Necesitamos
mirar al mundo con ojos nuevos, enriquecer la teoría del socialismo, pues no
hay práctica revolucionaria sin teoría revolucionaria; pero desarrollar un
debate masivo pasa por conquistar corazones desde la razón, en la misma medida
en que hacemos ciencia. Si no llegamos al alma de la gente, una élite aplaude,
pero solo habremos logrado palabras que el viento y el tiempo se encargan de
pulverizar.
Ernesto Limia Díaz / Cubadebate
La
publicación en Cubadebate del artículo: «Para conectar desde los sentimientos», suscitó
más de ciento diez comentarios, muestra del interés que despiertan entre
nuestro pueblo los temas asociados a la defensa de la cultura e identidad
nacionales. Casi todos pidieron extender este debate hacia escuelas y
universidades, con el propósito de consolidar una espiritualidad que nos
identifica como cubanos y nos hace únicos —chovinismo aparte— en este convulso
Planeta que habitamos. Pero dialogar implica compromiso y, sobre todo,
escuchar; no como un mero ejercicio de educación formal, sino con el oído en el
alma de la gente, como lo ilustran con la obra de su vida José Martí y Fidel
Castro. Esa actitud de aprehender el espíritu del país, nace de la vocación de
servirlo en la más estrecha comunión con sus sectores humildes, con los más
necesitados, razón de ser de los revolucionarios. Martí lo definió en un verso:
«Con los pobres de la tierra / quiero yo mi suerte echar»; Fidel, parafraseando
a Abraham Lincoln: «Esta revolución de los humildes, por los humildes y para
los humildes…».
No pocos se
quejan de la existencia de funcionarios que agravan las dificultades que
vivimos, cuando prestan oídos sordos a críticas o soluciones presentadas en uno
y otro lados, desconociendo el reiterado llamado del presidente Raúl Castro «…a
mantener los oídos y los pies bien puestos sobre la tierra». Se convoca a
hablar con la voz del pueblo y a dar riendas sueltas a la creatividad de un
país que ha sabido derribar los ídolos de barro. Resulta paradójico que la
sabiduría depositada por la revolución en sus frutos más valiosos, que son la cultura e instrucción adquirida
por sus hijos en el más duro bregar de estos casi sesenta años, se subestime
por burócratas que con su actuar niegan la esencia de nuestra democracia: la
participación popular, sin percatarse de que con ello contribuyen a alimentar
un ser apático, indiferente ante los problemas sociales.
No pocos de
los que tuvieron el privilegio de vivir en etapas anteriores de nuestro
proyecto emancipador, lo ven con dolor en inminente peligro debido a errores
internos y a la horadante labor de nuestros enemigos, apoyados por los nuevos
anexionistas «…y paradójicamente, también por no pocos directivos que con su
actuación dejan mucho que desear». Se pide asumir la batalla con optimismo,
despojados de triunfalismo y con un espíritu crítico, para cambiar lo que tenga
que ser cambiado y a los que tengan que ser cambiados. «La democracia
participativa no es una mera consigna, tiene que realizarse mediante su
concreción real, con la más amplia participación y la disposición de cuadros,
directivos y jefes de todas las esferas, a escuchar, asimilar y procesar lo que
el pueblo exprese por muy duro que pueda ser»—apuntó Arturo Menéndez.
Prima el
enfoque de preservar nuestra economía orientada hacia lo social desde todas sus
expresiones, incluido el sector privado, libre de la malsana competencia en la
que se impone hasta la violencia en nombre de las leyes del mercado. Los
valores, entonces, podrán ser inoculados mediante el ejemplo cotidiano de
hombres y mujeres que asuman la guía en la solución de este desafío. «La gran
batalla que tenemos que lidiar y lidiar bien está en el campo de la ideología
sin dejar de atender por supuesto la económica»—es una idea que se repite como
preocupación por el futuro de una mayoría que aboga por no perder las esencias
de lo que hoy somos.
Un punto
que acaparó criterios diversos fue el relacionado con la pirámide invertida.
«Un delincuente o un corrupto tienen mayor capacidad económica que un graduado
universitario o que el obrero de una fábrica: ¿a qué modelo pensamos que
mirarán buena parte de nuestros jóvenes?»—se preguntaba un lector. Las plazas
de Cuba se abren el 1.º de Mayo al apoyo irrestricto de la obra revolucionaria;
pero durante el resto del año muchos de esos espacios públicos caen en manos de
los reguetoneros más vulgares: ¿acaso no se ven las imágenes de tanta
degradación social de la cual son ellos la vanguardia?, ¿quiénes los favorecen
o protegen? «El colectivismo ha cedido el espacio al individualismo: ¿de quién
o de quiénes es la responsabilidad?, ¿será sólo la masa la responsable? Son
muchas las interrogantes y las causas debieran analizarse al mismo tiempo que
las consecuencias»—insistió para que meditemos todos.
Dorita
Águila Morejón coincide con Abel Prieto en la necesidad de defender nuestra
cubanía mediante una educación cultivada desde la cuna y la escuela primaria,
que forme un ser crítico ante esos “…programas caóticos de baja factura, en los
que el ser humano se convierte en marioneta”. Estrella Fermín añadió que “…los
cambios y el progreso van donde está el dinero; el dinero va donde está el
consumismo; el consumismo se lleva las ideas, la modestia, la humildad de las
personas; ya después se piensa […] con el dios dinero que va donde está el
poder fuerte. Todo es un mecanismo maquiavélico. Desde lo comercial todo se
estudia, desde cómo penetrar las mentes para […] vender y vender; las personas
se vuelven individualistas, es así el sálvese quien pueda […]”; luego hace un
llamado en el que vale la pena detenerse: “…que el dinero no nos deslumbre y
tengamos los pies sobre la tierra sin perder la ternura […]. Y que con la
tecnología los jóvenes no sean esclavos de las cajas plásticas, los juegos y
las series, de estar más tiempo del debido en las redes sociales y que
inviertan su tiempo compartiendo al aire libre. […]. Que los jóvenes empleen su
tiempo en leer libros y en disfrutar —no solo de manera virtual, sino con calor
humano—, de unas risas compartidas entre amigos. Solo así seremos más libres e
inteligentes”.
La cultura
del consumo, de valores puramente mercantiles, pretende convertirnos en
esclavos del capitalismo y necesita de un individuo que no piense ni cree para
que compre la música dispuesta para él, el cine dispuesto para él, la ropa
dispuesta para él, e incluso las opiniones dispuestas para él, que cada vez con
mayor frecuencia pone en boca de los famosos, esos modelos “paradigmáticos” que
forman parte de la seudocultura fomentada por el neoliberalismo. Esta guerra le
ha cercenado el futuro a muchos, convertidos en zombis por un discurso
subliminal que cobra fuerza en el orden de los símbolos y es multiplicado por
las nuevas tecnologías presentadas como fetiche, como la voz de Dios, para
intentar someternos al llamado de las grandes transnacionales.
Jesús López
Martínez opinó que un centro educacional en el que faltan maestros y profesores
y hay que echarle mano a cualquiera, no existen condiciones para dar esta
batalla cultural; aprecia que todavía hay mucho que caminar en la solución de
ese dilema y recomendó pensar en cómo salvamos nuestra educación en el siglo
XXI.
Omelio
Rivero Villavicencio coincide en que la denominada «cultura de masas» penetra
la vida del país; pero discrepa de quienes afirman que lo que hoy se vive es
solo resultado de ello. Otros factores no menos importantes —según su punto de
vista— nos dañan: «…la radio y la televisión se han hecho eco de elementos
culturales foráneos potenciándolos por encima de los autóctonos. Creo que la
mayor cultura de la resistencia debe empezar por casa, es necesario crear
espacios que motiven a que nuestros jóvenes visiten y que tengan una variada
programación cultural que sea de su gusto. La cultura debe estar estrechamente
relacionada con la base económica, a ella responde y a ella se debe. La
construcción del socialismo no solo es política sino cultural, es por allí por
donde nos pueden penetrar, es por donde más débil estamos»—aseveró.
Recientemente
en el espacio de debate Dialogar, dialogar, que conduce el joven pensador
Elier Ramírez Cañedo, se habló de la preocupación ante la invasión de nuestras
calles por la bandera estadounidense, exhibida por personas que allí se
calificó de marginales, como evidente expresión del influjo de una cultura
hegemónica generadora de presión en el orden simbólico.
Hubo una
época en la que resultaba inconcebible que la cultura de Estados Unidos
secuestrara valores identitarios en países como Japón, la India, o del Medio
Oriente, con tradiciones milenarias muy fuertes. Cómo creer entonces que su
influencia no llegaría hasta nosotros, que estamos tan cerca; de hecho, a Cuba
no le pasó como a la URSS y Europa del Este que mantuvieron un distanciamiento
estéril y acrítico que a la larga resultó contraproducente, pues la conexión
cultural perduró aquí cuando eran inimaginables las relaciones políticas. Sin
embargo, el uso de tales atributos de manera individual no es el mayor de
nuestros problemas: en esta guerra de símbolos hay entidades que parecen vagar
desorientadas, quizás por la falta de cultura o por la mediocridad de algunos
de sus especialistas, y ello genera gran confusión y hace más compleja la
batalla.
La guerra
fría la ganaron los modelos vendidos por el capitalismo. Hollywood ha tenido y
tiene un protagonismo fundamental. Y no es que los productos vengan de Estados
Unidos: la cultura estadounidense, la legítima y enriquecedora del patrimonio
universal, de la que mucho se ha nutrido Cuba para bien de su espiritualidad,
está siendo también avasallada por la denominada «cultura de masas», que
alimenta la banalidad más ramplona, la idiotez. El neoliberalismo nos quiere
conducir, como corderitos, hacia el matadero de nuestras identidades. Lo
necesita para imponerse.
Y para
enfrentarlo, y de paso acabar con el lastre de una mentalidad obsoleta que
obstaculiza las transformaciones en curso para enriquecer el socialismo, es
preciso evitar que los revolucionarios cubanos se formen con los parámetros de
una infancia permanente, apoyados en supuestas verdades absolutas ya dichas, lo
que implica edificar un ser crítico, capaz de pensar por sí mismo y de
contribuir a levantar el país con la confianza de que un mundo mejor es
posible.
Estos retos
llaman al diálogo de nuestra cultura y de nuestra historia, desde la diversidad
más inclusiva, con las bases populares que sostienen la revolución. No puede
haber salida a nuestros problemas económicos que no entrañe el protagonismo
directo de esos sectores y su beneficio. Si esa vocación social se interioriza
como concepto medular por parte de la dirección gubernamental que tomará el
batón en el 2018, y se mantiene como un principio de la práctica cotidiana de
la nación, el capitalismo no encontrará nunca el camino de regreso, sin
importar cuánto intenten maquillarlo los enemigos de siempre y los que se suman
hoy. Y en ese empeño los intelectuales debemos convertirnos en combatientes;
ese es el mayor legado de Martí, Fidel y Raúl: combatir permanentemente del
lado del pueblo.
Alguien
comparó no hace mucho el nuevo escenario de las relaciones entre Estados Unidos
y Cuba con un juego de ajedrez. Si partimos de ese presupuesto, cada vez que la
Casa Blanca dé un paso, tendríamos que responder con otro, y no es el caso. Los
sucesivos gobiernos norteamericanos son responsables de una política
beligerante que debe ser desmontada; nosotros no agredimos ni dañamos a nadie;
por el contrario, en las más adversas condiciones de bloqueo económico y
financiero nos constituimos en paradigma universal de la solidaridad. En
realidad —para continuar hablando en términos deportivos—, se trata de una
pelea de boxeo entre dos sistemas políticos antagónicos, inconciliables;
primero fue en la larga distancia; Carter y Clinton la llevaron hasta la
mediana; Obama vino a Cuba a hablarnos en español y mirándonos a la cara nos
dijo: ahora es en la corta. Y, como es sabido, en el cuerpo a cuerpo gana el de
mayor resistencia, técnica y dominio de sus propias facultades.
En este
llamado a construir desde la cultura, resulta imperioso acabar con el
academicismo que ha aislado a no pocos intelectuales de las bases populares; la
pelea se gana en la comunidad. ¿Cuántos vamos a las escuelas formadoras de
maestros y las facultades pedagógicas? ¿Cuántos contribuimos en los barrios?
Muchos responderán: “Yo”, pero no es suficiente ni el esfuerzo está
adecuadamente articulado. Un segmento de la población cubana no conoce su
historia ni la universal, ni les interesa; otro no tiene noción de la cultura
más allá de los shows de Miami contenidos en el paquete semanal y del
reguetón.
Hay muchas
razones, larguísimas de explicar; debemos repensarlo todo. Disponemos de un
contexto de participación colectiva, que podemos levantar como escudo contra
estos fenómenos. En las últimas reuniones celebradas en la Uneac y la AHS,
nuestra vanguardia artística e intelectual ha reclamado un trabajo articulado,
sin incoherencias, de todas las instituciones y organizaciones revolucionarias,
que cierre el paso a la toma de decisiones culturales por parte de quienes
tengan una mentalidad colonizada —aunque ni ellos mismos se den cuenta. Si el
Instituto Cubano del Libro, el ICRT, el Icaic, los maestros, nuestros
“paquetes” (Mimochila y Paqueteduque), la Juventud, la FEEM, la
FEU y los instructores de arte, trabajan coordinadamente para que los niños y
jóvenes amen la historia de Cuba, no cabe duda de que tendremos éxito.
Incluso
tenemos que ser capaces de copar con ideas atractivas el entorno natural del
ejercicio de pensamiento más espontáneo que debate en Cuba hoy los asuntos del
país: la sala y el comedor de nuestras casas, en la intimidad de la familia.
Urge pasar
a la ofensiva con creatividad. En los tiempos que corren no basta escribir un
libro, hay que salir a dialogar con sus ideas, repensar cada día cómo construir
el consenso sobre la base de preservar la unidad nacional, con la cultura como
centro, pues si se pierde la cultura se pierde la soberanía, como dijo un
lector con palabras sabias. Necesitamos mirar al mundo con ojos nuevos,
enriquecer la teoría del socialismo, pues no hay práctica revolucionaria sin
teoría revolucionaria; pero desarrollar un debate masivo pasa por conquistar
corazones desde la razón, en la misma medida en que hacemos ciencia. Si no
llegamos al alma de la gente, una élite aplaude, pero solo habremos logrado
palabras que el viento y el tiempo se encargan de pulverizar. Y hay que marchar
hombro a hombro con los jóvenes, intercambiar con ellos, no con el dedo
levantado, sino en una comunicación aportadora en ambas direcciones.
Para René
Francisco Cañizares González, “…conectar desde los sentimientos sería
identificar y evaluar el caudal de nuestras reservas morales e incorporarlas
como herramientas del trabajo diario en el esclarecimiento y exaltación de los
logros innegables que representan las conquistas de la revolución, y desde su
defensa conseguir cada vez más combatientes leales, inteligentes y dispuestos a
cualquier sacrificio en el empeño por derrotar a los portadores de los cantos
de sirena que pretenden convencernos de que olvidar la historia sería el primer
paso para la liberación que nos prometen. La historia es sagrada y en ella
encontraremos las respuestas a todas nuestras inquietudes. Este artículo […] y
otros muchos que han venido apareciendo en nuestra prensa digital
—lamentablemente no bien divulgados— constituyen un ejemplo de lo que nuestra
intelectualidad de vanguardia puede construir para el esclarecimiento de
todos”.
Otro
lector, por el contrario, se muestra escéptico: “Buen artículo, al fin se lee
algo que de verdad toca el problema central del futuro cubano. Lo triste al finalizar
su lectura es que, desgraciadamente, es más de lo mismo: muchas preguntas y
ninguna respuesta”.
“De
pensamiento es la guerra que nos hacen, ganémosla a pensamiento” —fue el
reclamo de Martí para que nuestro pueblo se lanzara al combate contra el colonialismo
español y las apetencias imperiales de Estados Unidos, que su temprana muerte y
la de Antonio Maceo impidieron contener. Fidel, martiano consecuente, lo hizo
suyo al convocar a la guerra de todo el pueblo, en la que cada cual sería el
comandante en jefe en su propio espacio; Raúl, martiano y fidelista, ha
reiterado que la autoridad de Fidel solo puede ser sustituida por un liderazgo
colectivo bajo la conducción del Partido, nuestro Partido de la unidad
nacional, como lo concibió el Apóstol. Ganemos conciencia de que el legado que
Martí, Fidel y Raúl nos dejan, está signado por el espíritu de sacrificio, la
fe inquebrantable en la victoria y el llamado a que todos nos convirtamos en
protagonistas permanentes del ejercicio de pensamiento y construcción del país.
Solo entonces habremos madurado como pueblo; solo así, desde la participación
consciente en la decisión de nuestros destinos, haremos perdurable la obra de
la Revolución y podremos alcanzar la utopía social por la que tantos cayeron en
el camino.
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