Así como la victoria en 1998
de Hugo Chávez en Venezuela abrió un nuevo momento histórico, parece que hoy
asistimos, después de casi 20 años, al tránsito hacia otra etapa, en la que la
gente se inclina preferentemente hacia opciones que se encuentran en el lado
opuesto del espectro ideológico.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
Los síntomas
que expresan esta nueva situación se dan no solo en nuestro subcontinente sino
en todo el mundo. Hace apenas dos días en los Estados Unidos, por ejemplo, el
Partido Republicano eligió en su convención nacional al impresentable de Donald
Trump, candidato que se encuentra a solo cuatro puntos de su rival demócrata
Hilary Clinton en la carrera hacia la Casa Blanca, y que en su discurso de
aceptación de la nominación encadenó no solo incongruencias, falsedades y
mentiras, sino también amenazas de enrumbar a su país por un rumbo fascistoide
que harían de su país una amenaza mayor de la que ya es para la paz mundial.
Mientras
tanto, en Francia, Jean-Marie Le Pen y su partido de extrema derecha se
perfilan como probables ganadores de las próximas elecciones presidenciales y
en España, a pesar de todo lo avanzado por Podemos, vuelve a ganar el Partido
Popular en segunda ronda de elecciones.
A ello
debemos apuntar el gran avance del electoral del Partido de la Libertad en
Austria, en donde había perdido las elecciones recientemente por un mínimo de
votos que, sin embargo, deberán repetirse próximamente y en las que tienen
enormes posibilidades de acceder al poder.
Existe, por
lo tanto, un marcado desliz de la balanza hacia opciones de derecha como salida
a inquietudes muy variadas, pero que pueden resumirse en una sensación de
amenaza, real o no, del estatus de vida, sobre todo de las clases medias, y de
pérdida de confianza en políticos tradicionales.
En América
Latina, las perspectivas para los países con gobiernos nacional progresistas
parecen igualmente poco halagüeñas en el corto y mediano plazo. En principio, aparentemente
asistimos a un período de tránsito hacia un período de restauración neoliberal
ferozmente beligerante con visos de revancha, tal como hemos podido apreciar en
Argentina y Brasil, cuyos gobiernos no encuentran parangón en nuestros días más
que con lo que, eventualmente, podría ser un gobierno de Trump en los Estados
Unidos.
En este
contexto, se avizoran difíciles momentos para Cuba. En primer lugar, ya Raúl
Castro evidenció, en discurso pronunciado ante la Asamblea Nacional del Poder
Popular el 8 de julio pasado, las dificultades económicas por las que ha
travesado la isla en el primer semestre de este año, ante los problemas de
Venezuela para hacer efectivo su apoyo solidario dado el momento de apremio
económico por el que atraviesa.
A eso debe
agregarse el nuevo momento histórico que se abre por el restablecimiento de
relaciones con los Estados Unidos que, por un lado, abrió inicialmente
expectativas de mejoramiento de la situación económica para la gente y, por
otro, llevó a un nuevo nivel la batalla cultural. En esa nueva situación, la
Revolución se enfrenta a un contrincante avezado como ninguno en la promoción
de su modo de vida como arma para ganar corazones y conciencias.
Lo que los
cubanos han llamado desde hace años “la batalla de ideas” adquiere hoy una
dimensión fundamental. Van a ella con la necesidad de modernizar su arsenal
ante el formidable reto que se les presenta, y cuando Fidel, quien otrora con
su liderazgo supo no solo instruir y direccionar sino, también, convencer y
consensuar, se encuentra en las postrimerías de su vida política.
¿Estamos en
tránsito hacia un nuevo momento histórico que hace solo unos seis o siete años
era impensable en medio del auge de los gobiernos nacional progresistas en
América Latina? ¿Se viene encima la restauración del modelo neoliberal en su
expresión más descarnada? ¿Volverá Cuba a navegar en solitario en medio de un
mar embravecido que la amenace permanentemente?
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