No resulta insólita la rancia
pretensión de sus líderes y lideresas gubernamentales a lo largo de la
historia: conquistar el poder o dominar de manera holística, ya no solo el
espacio terrestre, sino incluso el cosmos y el ciberespacio.
Gloria Teresita
Almaguer González / Para Con Nuestra América
Desde La Habana, Cuba
“Las
mismas obligaciones menores y públicas de los pueblos (…),
más
vitalmente interesados en impedir que en Cubase abra,
por la
anexión de los Imperialistas de allá y los españoles, el
camino que
se ha de cegar, y con nuestra sangre estamos cegando, de
la anexión
de los pueblos de nuestra América, al Norte revuelto y brutal
que los
desprecia (…). Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas”.
“¿Y qué otra cosa
hace Europa?
¿Y ese monstruo
«supereuropeo», la América del Norte?
Palabras: libertad,
igualdad, fraternidad, amor, honor, patria. ¿Qué se yo?
Esto no nos impedía
pronunciar al mismo tiempo
frases racistas,
cochino negro, cochino judío, cochino ratón”.
De acuerdo
con el profesor Michael H. Hunt -de la reconocida Universidad de Yale-, “Se
ha pensado y se ha escrito mucho sobre la política exterior de Estados Unidos
en el siglo XX. Se le ha descrito, en términos de búsqueda de mercados de
ultramar esenciales para la estabilidad y la prosperidad de la Nación. También
se le ha considerado una lucha entre realistas sagaces, por un lado, y
moralistas con ideas confusas, políticos oportunistas y un público cambiante,
por el otro. Esos enfoques, cualesquiera sean sus méritos, son incompletos
por sí solos, ya que no analizan, adecuadamente, una de las características más
destacadas de la política estadounidense: la influencia profunda y predominante
de una ideología que se origina en los siglos XVIII y XIX. No se ha apreciado
lo suficiente el poder de esa ideología y la continuidad que tuvo”[3].
Una ideología y filosofía
política, que nacidas en los albores del proceso de construcción de ese Estado
norteño, expresan, íntegramente, los ejes claves o elementos identitario de la
cultura cívica, y por extensión, de la propia cultura política[4] de la Nación; en lo
esencial, determinados pseudovalores, que como hilo conductor, cimentan y
cruzan transversalmente, no solo las políticas interna y externa que se
proyectan desde los diferentes poderes, sino también, el imaginario simbólico y
devenir social, de una parte importante de la población. Una ciudadanía, que en
una gran parte, ha sido estratégicamente contaminada con estos presuntos
valores, y sostenida enajenante ignorancia, particularmente, a través de la
magnificación de las industrias culturales; y en éstas, de un
hiperbolizado sistema de medios de comunicación e información, una industria
del ocio, orientada a la «pseudocultura», a lo banal, así como a la
desmovilización política y a la desideologización.
Una
significativa limitación, que advertida ya por Hunt, merece ser retomada hoy,
en los albores de la tercera década del siglo XXI, cuando el pretendido
«Hegemón» imperial –que aunque herido de muerte, mantiene su fortaleza-,
declara descarnadamente, sin ambages, que su brutal cruzada
anticivilizatoriacontra las fuerzas progresista
de todo el mundo, y en especial, de América Latina[5], está dirigida,
a la destrucción definitiva de los principios ideológicos, políticos,
económicos, éticos, y culturales en general, bajo los cuales éstas combaten, con
marcado énfasis en el proyecto emancipador del Socialismo. Intencionalidad
manifiesta, advertida con fuerza, por el ministro de Relaciones Exteriores
de la República de Cuba, Bruno Rodríguez Parrilla, en su notable discurso ante
el 74
Debate General de la Asamblea General de la Organización de las Naciones
Unidas,cuando expresaba,“…el Presidente de los
Estados Unidos suele atacar al socialismo en repetidos pronunciamientos
públicos, con fines claramente electorales, a la vez que promueve una
intolerancia macartista contra quienes creen en la posibilidad de un mundo
mejor y tienen la esperanza de vivir en paz, en armonía sostenible con la
naturaleza y en solidaridad con los demás”[6].
Cruzada imperialista, en la que, acompañado de su comparsa
internacional, el Gobierno estadounidense, sin olvidar
las viejas prácticas –que en contraposición, se depuran-, ha retomado su ya
conocida estrategia, de apelar también a variables ideológicas y culturales[7] en general, para
lograr sus ancestrales propósitos. Toda una cosmovisión recurrente, que nacida en el siglo
XVIII, en los albores del propio proceso de construcción de ese Estado, se expresa, básicamente en:
La autoproclamación, de
una mística y paradójica concepción de la «superioridad» de Estados Unidos de
América como Nación, supuestamente, «elegida por la providencia», para
cumplir el apócrifo “…destino manifiesto de cubrir el continente
señalado por la providencia para el libre desarrollo”[8]; considérese,
«desarrollo ilimitado» de la entonces, naciente potencia. Ontología trasnochada
y racista, que permitió, no sólo, la expansión territorial, sino también el
surgimiento de la idea imperialista de la Nación en construcción, devenida
especie de «pasaporte» con derechos, casi exclusivos, de extenderse hacia
cualquier latitud e intervenir en cualquiera sea el Estado, e incluso
sancionarlo, cuando, en una, no menos anacrónico condición de “auto ungido”
«Hegemón», se vea apremiado para ello; por lo general, desde un pragmatismo
extremo, y a través de falaces discursos, inspirados mayoritariamente, en una
–injerencista- pretensión de «salvaguardar» la integridad y
prerrogativas de determinadas naciones o pueblos; o ante hipotéticas cuestiones
de seguridad, en ficticias respuesta a dudosas transgresiones de los
(anti)valores, que profesa, como presunta metrópoli planetaria colonial. Así,
el «Destino Manifiesto» se convirtió en una «filosofía de dominación»,
que refrendó, la expansión y ocupación territorial de la entonces naciente
potencia. Una creencia, que lejos de debilitarse en el tiempo, se consolida y
fortalece de manera creciente[9]. En la praxis, un
peregrino y cínico montaje, destinado a disfrazar la naturaleza imperialista de
ese Estado; interprétese, las agresivas ambiciones de poder
económico-comercial, y el sustrato ultraconservador-fascistoide, sobre el que
construye su ideología política, y muy cuestionable, servicio exterior.
Un racismo endógeno y estructural, basado en el supremacismo
blanco; según el cual, la “raza blanca”, en lo esencial, la de
ascendencia anglosajona, “…los llamados wasp-blancos, anglosajones,
protestantes, de clase media”[10], se erige como estrato
superior de la sociedad, al que se le reconocen todos los derechos, incluso
la segregación y asesinatos selectivos; mientras que las poblaciones de otras
raíces étnicas –tanto dentro, como fuera del Estado nación-, deben ocupar, de
facto, un lugar subalterno, dado su hipotética «inferioridad»; entiéndase,
las de origen latino, asiático, africano o «nativo americano», todas,
dominadas, esclavizadas, o en este último caso, prácticamente exterminadas,
durante el proceso de colonización expansionista constituyente de la
Nación. Una escala de pseudovalores, igualmente antisemita; en la que la
raza negra ocupa la última escala de degradación; y que, con subidos tintes
xenófobos, rechaza la población migrante, la que, acusada de “contaminar” las
supuestas “esencias” de la sociedad “americana”, no resulta bienvenida.
Se trata, en principio, de una sociedad esencialmente tradicional,
sexista y patriarcal, que gira alrededor de supuestos valores –generalmente
estereotipados-, acerca de diferentes aspectos; destacándose, los relacionados
con: la mujer, en posiciones de subordinación, incluso en la esfera
laboral; la familia, blanca, de clase media, privilegiada en su
estructura nuclear; y la religión, salpicada de un fundamentalismo o
misticismo cristiano, con prevalencia del protestantismo, entre otros
aspectos[11]. Y es que, de
acuerdo con el investigador cubano, Jorge Hernández Martínez, “Los valores políticos
fundamentales que sostienen emblemáticamente la sociedad norteamericana -como
la libertad y la igualdad-, se articulan alrededor de un modelo pluralista en
cuyo centro se ubica la figura del ciudadano, pero con marcadas expresiones de
exclusión, discriminación, restricción de derechos, intolerancia y marginación,
a partir del modo en que se rechaza todo aquello que no encaja en el patrón
étnico, racial, religioso”[12].
Una
ideología y praxis política, que refrenda la imbricación utilitaria, en
términos consensuales, de los supuestos valores, tanto de la democracia liberal, como
de la matriz conservadora, ambas vertientes, teñidas hoy con subidos tintes
neoliberales. En consecuencia, una sociedad en la que confluyen, en
simbiosis, “…dos concepciones, dos discursos, una misma tradición”[13], hoy con
prevalencia del conservadurismo, que en su integralidad, articula y penetra los
principales ámbitos de la vida cultural de la Nación, concebido lo cultural, en
el amplio sentido del concepto refrendado por la «Declaración Universal de la
UNESCO sobre la Diversidad Cultural», según el cual, se trata del“…conjunto
de los rasgos distintivos espirituales y materiales, intelectuales y afectivos
que caracterizan a una sociedad o a un grupo social, y que abarca, además de
las artes y las letras, los modos de vida, las maneras de vivir juntos, los
sistemas de valores, las tradiciones y las creencias”[14]. Un conservadurismo, ideológicamente expresado como una rígida alineación
hacia la «derecha» política, en sus diferentes variantes; aunque, desde hace
varias décadas, con un fortalecimiento exponencial de la «ultra»; en
consecuencia, con un rechazo visceral, hacia los cambios, y en especial, hacia
las revoluciones, consideradas «tabú», en cualquier circunstancia, pero sobre
todo, en aquellos procesos emancipadores, sustentados en ideologías de
izquierda o simplemente progresistas, dirigidos a la trasformación
sociopolítica o económica en favor de los sectores desposeídos, con menor o
mayor grado de radicalización[15].
Ideología y praxis política, denunciada además con fuerza por
el canciller cubano, Bruno Rodríguez Parrilla en la mencionada intervención,
cuando expresaba, “El presidente Trump ignora o pretende ocultar que el
capitalismo neoliberal es responsable de la creciente desigualdad económica y
social que hoy sufren, incluso, las sociedades más desarrolladas, y que, por su
naturaleza, fomenta la corrupción, la marginalización social, el crecimiento
del crimen, la intolerancia racial y la xenofobia; y olvida o desconoce que del
capitalismo surgieron el fascismo, el apartheid y el Imperialismo[16]. Ideología y
praxis política, desde las cuales, en contraste, se pretende ocultar los males,
de una sociedad con laceraciones seculares en crecimiento, como también
evidenciara Rodríguez Parrilla, según el cual, se trata de “…un país donde los
derechos humanos se violan de forma sistemática y muchas veces de manera
deliberada y flagrante. Treinta y seis mil 383 personas —cien por día— fallecieron
en este país en 2018 por armas de fuego, mientras el Gobierno protege a los
productores y comerciantes de ellas a costa de la seguridad de los ciudadanos.
Noventa y un mil 757 estadounidenses mueren cada año de enfermedades cardiacas,
por falta de tratamiento adecuado. La mortalidad infantil y materna entre
afroamericanos es el doble de la población blanca. Veintiocho millones de
ciudadanos estadounidenses no tienen seguro médico ni acceso real a servicios
de salud; 32 millones no pueden leer ni escribir funcionalmente; 2,2 millones
de ciudadanos estadounidenses están encarcelados; 4,7 millones bajo libertad
condicional y se producen 10 millones de arrestos al año”; lo que según el
Ministro, hace comprensible, “…por qué el Presidente se ocupa en atacar al
socialismo”[17].
En
consecuencia, una ideología, ultra conservadora y supremacista, que
tendría su génesis, asimismo, en el pretendido paradigma
civilizatorio de la denominada «modernidad», nacida en Europa, entre
otros aspectos, con la idea del llamado «descubrimiento» de América y la
conceptualización del apócrifo “…«Nuevo Mundo» -nuevo, claro está, para los
europeos-“[18], de acuerdo con el
argentino Walter Mignolo; para el cual se trata, además, de “…parte de la
perspectiva imperialista de la historia mundial adoptada por una Europa
triunfal y victoriosa”[19],una Europa
devenida, «objetivo y modelo» de la civilización. Una idea de «modernidad»,
a su vez, racista y excluyente, que va de la mano de su paradigma
alterno, el de la «colonialidad», desde cuya configuración,“…«América», y luego «América
Latina» y «América Sajona», son conceptos creados por europeos y
criollos de ascendencia europea”[20].
En la praxis, una «invención»[21], de acuerdo
con el polémico filósofo mexicano Edmundo O‘Gorman, quien, en una de sus
más conocidas e influyentes obras, La invención de América, demuestra la
construcción ideológica, de lo que más tarde, fue identificado con un «Nuevo
Mundo». De acuerdo con su tesis, y en contraposición, con la estereotipada y
engañosa idea del «descubrimiento de América» -que en esta «América Nuestra
y mestiza», debe ser reconocida como el fuerte «encontronazo» de dos
culturas-, esta «invención» se ofrece, como un razonable recurso
explicativo ante los mantos de lo desconocido, toda vez que “En el sistema
del universo e imagen del mundo que acabamos de esbozar, no hay ningún ente que
tenga el ser de América, nada dotado de ese peculiar sentido o
significación. Real, verdadera y literalmente América, como tal, no existe,
a pesar de que exista la masa de tierras no sumergidas a la cual, andando el
tiempo, acabará por concedérsele ese sentido, ese ser. Colón, pues,
vive, y actúa en el ámbito de un mundo en que América, imprevista e imprevisible,
era en todo caso mera posibilidad futura, pero de la cual ni él ni nadie tenía
idea, ni podía tenerla. El proyecto que Colón sometió a los reyes de
España no se refiere, pues, a América, ni tampoco, como iremos viendo, sus
cuatro famosos viajes”[22].
Una idea que para Mignolo,“...refleja el punto de vista crítico de
quienes han sido dejados de lado, de los que se espera que sigan los pasos de
una historia a la que no creen pertenecer”[23]; toda vez,
que, “La «colonialidad» (…) consiste en
develar la lógica encubierta que impone el control, la dominación y la
explotación, una lógica oculta tras el discurso de la salvación, el progreso,
la modernización y el bien común”[24]. En resumen, un arquetipo eurocéntrico, de falsamodernidad,
que concibe a «Europa», de acuerdo con Immanuel Wallerstein, “…más
como una expresión cultural que cartográfica; en este sentido, cuando hablemos
sobre los dos últimos siglos, nos estaremos refiriendo principal y
conjuntamente a Europa occidental y Norteamérica”[25].
Al ser éstos, precisamente, los pilares ideológicos, políticos y
culturales, sobre los cuales se ha diseñado y construido esta Nación, no
resulta insólita
la rancia pretensión de sus líderes y lideresas gubernamentales a lo
largo de la historia: conquistar el poder o dominar de manera holística, ya no
solo el espacio terrestre, sino incluso el cosmos y el ciberespacio. Un hecho,
apuntado también por el canciller Rodríguez Parilla, en su citada intervención,
según la cual, “La conducta del actual Gobierno de los Estados Unidos y su
estrategia de dominación militar y nuclear constituyen una amenaza para la paz
y la seguridad internacionales. Mantiene cerca de 800 bases militares en todo
el mundo. Avanza proyectos de militarización del espacio ultraterrestre y del
ciberespacio, así como el empleo encubierto e ilegal de las tecnologías de la
información y las comunicaciones para agredir a otros Estados”[26]. Una pretensión
visibilizada hoy, sin ningún pudor, y que pasa, sin embargo, por el que
resulta, quizás, su más caro anhelo, la posesión y dominación de un pretendido
«hemisferio occidental», y sobre todo, de esta, «Nuestra América mestiza»[27], esa que “va
del Bravo a Magallanes”[28]. Un anhelo,
que sin embargo, ha chocado y chocará siempre con un importante escollo, la
firmeza, dignidad y valentía de estos pueblos americanos, conscientes hoy, más
que siempre, que “Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos
tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabera, sino con las armas de
almohada…”; al contrario, “¡Los árboles se han de poner en fila, para
que no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento, y de la
marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces
de los Andes”[29].
La Habana, 30 de septiembre de
2019
“Año 61 de la Revolución”
[1]Martí, José
(1895-1991). Carta a Manuel Mercado, 18 de mayo; en Obras Completas,
tomo 4, La Habana, p.167. La Habana, Cuba: Editorial de Ciencias
Sociales.
[2]Sartre, Jean Paul (1983).
Prefacio, pág. 16; en Frantz, Fanon (1983). Los condenados de la tierra, Primera
edición en francés, 1961; Séptima reimpresión 1983; México: Fondo de Cultura
Económica de México.
[3]Hunt,
Michael Hunt (2017). La ideología en la política exterior de Estados
Unidos durante el siglo XX; pág. 27; en RE Revista Electrónica Huellas de Estados Unidos. Estudios, perspectivas y
debates desde América Latina"; (13|Gire a la
Derecha), Buenos Aires, Argentina; octubre de 2017: Facultad de Filosofía
y Letras, Universidad de Buenos Aires. Subrayado en cursiva de esta
autora.
[4]Asumiendo como válido, la tesis de
Gabriel Almond y Sydney Verba, en su trabajo TheCivic Culture, de 1963, citado
por Jorge Hernández M., en una publicación de la Revista Temas,, de 2015
según la cual, “Para apreciar lo que sucede a nivel político ideológico en un
contexto como el sugerido, uno de los conceptos más importantes es el de
cultura cívica, desarrollado por Gabriel Almond y Sydney Verba (1963), para
quienes la cultura cívica da pie a la cultura política, al ser esta última una
forma de describir la sociedad considerando la percepción y la actitud dentro
del sistema político y hacia él. Según esa propuesta, las cuestiones políticas
no se pueden comprender solo mediante el estudio de los fenómenos
específicamente suyos, sino que debe tomarse en cuenta una amplia diversidad de
esferas y procesos sociales que conectan la cultura cívica, en un sentido
amplio, con la cultura política, relacionada con el poder, las clases, los
partidos, las ideologías, el Estado”. Hernández Martínez, Jorge: Estados
Unidos: ideología y política en tiempos de transición; Temas (81-82):p.
18, enero-junio de 2015; La Habana, Cuba.
[5]
Reconocida por José Martí, como «Nuestra América mestiza», la que, a
decir del reconocido intelectual cubano, Roberto Fernández Retamar, “…incluye no sólo pueblos de
relativa filiación latina, sino también otros, como los de las Antillas de
lengua inglesa u holandesa, (…) y, por supuesto, los grandes enclaves
indígenas”. Vid: Martí, José (1891-1991). Nuestra
América; ensayo publicado por el propio autor en la gaceta mexicana El
Partido Liberal, el 30 de enero; en Obras Completas, tomo 6; página
19. Opus Cit.//Subrayado en cursiva es de esta autora. //y Fernández
Retamar, Roberto (1978). Nuestra América y el Occidente; 19 de
noviembre; página 6. Universidad Nacional Autónoma de México. Centro de
Estudios Latinoamericanos. Unión de Universidades de América Latina. México:
México, S. A. //Subrayado en cursiva es de esta autora
[7]Entendido «lo
cultural», en el sentido que se expresa en la Introducción, y primera parte
de este Dossier, a partir de la «Declaración Universal de la UNESCO sobre la
Diversidad Cultural», citado en dicho documento. Véase UNESCO (2001).
«Declaración Universal de la UNESCO sobre la Diversidad Cultural». Documento
refrendado en la 31 a Sesión de la Conferencia General de la Organización
de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura,
UNESCO, el 2 de noviembre. Recuperado de http://portal.unesco.org
[8]O'Sullivan,
John L. Annexation (1845). United States Magazine and Democratic Review
17; nro.1, july-august; pág. 5-10. // John L. O’Sullivan, fue un
periodista estadounidense, que, con el objetivo de justificar la política de
expansionismo territorial de su país hacia el hemisferio continental, y
específicamente, la anexión de Texas, en el citado artículo, esgrimió por vez
primera, una teoría, entonces novedosa, la que, absolutamente afín a la
ideología imperial que, por entonces, venía delineando la Nación, no solo fue
aceptada, sino que se convirtió, en una especie de “patente de corso”, para
todo tipo de agresión liderada por ésta, contra cualquier otro Estado
hemisférico, a pesar de su total ilegitimidad. Así, de acuerdo con
O’Sullivan,“…si se requiriera otra razón, en favor de elevar ahora esta
cuestión de recibir a Texas dentro de la Unión, (…)seguramente será encontrada,
encontrada abundantemente, (…) en un espíritu de interferencia hostil contra
nosotros, con el objeto proclamado de torcer nuestra política y obstaculizar
nuestro poder, imitando nuestra grandeza y bloqueando el cumplimiento de
nuestro destino manifiesto de cubrir el continente señalado por la
Providencia para el libre desarrollo de nuestros millones multiplicados cada
año”; el subrayado en cursiva es licencia de esta autora. De acuerdo
con el profesor puertorriqueño, Norberto Barreto Velázquez. “La idea del
destino manifiesto estaba enraizada en la visión de los Estados Unidos como una
nación excepcional destinada a civilizar a los pueblos atrasados y expandir la
libertad por el mundo. Es decir, en una visión mesiánica y mística que veía en
la expansión norteamericana la expresión de la voluntad de Dios. Ésta estaba
también basada en un concepto claramente racista que dividía a los seres
humanos en razas superiores e inferiores. De ahí que se pensara que era deber
de las razas superiores “ayudar” a las inferiores. Como miembros de una “raza
superior”, la anglosajona, los norteamericanos debían cumplir con su deber y
misión”. Barreto Velázquez, Norberto. El Imperio de
Calibán; 16 de octubre de 2012. Recuperado
de http://www.norbertobarreto.blog
[9]De hecho, en 1997, el
difundido estratega estadounidense de origen polaco, ZbigniewBrzezinski, en su trabajo,
el Gran Tablero de Ajedrez, apuntaba, “Sin una abdicación estadounidense
deliberada o no intencionada, la única alternativa real al liderazgo global
estadounidense en el futuro previsible es la de la anarquía internacional. En
ese sentido, es correcto afirmar que los Estados Unidos se han convertido, en
palabras del presidente Clinton, en la «nación indispensable» del mundo”.
Brzezinski, Zbigniew: El gran tablero mundial La
supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos, Editorial Paidós-Barcelona.
Buenos Aires. México-, 2005, p.198.
[11]En EE.UU., al menos, en letra
oficial, la libertad religiosa constituye un derecho constitucional. De acuerdo
con la Dirección de Programas Informativos Internacional, del Departamento de
Estado de esa Nación, entre los “Fundamentos de la Libertad” que
supuestamente disfrutan las y los estadunidenses, “Estaba muy extendido entre
los ciudadanos el temor a que el nuevo Gobierno central instituido por la
Constitución de los Estados Unidos llegara a ser demasiado poderoso. Por ese
motivo se propusieron enmiendas para proteger la libertad de expresión, de
prensa y de culto, entre otros derechos fundamentales. De esas propuestas se
promulgaron diez, que ahora constituyen la Carta o Declaración de Derechos”,
refrendada el 15 de diciembre de 1791, siendo la primera de éstas enmiendas, la
que refrenda, “El Congreso no promulgará ley alguna por la que adopte una
religión de Estado, o que prohíba el libre ejercicio de la misma, o que
restrinja la libertad de expresión o de prensa, o el derecho del pueblo a
reunirse pacíficamente y a solicitar al Gobierno la reparación de agravios”. Vid,
Departamento de Estado EE.UU.: “La Carta de Derechos”, refrendada15 de noviembre
de 1791, en Agencia Archivos Nacionales y Administración de Documentos,
sita en Washington. Sitio WEB: www.archives.gov.
En consecuencia, no existe una Iglesia oficial; aunque sí se constata la presencia
de un predominio religioso por parte de las iglesias anglosajonas cristiana
protestantes, con particular fuerza en las protestantes. De acuerdo con el
profesor ibérico, Carlos Cañeque, “Para un sector considerable de la población
blanco-protestante americana, los Estados Unidos constituyen una nación
bendecida o apadrinada por Dios. Desde esta perspectiva, la historia americana
se identifica con la suerte de un grupo anglosajón y protestante que ha sido
visitado (amenazado) por sucesivas minorías contra las que ha ido edificando
distintas formas de nacionalismo político-religioso”. Cañeque, C.: El fundamentalismo norteamericano; en Reformas democráticas. Revista
de Debate Político de la Fundación “Rafael Campalans”, No. 7,
2003, Barcelona, España; pp. 2-9. Vid, además: Fichter, Joseph
H.: La religión como institución en los Estados Unidos, en Revista de
Estudios Políticos, Nº 80, 1955, pp. 101-108. La revista es publicada por
el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, España.
[14]
UNESCO (2001). «Declaración Universal de la UNESCO sobre la Diversidad
Cultural». Documento refrendado en la 31 a Sesión de la Conferencia
General de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia
y la Cultura, UNESCO, el 2 de noviembre. Recuperado de http://portal.unesco.org
[15]Véanse al respeto, los trabajos de: Nigra, Fabio G. ¿Es
Trump el culpable?. Editorial, pp. 2-5; Alberico, Inés. Make America Great
Again!: el eslogan de la victoria; pp. 6-26; Hunt, Michael H. La
ideología en la política exterior de Estados Unidos durante el siglo XX, pp.
27-78; Williams, Yohuru: Bye Bye Beauregard. Poniendo al pasado Confederado en
su lugar, pp. 124- 127; Carbone, Valeria L. Charlottesville: Historia de
racismo y supremacía blanca, pp. 128- 13; Bochicchio, Ana L.: ¿Qué piensan los
supremacistas blancos norteamericanos?, pp. 132- 135. Todos en: RE Revista
Electrónica Huellas de Estados Unidos.
Estudios, perspectivas y debates desde América Latina; (13|Gire
a la Derecha), Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos
Aires, Argentina; octubre de 2017; ISSN: 1853-6506.
[16]Rodríguez Parrilla, Bruno (2019).
Discurso
pronunciado en el 74 Debate General de la Asamblea General de la Organización
de las Naciones Unidas; Nueva York, 28 de septiembre.
Recuperado de http://www.cubadebate.cu
[18]Mignolo,
Walter D. (2007). La idea de América Latina. La herida colonial y la opción
decolonial,
pág. 29; Barcelona, España: Editorial Gedisa, S.A.
[21]O'Gorman,
Edmundo (1958-1995). La invención de América. México D.F.: FCE. Subrayado en cursiva de
esta autora. // Edmundo O´Gorman, historiador y abogado mexicano, de
origen irlandés, y uno de los precursores del movimiento de la «colonialidad«
y de la «decolonización», del pensamiento, destacado por la originalidad,
lucidez, y riqueza de sus propuestas.
[25]Wallerstein, Inmanuel (2001). “El
eurocentrismo y sus avatares: los dilemas de las ciencias sociales”,
pág.27; Chile; en Revista de Sociología, Nro. 15. Subrayado en cursiva de esta autora.
[28]Ibíd.,
página 15.
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