Con casi 11 mil
detenidos y 60 mil personas apartadas de su cargo, Erdogan da un paso
sustancial en su camino hacia la consolidación de una Turquía dictatorial con
miras a ganar la legitimidad y el poder que le permita transformar el sistema
político parlamentario actual en uno presidencialista.
Nicolás San Marco / Especial para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires,
Argentina
Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía. |
La noche del pasado 15
de julio, tanques, cazas y helicópteros iniciaron maniobras, en las ciudades de
Ankara y Estambul, con el objetivo de dar un golpe de Estado en el país que
conduce Recep Tayyip Erdogan. Varios edificios gubernamentales fueron tomados
durante la intentona, entre ellos el Parlamento y la residencia presidencial;
además de que los sublevados cortaron los puentes sobre el Bósforo, en
Estambul.
A más de una semana del
quinto golpe de Estado en la historia de la Turquía moderna, varios análisis se
desprenden después de que se hayan ido sucediendo una detrás de otra diferentes
versiones sobre lo ocurrido.
Es importante dejar en
claro para empezar quién es el actual presidente de Turquía.
Erdogan surge con los
llamados “tigres de Anatolia”, empresarios conservadores y religiosos que
aparecen en la década del ’80 en un contexto nacional de apertura económica.
Pertenecen a una facción de la burguesía que hasta hoy continúa enfrentándose
con quienes son prácticamente dueños de las principales ciudades turcas como
Izmir, Estambul y Ankara, y que están ligados a profesiones liberales, a la
burocracia estatal y al Ejército.
Erdogan asumió el poder
en 2002 con el apoyo de Europa y de Estados Unidos con un discurso que
planteaba la promoción de un islamismo moderado y con un ejército de burócratas
gulenistas egresados de la red de escuelas privadas de Fethullah Gülen.
La dictadura de Erdogan
había alcanzado con persecuciones y detenciones, sobre todo a partir de mitad
de 2015 en adelante, a kurdos, a armenios, a militantes de izquierda, a laicos,
y a diputados del HDP. Desde aquella fecha hasta hoy, se reportaron más de
1.500.000 deportaciones de kurdos.
Un paso más en la destrucción del secularismo hacia el
fortalecimiento del islamismo.
El telón de fondo de
todas estas maniobras es el proyecto político de Erdogan, el mismo quien
durante su juventud se afilió a la Unión Nacional de Estudiantes Turcos (MTTB),
un sindicato de derecha y tremendamente anticomunista, y al islamista Partido
de Salvación Nacional.
Vale la pena repasar
algunas de las preguntas que hasta el momento aún siguen resonando fuerte en
muchos análisis sobre lo ocurrido: ¿fue un auto-golpe? ¿Por qué en este
momento? ¿Estados Unidos está detrás de la intentona golpista? Quizás la
pregunta que más fuerza haya tomado en estas últimas horas es la primera de
todas. Erdogan tiene uno y solamente un objetivo político a corto-mediano
plazo: la reforma del sistema parlamentario hacia un sistema presidencialista;
reforma que le permitiría terminar de concentrar en sus manos todo el poder que
desde el 2002 a esta parte viene acaparando bajo la dirección del AKP. Es esta
una de las causas más profundas del descontento de una parte minoritaria del
Ejército que fue la sublevada -además del descontento cada más mayor por el
conflicto sostenido y permanente con la Siria- Y es esta también uno de los
posibles fundamentos de que todo haya sido orquestado de manera detallada por
la mesa chica de Erdogan.
El “golpe falso” no
haría más que "ayudar a Erdogan en unas próximas elecciones de forma que
le garantice una increíble mayoría de votos y, por lo tanto, otros 10 o 15 años
de autoritarismo en una dictadura sufragada", dice el corresponsal en
Europa del portal de noticias Político, Ryan Heath. Esta idea podría formar parte
de quienes se colocan dentro de los márgenes de la teoría conspirativa. Teoría
que supone, para el caso, que Erdogan no hizo más que una remake del incendio
del edificio del Reichtag, en 1933, salvo que cambiando al Parlamento alemán
por el mismísimo Gobierno turco, y cambiando al comunista acusado del incendio
por una facción de militares que según el propio Erdogan no responden más que a
Fethullah Gülen, antiguo aliado del presidente turco, y hoy cabeza de la red
Hizmet (Servicio), una cofradía islámica, conservadora en lo social y liberal
en lo económico que promueve a sus principales aprendices a las posiciones más
altas del mundo de la empresa y la Administración.
La teoría conspirativa
del autogolpe se sustenta también en la cantidad de persecuciones, arrestos y
juicios previos a la asonada militar que el Gobierno de Erdogan viene llevando
adelante desde que asumió el poder en 2002. Recordemos que fue precisamente con
Gulen a la cabeza que el Gobierno turco comenzó a partir de ese mismo año un proceso
tremendo de purgas al interior de las Fuerzas Armadas acusando a cientos de
oficiales de conspiradores golpistas. En aquellos años, los continuos
enjuiciamientos a militares contaban con el total respaldo de Erdogan. Ambos
tenían un sólo objetivo: que el Ejército dejase de intervenir en los asuntos
políticos; y lo lograron. El buscado reforzamiento de la institucionalidad
civil continuó entre los años 2007 y 2014 cuando el Estado volvió llevar a
juicio a varios militares sospechados de tener alguna implicancia con posibles
maniobras golpistas; mientras que la Gendarmería y la Guardia Costera pasaron
en 2015 a manos del Ministerio del Interior.
Sin embargo, poco
tiempo después, a raíz del apoyo de Erdogan a la Flotilla de la Libertad que
había sido destinada con ayuda humanitaria para Gaza, y luego de la represión
por parte del Gobierno a los activistas de Gezi, Gulen comenzó a un período de
fuertes críticas al Gobierno turco mientras que Erdogan ordenaba cerrar la
importante red de academias privadas vinculadas a Hizmet, lo que terminó
provocando la dimisión de los diputados gulenistas del AKP. A partir de ese
momento, a finales de 2013 y principios de 2014, es que se abre, nuevamente,
otro período de purgas, esta vez en contra de todo funcionariado ligado a
Gulen, llegandose a contabilizar más de 6.000 policías y 300 fiscales
expulsados.
Pero, por otro lado,
contrariamente y frente a esta versión de los hechos, hay quienes sostienen que
jamás pudo existir tal posibilidad de autogolpe debido a varios factores. En
primer lugar, la magnitud de la asonada militar: la cantidad de sublevados no
sería nada desdeñable. En segundo lugar, la violencia con la que se desataron
los combates y el secuestro del jefe del Estado Mayor, el general Hulusi Akar.
En tercer lugar, la descoordinación con la que actuaron muchos integrantes del
Gobierno en las horas inmediatas al golpe. En cuarto y último lugar, quizás
éste sea el punto más fuerte, resulta demasiado dudoso pensar que miles de
militares pusieran en riesgo sus carreras teniendo que enfrentar ahora juicios
por traición y con la potencialidad ya prácticamente hecha realidad de la
aprobación de la pena de muerte, abolida en Turquía en 2004 y que no se
aplicaba desde 1984.
Potencialidad de
aprobación de la pena de muerte que se enmarca ahora mismo en la suspensión
temporal por parte de Turquía de la Convención de Derechos Humanos, tras haber
declarado un estado de emergencia con el argumento de que tal disposición les
permitiría a las autoridades turcas actuar de manera más eficiente contra los
sublevados. Claro, este estado de emergencia, que fue aprobado por el Consejo
de Ministros bajo recomendación del Consejo de Seguridad, estipula, bajo
regulación del artículo 120 de la Carta Magna, severas restricciones a derechos
constitucionales como la libertad de movimiento, la de reunión y la de
expresión. Los toques de queda serán pan de cada día a partir de ahora, y la
Policía puede detener y registrar a quien le plazca sin autorización judicial
previa, sumado a que los ciudadanos tendrán que pedir a partir de este momento
permisos especiales para trasladarse de un lugar a otro por el país. Es más,
desde ahora, el Gobierno de Erdogan se arroja luz verde sobre la posibilidad de
prohibir o censurar cualquier tipo de publicación de prensa, radios, canales o
programas de televisión y actuaciones culturales; con el agravante de que los
trabajadores podrán ser despedidos sin tener en cuenta los convenios laborales.
En este contexto y
frente al slogan de la Casa Blanca de que “la OTAN tiene un requisito con
respecto a la democracia”, al decir de John Kerry, Erdogan no hizo en rueda de
prensa más que poner en evidencia el poder de maniobra que todavía tiene
Turquía tanto dentro de la OTAN como en su relación con Estado Unidos. Nadie de
fuera "tiene derecho a criticar las decisiones que tomamos, antes que se
miren ellos mismos", dijo. Claro, Turquía forma parte de una coalición
integrada por Estados Unidos, Francia, Reino Unido, y Alemania, coalición que
no supo hacer otra cosa que inventar el artilugio de la “oposición moderada”
contra Al Asad en Siria, y contra los gobiernos de Libia e Irak, y que es la
punta de lanza del imperialismo en Medio Oriente so pretexto de luchar contra
el Estado Islámico. Cabe decir que esa misma “oposición moderada” es la que
hace unos días degolló a un niño palestino en el norte de Alepo, asesinato que
filmaron y subieron a internet. Erdogan sabe que Turquía es una pieza clave
dentro de la geopolítica norteamericana en la región. No es lo mismo una OTAN sin
Turquía que una OTAN con el segundo ejército más grande esa organización
adentro.
La Organización del
Tratado del Atlántico Norte, nace, finalizada la IIGM, como alianza militar
intergubernamental el 4 de abril de 1949. Con la amenaza soviética siempre
latente en el este de Europa, Estados Unidos y Occidente se apresuraron a
construir, y a poder consolidar en un cortísimo plazo, la herramienta militar
más importante que tiene Estados Unidos hoy en día para poder desplegar su
poder bélico en todo el mundo con total anuencia de las potencias europeas. Los
esfuerzos de contención del comunismo ya habían provocado intentos previos
coaligados entre Estados Unidos y Reino Unido mediante la formación de los
Estados Unidos de Europa. Sin embargo, a pesar de los millones de dólares
colocados por la CIA y el JIC, tanto la creación del Consejo de Europa como de
la CECA fracasaron al tratar de imponer la Comunidad Europea de Defensa.
Es en 1952 cuando
Turquía ingresa a la OTAN, con el objetivo de garantizar, frente al poderío de
la Unión Soviética, la seguridad política, económica y militar de Occidente en
la región. Desde ese momento, el ejército turco ha sido el segundo más grande
de la organización con cerca de 500 mil efectivos.
La modernización
tecnológico militar del ejército desde su incorporación a la OTAN, que tiene la
sede del Cuartel General del Mando Terrestre de la Alianza en Izmir, el segundo
puerto más importante de Turquía, se materializó en la incorporación de carros
de combate alemanes Leopardo 1 y 2 –que sirvieron en la Bundeswehr alemana–,
carros de combate estadounidenses M-48 –utilizado durante la Guerra Fría– y
M-60 Patton –adquiridos recientemente a EE.UU. y a Israel–, aviones de combate
F-16 C/D, y fragatas de la clase Gabya –buques que sirvieron a la US Navy–,
clase Yavuz y clase Barbaros.
Por otro lado, según la
Global Security, el Ejército de Tierra turco cuenta con 402.000 efectivos, una
armada con 54.000 marinos, 135 buques de guerra y 13 submarinos, y una Fuerza
Aérea con 60.000 efectivos, 544 aviones entre los que se destacan los cazas
estadounidenses F-16C/D Fighting Falcon, los C-130 Hércules, los tanqueros
Boeing KC-135R Stratotanker, y los helicópteros Cougar (20) y UH-1H.
El nuevo ejército de Erdogan.
Ahora bien, pese a toda
esta modernización tecnológica bélica, lo cierto es que desde que desde que el
AKP venció en las elecciones de 2002, logrando una mayoría absoluta, el
presupuesto que el Estado ha destinado a la Policía ha ido acrecentándose de
manera continua hasta llegar a tener hoy apenas una mínima diferencia con el
que el Gobierno destina a las Fuerzas Armadas: el gasto policial se ha
multiplicado 8,5 en 14 años. Es más, el presupuesto destinado al poderoso
ejército turco quedaría totalmente eclipsado de sumarse los gastos destinados a
la Policía, al Ministerio del Interior y a la Organización Nacional de
Inteligencia (MIT) juntos.
En 2011, por ejemplo,
una reforma legal permitió, además, que la Policía pueda disponer de armamento
de guerra pesado. La adquisición de vehículos blindados y helicópteros
militares, forman parte hoy del departamento de Operaciones Especiales, sección
que fue fundamental los pasados 15 y 16 de julio para desbaratar el golpe.
“Si los rusos tienen
RPG (lanzagranadas) nosotros tenemos RTE (Recep Tayyip Erdogan)”, mostraba una
pintada junto a un policía de la unidad de Operaciones Especiales fotografiado
el pasado febrero.
Fue precisamente esta
fuerza policial depurada ya en parte de todo elemento gulenista y contrario a
las políticas de Erdogan la que permitió contrarrestar eficazmente los avances
y ataques de los militares sublevados. Fue el MIT el que pudo avisarle al
presidente una hora antes que un grupo de comandos se dirigía a donde estaba
-en Marmanis, oeste de Turquía, de vacaciones-, lo que le permitió escapar al
aeropuerto de Dalaman.
Por último, podría
decirse también, siguiendo otra de las versiones que circulan por los medios,
que el sábado a las 5 a.m. Erdogan iba a arrestar a 3 mil militares y 10 mil
policías, y que los militares se anticiparon y dieron el golpe.
Pero lo cierto de todo
esto es que, frente a cualquier hipótesis, existe una frase que sintetiza de
manera clara y contundente lo que se viene a partir de ahora: “el golpe es un
regalo de Dios”. ¿Por qué es un regalo de Dios? Porque farsa o no, el intento
de golpe de Estado en Turquía le ha posibilitado a Erdogan abrir, nuevamente,
un nuevo proceso de persecuciones, detenciones, enjuiciamientos y purgas aún
más feroz que las veces anteriores por la cantidad de personas implicadas y
porque se ha expandido el abanico de actores que la medida toca. De esta
manera, con casi 11 mil detenidos y 60 mil personas apartadas de su cargo,
Erdogan da un paso sustancial en su camino hacia la consolidación de una
Turquía dictatorial con miras a ganar la legitimidad y el poder que le permita
transformar el sistema político parlamentario actual en uno presidencialista.
Para ello, el primer paso ha sido el descabezamiento de toda institución que
aún tenga rastros de gulenismo. Las personas cesadas, despedidas y apartadas de
su cargo van desde maestros de enseñanza privada, pasando por docentes
universitarios, funcionarios del Ministerio de Educación, trabajadores del
Ministerio del Interior, la mayoría policías, jueces y fiscales, y empleados del
Ministerio de Finanzas.
Según el último
comunicado del HDP, “Turquía está atravesando un período crítico y difícil, y
cualquiera que sea la razón, nada tiene que sustituir la voluntad del pueblo”.
Además destacaron que en el país existe “un bloque nacionalista, guerrerista y
racista que se encuentra dividido en dos” y que, como declara el documento del
Partido Comunista de Turquía al respecto, “sabemos que cualquier plan o
iniciativa que no basa su fuerza en el pueblo y no tiene el respaldo del pueblo
trabajador, jamás podrá derrotar a la oscuridad de AKP ni podrá sacar a Turquía
adelante”.
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