida en
Guáimaro en 1869, cargada de contradicciones y, al mismo tiempo, de generosos
empeños independentistas; la surgida en 1902, hasta 1959, bajo el
condicionamiento de los intereses de Estados Unidos; y la que se establece a
partir del 1º de enero de 1959, independiente y
soberana que lo será para siempre, porque no hay otra alternativa. Esas tres
formas se vinculan a tres fechas: 10 de abril de 1869, nacimiento de nuestra
República en Armas en Guáimaro; el 20 de mayo de 1902, imposición de la
república neocolonial y del dominio imperialista y el 1º de enero de 1959, que
marca el advenimiento de la república soberana de Cuba.
De entonces acá, es
decir, consolidada y ampliada su independencia, esta república que se proclamó
socialista en 1961 ha logrado salir airosa de las más duras pruebas frente a
las agresiones de la potencia más poderosa del planeta. He ahí el sentido de
nuestra consigna “Socialismo o Muerte”.
Nuestro país ha sido la
conclusión de una larga y hermosa historia reflejada en las ideas cubanas de
hoy. Ellas tienen más vigencia y fuerza que nunca porque se está
produciendo una gravísima crisis de la cultura universal que necesita buscar
nuevos horizontes para asumir los desafíos colosales que nuestra América y la
civilización euronorteamericana tienen ante sí. No las presentamos
como válidas para otros países, cada pueblo tomará el camino que corresponda a
sus intereses, pero sí solicitamos que la ideas de Cuba se estudien porque
pueden servir para el análisis de la situación del mundo.
Los máximos dirigentes de
la oligarquía norteamericana solo pueden lanzar contra Cuba, en relación con
Martí, estúpidos balbuceos, frases incompletas y salidas de contexto. No
existe, en doscientos años de historia, ningún pensamiento cubano que pueda
esgrimirse contra nuestra revolución, incluso, José Antonio Saco (1800-1879),
el más consecuente ideólogo capitalista de nuestra nación, era antianexionista
y trataba de fundamentar sus ideas en la necesidad de superar el peligro de la
expansión estadounidense contra Cuba.
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