¿Qué puede esperar
América Latina de un eventual triunfo de Hillary Clinton? ¿Un reforzamiento de
la estrategias golpistas? ¿El apuntalamiento de los partidos judicial y
mediático como nueva forma de dominación y de alineamiento con los intereses
geopolíticos de Washington?
En sendas entrevistas
concedidas a corresponsales de medios de comunicación internacionales, la
expresidenta argentina Cristina Fernández y la presidenta democráticamente
electa de Brasil Dilma Rousseff han dado cuenta una vez más de su dimensión de
estadistas y retrataron, más allá de las delicadas coyunturas que enfrentan, un
panorama esclarecedor sobre los desafíos y peligros que enfrenta la democracia en
nuestra América. Con un valor adicional: la suya es la voz de dos protagonistas
del ascenso y la crisis del ciclo progresista y nacional popular.
La expresidenta
Fernández reconoció que América Latina se adentra ahora en un nuevo tiempo,
caracterizado por el avance de la
restauración neoliberal y por el retroceso de los gobiernos nacional populares,
con repercusiones en todos los órdenes,
pero especialmente en términos de la vida democrática, ya que considera
que con estos gobiernos “hubo una profunda vida en democracia en cuanto a
libertad de expresión, que se garantizó aún cuando surgieron expresiones que
atentaban contra los gobiernos y que muchas veces intentaron ser experiencias destituyentes, como la que
me tocó vivir a mí en el 2008 en Argentina o como la que le toca vivir ahora a
Dilma Rousseff en Brasil” (Página12, 24-07-2016).
Para Fernández, esta
constricción de la democracia obedece, en buena medida, a la acción concertada
de poderes fácticos dentro y fuera de las instituciones y el sistema político
formal de nuestros países. “En toda la región se ve muy claramente la aparición
de un partido mediático que juzga
públicamente, un partido judicial
que es como el espejo de ese partido mediático y un sector que interviene con
estas dos patas fundamentales. En el caso de Brasil se vio muy claramente la
intervención de ese partido judicial. En el país también se está viendo y no
sólo ahora: así fue durante toda nuestra gestión, fuertemente intervenida por
el partido judicial. La ley de medios, que fue un modelo contra la
monopolización mediática, fue suspendida por el partido judicial que también
volteó, para defenderse corporativamente, del intento que hicimos de democratizarlo”,
explicó.
Dilma Rousseff, presidenta de Brasil. |
Por su parte, la
presidenta Rousseff, que enfrenta la fase final del proceso de impeachment urdido en su contra –“sin
que haya ningún delito que se me pueda imputar”, sostiene- y cuyo desenlace se
conocerá en los próximos días, condenó el golpismo
de nueva generación que se viene ensayando en América Latina contra
los gobiernos que han impulsado cambios
sociales, político y económicos. Un golpismo “de consecuencias
imprevisibles”, que amenaza con “causar
una desestabilización profunda”, y en el que se articula un amplio arco de alianzas entre élites, grupos de poder económico y
actores extranjeros que se benefician directa o indirectamente de la
desestabilización. “En los años 60 y 70
era el paradigma del golpe militar, con las oligarquías utilizando a las
fuerzas armadas para separar del poder a los gobiernos legítimos. Lo que
resulta muy extraño es que este nuevo paradigma golpista procura mantener una apariencia institucional. Estoy hablando de
esa modalidad iniciada en Honduras cuando derrocaron al presidente Manuel
Zelaya (2009); después Paraguay con la caída de Fernando Lugo (2012) y ahora
llegó a Brasil. Sin olvidar los intentos de desestabilización contra Evo
Morales y Rafael Correa” (La Jornada, 24-07-2016), aseguró Roussef.
Hillary Clinton, candidata a la presidencia de EE.UU. |
Solo unos pocos días
después de publicadas las entrevistas de estas dos líderes latinoamericanas,
otra mujer, Hillary Clinton fue ungida
como candidata a la presidencia de los Estados Unidos por el Partido
Demócrata, en una convención marcada por una puesta en escena al estilo
hollywoodense y el desencanto de quienes ven en la ahora aspirante presidencial
el triunfo del continuismo del
establishment y la derrota de la revolución
política con la que el senador Bernie Sanders devolvió la esperanza de
cambio a muchos sectores de la población estadounidense.
Clinton carga sobre sí
los cuestionamientos a sus vínculos con el capital financiero y los lobbies de Wall Street, las sombras de su desempeño como Secretaria
de Estado entre 2009 y 2013, y las consecuencias del apoyo que bajo su
gestión se dio a diversas organizaciones armadas que aprovecharon la llamada
“primavera árabe” para apuntalar los intereses de Washington en el norte de
África y en Medio Oriente. Ejércitos de mercenarios devenidos en grupos
terroristas que hoy siembran el caos y el terror por doquier. Este no es un
tema menor: Julian Assange, fundador de la organización WikiLeaks, anunció
recientemente la creación de un archivo con 30 mil correos electrónicos
privados de la exfuncionaria que dan “una imagen sólida sobre
la forma en que Hillary Clinton desempeña su trabajo cuando está en un cargo
oficial, pero, en términos más amplios, sobre cómo opera el Departamento de
Estado de EE.UU.” (democracynow.org, 25-07-2016).
La candidata demócrata
tampoco tiene un historial para presumir en sus relaciones con América Latina: su paso por el Departamento de Estado
estuvo marcado por la retórica
agresiva y una diplomacia que reiteró, una y otra vez, los lugares comunes
de la política imperial; además, coincidió con el período en el que, como lo
señala la presidenta Dilma, se comenzaron a ensayar los golpes de Estado de
nuevo patrón contra los gobiernos progresistas y nacional populares. Qué papel jugó Clinton en la instigación y
financiamiento de los procesos destituyentes contra gobiernos
legítimos, soberanos y surgidos del voto
popular, es algo que todavía está por esclarecerse en todos sus alcances,
aunque su connivencia con los golpistas
en el caso de Honduras queda fuera de toda duda.
¿Qué puede esperar
América Latina de un eventual triunfo de Hillary Clinton? ¿Un reforzamiento de
la estrategias golpistas? ¿El apuntalamiento de los partidos judicial y
mediático como nueva forma de dominación y de alineamiento con los intereses
geopolíticos de Washington?
Acaso la respuesta más
certera a estas y otras inquietudes similares es la que dio Atilio Borón al reflexionar sobre
cuál contendiente electoral de los Estados Unidos (Hillary Clinton o Donald
Trump) era más conveniente para la región: “No tenemos nada bueno que esperar
de los ocupantes de la Casa Blanca cualquiera sea el color de su piel o su
procedencia partidaria”. Solo luchar, resistir y construir nuestros propios
caminos, como lo intentaron Cristina y Dilma, ejemplares mujeres de nuestra
América.
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