América Latina y el Caribe viven
un momento especial en su historia inmediata: estamos conmemorando el
bicentenario de las independencias contra el coloniaje.
Juan J. Paz y Miño Cepeda / Firmas Selectas de Prensa
Latina
Si se considera que Haití fue el
primer país en liberarse del colonialismo francés en 1804, que los procesos
independentistas en la Hispanoamérica de la época arrancaron en 1808 con las
reuniones conspirativas de una élite de patriotas quiteños y que en 1824 se
produjeron las batallas de Junín y Ayacucho, con las que se dio fin al
colonialismo español en el continente, cabe entender que todavía tenemos varios
años para celebrar el bicentenario. Queda desfasado el bicentenario
independentista de Cuba y Puerto Rico, que se liberaron en 1898.
El grueso de las conmemoraciones
ocurrió entre 2009 y 2011 y esto porque en 1809 se produjeron los movimientos
revolucionarios de Chuquisaca, La Paz (actual Bolivia) y Quito (Ecuador), a los
que siguieron los primeros gritos independentistas de Buenos Aires, Santiago de
Chile, Caracas, Bogotá y México en 1810; luego los de El Salvador y Asunción en
1811, y desde 1812 la generalizada guerra en las distintas regiones
hispanoamericanas para romper con el dominio colonial.
En el período entre 1809 y 1811
caracterizó al proceso independentista la instalación de las primeras Juntas
Soberanas de gobierno en la mayoría de las ciudades antes nombradas. De las
proclamas autonomistas y todavía fieles al rey de aquellas Juntas, pronto se
pasó al independentismo total, en lo que fue pionera Caracas, el 5 de julio de
1811 y le siguió Cartagena de Indias el 11 de noviembre.
En el territorio que es hoy
Ecuador, la Junta instalada el 10 de agosto de 1809 fue cercada y sus
principales líderes masacrados, junto a unos 300 habitantes de Quito, en la
escandalosa represión del 2 de agosto de 1810. Esa matanza no sólo definió a
esta capital por la independencia, alcanzada el 24 de mayo de 1822 con la
Batalla del Pichincha, sino que constituyó uno de los motivos de la proclama
“guerra a muerte”, contra los españoles, lanzada por Simón Bolívar.
El proceso independentista fue
complejo. Si bien los criollos encabezaron los intereses emancipadores, hubo
estratos populares, esclavos e indígenas que se unieron a las luchas no sólo
movilizados por sus patronos, sino porque aspiraban a una auténtica liberación
social. A diferencia de prácticamente todos los procesos latinoamericanos
continentales -en los que los criollos fueron la clase hegemónica en el proceso
independentista-, la revolución de Haití fue liderada por esclavos negros y por
mulatos, que convirtieron su lucha anticolonial en auténtica guerra popular.
Pero también fue popular, por
campesina e indígena, la revolución que encabezaron en México los curas Hidalgo
y Morelos, a tal punto que la represión se desató ante el temor de que
triunfara un movimiento radical, que no sólo podía alcanzar la independencia
sino también impulsar una transformación social que liquidaría el dominio de la
clase terrateniente formada por un puñado de familias dueñas de haciendas.
Entre los criollos se distinguió
la élite intelectual movilizada por el pensamiento ilustrado. En torno a ella
se forjó el sector radical, que ansiaba la independencia pero también una
reforma social a fondo, que liquidara la esclavitud, la servidumbre campesina y
la miserable condición indígena.
Otros sectores criollos, aunque
autonomistas, vacilaron en cuanto a la constitución de monarquías locales o
repúblicas presidenciales. Además, hubo sectores interesados en la
independencia, pero que no querían transformaciones sociales radicales, que
pondrían fin a sus patrimonios y privilegios forjados precisamente durante la
época colonial.
Finalmente se impusieron los
patriotas y los jefes militares que libraron las guerras, independizando las
distintas regiones. Eso explica que los primeros presidentes de las nacientes
repúblicas latinoamericanas fueran militares.
El proceso independentista
movilizó conceptos profundamente revolucionarios, altruistas y de un peso
histórico singular: ante todo, el propio concepto de independencia, que
significó romper con el colonialismo, un hecho pionero en la historia mundial
en los albores del capitalismo. De modo que América Latina fue la primera
región en conquistar la liberación nacional, que Asia y África sólo pudieron
conquistar en la segunda mitad del siglo XX, cuando despertó el entonces mal
llamado “Tercer Mundo”.
Al concepto de independencia se
asoció el de libertad; además, se reivindicó la soberanía y la representación
del pueblo, que significó cuestionar de raíz el principio de la autoridad real
y su legitimidad; se invocaron los derechos naturales del hombre; se habló de
democracia e igualdad ante la ley; se exaltó a la patria soberana; y, con la
liberación, se movilizaron los conceptos de república, presidencialismo,
división de funciones, constitucionalismo, ciudadanía.
De modo que la época de la
independencia marcó un cambio en las conciencias colectivas para crear un nuevo
ambiente ideológico y cultural, en el que prevaleció la idea de construir
sociedades distintas y dueñas de sí mismas.
Las independencias
latinoamericanas tienen, por tanto, una trascendencia mundial y ejemplar que,
sin embargo, ha sido minimizada con demasiada frecuencia, colocándolas como una
especie de apéndice en el capítulo de la historia contemporánea de la
humanidad, siguiendo la tradición despertada por G.W.F. Hegel (1770-1831), que
en su famosa “Filosofía de la Historia Universal” consideró siempre a la
América Latina como una simple geografía, sin Estado (que para él era la cumbre
de la realización de lo absoluto) y mero “eco de vida ajena”, es decir, de la
europea.
Una tesis que hasta hoy perdura
cuando a los procesos independentistas latinoamericanos se les quiere ver como
un reflejo de la crisis Atlántica o de la crisis de la monarquía española o una
reacción sólo movilizada por la invasión de Napoleón a España en 1808.
Igualmente los años del
aprendizaje escolar, demasiado arraigados en las conciencias colectivas, ha
conducido a pensar que, entre otras “causas” de las independencias
latinoamericanas estuvieron las reformas borbónicas del siglo XVIII, la
revolución independentista de los EE.UU. en 1776 y, con más peso aún, la
Revolución Francesa de 1789.
No hay duda que esos
acontecimientos generaron condiciones favorables para los estallidos
independentistas en América Latina, pero habría que entenderlos mejor como
otros “motivos” para la independencia, entre los cuales la ocupación francesa
de la península ibérica fue el detonante final; es decir, la “gota que derramó
el vaso de agua”.
Los latinoamericanos debemos
tener muy claro que la “causa” final, esencial, del proceso de independencia
fue el régimen colonial, que no solo implicó el sometimiento social interno,
sino la subordinación de los territorios americanos a una potencia colonial
externa.
América Latina estalló contra
ese coloniaje, movilizó y adecuó conceptos del pensamiento ilustrado para
fundamentar las luchas por la libertad, la soberanía y las repúblicas
democráticas; y desató el proceso libertador cuando las condiciones
geopolíticas europeas y americanas crearon las premisas históricas más favorables
para adquirir la “conciencia de sí”, transformada en “conciencia para sí”
(Marx).
Tampoco puede confundirse el
proceso independentista con lo sucedido después, cuando la élite intelectual,
patriota, de los criollos más radicales, fue desplazada por el sector criollo
dueño del poder económico que, al amparo de los conceptos republicanos,
conquistó el dominio político de los Estados y construyó, durante todo el siglo
XIX, los regímenes oligárquicos contra los cuales debieron lanzarse nuevas
movilizaciones y luchas sociales.
Es así como recordar aquellos
hechos -que forman parte del orgullo histórico de Nuestra América Latina- tenía
que ser la esencia de las conmemoraciones del bicentenario de los procesos
independentistas de los distintos países de la región; conmemoraciones que
coincidieron con la época de los gobiernos progresistas, democráticos o de
nueva izquierda latinoamericanos.
Por eso, entre las comisiones
del bicentenario que constituyeron oficialmente los gobiernos en América Latina
(la de Ecuador fue en 2008 y formé parte de ella como Secretario Ejecutivo),
predominó la idea imprimir al acontecimiento un carácter internacionalista y
latinoamericanista, a fin de que no se agoten los significados históricos en
los ámbitos meramente nacionales y locales.
Entre varios comités se
compartió otra idea: el bicentenario de América Latina también significaba
avanzar de la primera a la segunda independencia contra el imperialismo y el
capitalismo. Contrariando esas posiciones que estuvieron vigentes apenas unos
pocos años atrás, los contrastes parecen acompañar al “reflujo” de los
gobiernos progresistas y la restauración de tendencias que parecían haber sido
superadas.
El destacado politólogo e
intelectual Atilio Borón, en una nota colocada en Facebook (11 de
julio/2016-15:42) señala algo que llama la atención. Cito la parte fundamental:
“Pocas
veces ví en mi vida - dice Borón-, no sólo en Argentina sino en cualquier otro
país de Latinoamérica, tales muestras de ignorancia y cipayismo como las que
exhibió el gobierno de Mauricio Macri durante la conmemoración del bicentenario
de la independencia. Desde la suprema ridiculez de invitar a una celebración de
esa naturaleza al descendiente y decadente heredero de la monarquía absoluta
contra la cual se luchó hasta los vergonzosos comentarios sobre la
"angustia" que supuestamente agobiaba a nuestros patriotas
sudamericanos por causa de su rebeldía.
“No estaban
angustiados sino furiosos y embravecidos ante la soberbia del imperio español
que quería refundarse luego de la derrota de Napoleón. En fin, mucha tela para
cortar. Entre nos, ya que nadie nos mira, la ignorancia de Macri acerca de los
más elementales hechos históricos de la Argentina es un salvavidas de plomo
para la reputación del Colegio Cardenal Newman, donde estudió nuestro
presidente…”
Con la presencia del Rey
emérito de España, Juan Carlos de Borbón, en Argentina se conmemoró el
bicentenario de la Declaración de la Independencia por el Congreso de Tucumán
el 9 de julio de 1816, que tuvo como base la proclama del cabildo de Buenos
Aires, del 22 de mayo de 1810, que inició el proceso emancipador.
Esta situación, además,
trae al recuerdo lo ocurrido con varios himnos nacionales entre países
latinoamericanos.
El Himno Nacional de
Argentina, con letra de Vicente López y Planes en 1812 y compuesto por Blas
Parera en 1813, fue modificado por un decreto del presidente Julio A. Roca
durante su segundo mandato (1898-1904), ante las críticas de la época por la
dureza contra los “tiranos” y “crueles” de la “Madre Patria”. El decreto de
Roca estableció: “En las fiestas oficiales o públicas, así como en los
colegios y escuelas del Estado, sólo se cantarán la primera y la última
cuarteta y el coro de la Canción Nacional sancionada por la Asamblea General el
11 de mayo de 1813”.
Una de las estrofas
decía: “Se levanta en la faz de la tierra // una nueva gloriosa nación.//
Coronada su sien de laureles, // y a sus plantas rendido un león”. Otra más:
“En los fieros tiranos la envidia // escupió su pestífera hiel. // Su estandarte
sangriento levantan // provocando a la lid más cruel // ¿No los veis sobre
México y Quito // arrojarse con saña tenaz? // ¿Y cuál lloran, bañados en
sangre // Potosí, Cochabamba, y La Paz?”
En Ecuador sucedió lo
mismo, pero en los años 30 del siglo XX. El Himno Nacional ecuatoriano fue
escrito por Juan León Mera con música de Antonio Neumane. Las presiones
críticas lograron que se cantara la segunda estrofa, en lugar de la primera,
que decía: “Indignados tus hijos del yugo // que te impuso la ibérica
audacia, // de la injusta y horrenda desgracia // que pesaba fatal sobre ti, //
santa voz a los cielos alzaron, // voz de noble y sin par juramento, // de
vengarte del monstruo sangriento, // de romper ese yugo servil”.
Parecerían historias del
pasado. Pero no es así: el anterior alcalde Quito logró que el Concejo citadino
aprobara cantar la estrofa del Himno a la ciudad que se acordó precisamente con
motivo del Bicentenario de la Revolución de 1809, y que dice: “Cuando
América toda dormía, // oh muy Noble Ciudad, fuiste Tú, // la que en nueva y
triunfal rebeldía, // fue de toda la América luz”.
La nueva administración
municipal, iniciada el 14 de mayo de 2014, dejó atrás semejante exaltación a la
Revolución patriota e independentista de Quito, para volver sobre la antigua
estrofa cantada y que dice: “Oh, ciudad española en el Ande, // Oh, ciudad
que el Incario soñó, // porque te hizo Atahualpa eres grande, // y también
porque España te amó”.
No hay duda que la
conmemoración de los bicentenarios trae sus sorpresas según sean las
orientaciones gubernamentales, bien nacionales o locales. Las derechas
políticas llegadas al poder entienden los procesos independentistas a su modo.
Sin embargo, para la
ciudadanía tiene sentido su historia pasada, cuando es fiel a las luchas por la
libertad, soberanía, independencia, derechos, constitucionalismo,
republicanismo; cuando también la asume como una vivencia contra el
colonialismo y el neocolonialismo.
Quito, 14/julio/2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario