La convulsión social en América Latina se propaga como
pólvora (desde Honduras hasta Argentina), todos en oposición a las políticas
neoliberales y su letal engendro: las desigualdades sociales.
Saúl
Cortéz Chifundo / Especial para Con
Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
El modelo de desarrollo y consumo actual es el de las
sociedades ricas. La utopía de las políticas neoliberales como sinónimo de
crecimiento económico con beneficios a los más pobres, ya en América Latina,
nadie se las cree. Este sistema ha destrozado las democracias e inducido
nocivos mecanismos de sujeción ideológica e intelectual. Asimismo, es
ineludible hablar del endeudamiento económico que induce a los gobiernos
locales a adoptar políticas de austeridad en el gasto social, para debilitar la
movilización social.
Lamentablemente, el tiempo y la historia han
demostrado lo nefasto que ha resultado para los países latinoamericanos no
acoger el proyecto bolivariano que propugnaba crear un bloque sólido de
naciones, con el objeto de defensa contra las intenciones neocoloniales de los
Estados Unidos y las potencias europeas. Ello, seguramente, nos hubiera librado
de todas las formas de violencia que las políticas neoliberales han infringido
a los pueblos latinoamericanos.
El acoso violento que estas políticas de los bloques
económicamente poderosos vierten sobre las naciones latinoamericanas, han
propiciado el grito efervescente de los sectores populares. A propósito, los
brazos armados vinculados a la derecha, con una postura complaciente, no
muestran reparo en reprimir a los líderes y grupos sociales cohesionados. Como
podemos ver, los hechos vigentes, propios de una historia presente, se conjugan
para develar la verdad sin sustraerse de la dialéctica con el pasado, pues los
movimientos insurgentes han obligado la reedición del Plan Cóndor. Los
operativos de inteligencia o de las fuerzas armadas de los distintos países en
efervescencia social, detienen, reprimen, desaparecen y asesinan a sus
conciudadanos.
Este presente que nos acosa, obliga a hurgar en el
espacio de experiencia (pasado) desde un enfoque comparativo o de analogía
histórica. Otrora los años 70 y 80 este Plan Cóndor fue el mecanismo de terror
orquestado por las dictaduras suramericanas, y liderado por Estados Unidos,
para contrarrestar la izquierda y garantizar el control yankee en la región. No
cabe duda, entonces, que el panorama histórico latinoamericano de hace cuarenta
años o más, comienza a recrearse en este siglo XXI.
Por su parte, la ola de crímenes hacia los hermanos
indígenas bolivianos con un matiz puramente racista y clasista, hace rememorar
el genocidio colonial, cuando los europeos en nombre de Dios y del
cristianismo, cometieron los más atroces crímenes, hasta casi exterminar
nuestros pueblos autóctonos. No podemos decir, que el desprecio a los indígenas
y sus creencias ha vuelto, porque nunca se han ido. Claro está, que el racismo
y la esclavitud como mecanismos de vejación social durante la colonia, dieron
paso a la despectiva estratificación social vigente hasta nuestros días. Los
interéses económicos de las élites, el racismo y el fanatismo religioso, otra
vez, vienen a ser el vehículo político justificador de la crueldad y el
exterminio de la cosmovisión indígena. La realidad boliviana lo refleja como
espejo, la independencia religiosa (Estado
laico) es constitucional, sin embargo, los embates discriminatorios de la
derecha pisotean la constitución, la democracia y la dignidad humana.
En suma, la convulsión social en América Latina se
propaga como pólvora (desde Honduras hasta Argentina), todos
en oposición a las políticas neoliberales y su letal engendro: las desigualdades sociales. Los grupos
de poder desempolvan su lesivo recetario de otrora, recrean en base al terror
los violentos mecanismos de represión que asolaron el liderazgo social
latinoamericano, en el siglo pasado.
Ahora, buscan desquebrajar cualquier movimiento progresista con
tendencia a la integración social latinoamericana.
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