¿Qué sigue después de estas protestas? Lamentablemente,
estos años de hiper derechización que vivimos, con ajustes estructurales que
diezmaron los Estados nacionales y con un tremendo estancamiento en la
organización popular, marcan una falta de proyecto político en las izquierdas
que se evidencia justo ahora.
Marcelo Colussi / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala
Pletórico, nos dice Cristóbal León Campos que “La
rebeldía que recorre Nuestra América dignifica el sentido pleno del sueño
unitario e integrador de los próceres fundadores de las naciones hoy en
disputa, los tiempos esperanzadores vuelven con la brisa enfurecida que derriba
la injuria pedante del opresor, las cordilleras ven pasar a sus pueblos
enardecidos de orgullo y valentía dirigiéndose a los centros del desprecio para
tender la mano incluso a quienes por siglos los ignoraron, pueblos originarios,
mestizos, campesinos, obreros, mujeres y hombres, proletarios todos en el
sentido emancipador, Nuestra América despierta y entre piedras y palos clama
por su liberación. Tiemblan los poderes sostenidos por las capillas y
capellanes de la explotación, caen las rejas, muros y ballestas, en su lugar
nacerán las flores primaverales que tanto cantara Pablo Neruda, pues nos han
robado todo menos la dignidad.”
¡Qué lindo si fuera cierto todo esto! ¿Realmente está
despertando la población latinoamericana? ¿Efectivamente tiemblan los poderes?
Sin el más mínimo ánimo de ser agorero o aguafiestas, y justamente porque
seguimos teniendo inquebrantables esperanzas, es que debemos analizar muy en
detalle, con actitud crítica, lo que está pasando alrededor del mundo en este
momento.
Pareciera que arde el planeta. Por distintos puntos se
suceden protestas populares espontáneas muy masivas que constituyen una
verdadera afrenta a los poderes constituidos.
En Líbano, el aumento en las tarifas de las redes
sociales detonó masivas protestas que hicieron tambalear al gobierno del Primer
Ministro Saad Hariri, quien tuvo que retractarse de la medida. En Egipto, miles
y miles de manifestantes autoconvocados a través de redes sociales salieron a
protestar en varias ciudades (El Cairo, Suez, Alejandría, Daimeta) contra el
presidente Abdelfatá al Sisi, acusado de severos actos de corrupción. Pese a
que las protestas están oficialmente prohibidas desde 2013, la población salió
en forma masiva a las calles, desafiando la represión policial. La respuesta
del gobierno fue la represión.
En Ecuador masivas concentraciones de los pueblos
originarios pusieron en jaque al gobierno del neoliberal y traidor Lenín Moreno
quien, luego de una furiosa represión, tuvo que dar marcha atrás en medidas de
ajuste fiscal impuestas por el Fondo Monetario Internacional. En Chile, el
aumento del boleto del metro desató enormes protestas, iniciadas por el
movimiento estudiantil en principio, al que se le sumó luego masivamente la
población, las cuales hicieron retroceder al presidente Sebastián Piñera, quien
luego de reprimir salvajemente pidió perdón, comprometiéndose a implementar
medidas de protección social, reconociendo la precariedad de muy buena parte de
la población chilena, más allá del preconizado “milagro económico” del país que
fuera primer laboratorio de ensayo de los planes neoliberales.
En Cataluña, España, el juicio condenatorio llevado
adelante por Madrid a los líderes independentistas catalanes que propiciaron el
referéndum separatista de 2017, produjo masivas concentraciones que confluyeron
en Barcelona, exigiendo la libertad de los procesados y, una vez más, la
proclamación de la República Catalana, independizándose del católico reino
borbónico español.
En Honduras, uno de los países más pobres y corruptos del
continente americano, la población sigue protestando masivamente por el ilegal
gobierno de Juan Orlando Hernández, neoliberal y represor, llegado a la presidencia
por medio de un escandaloso fraude electoral. En las últimas semanas, en
consonancia con estas protestas que están dando vueltas por todo el mundo, las
manifestaciones populares arreciaron, así como la represión gubernamental. En
Haití, país igualmente empobrecido y olvidado, gigantescas manifestaciones
exigen la renuncia del presidente Jovenel Moïse, acusado de corrupción, y quien
mantiene firmemente medidas de ajuste neoliberal que empobrecen aún más a una
población históricamente diezmada. La represión policial es la única respuesta
por parte del Estado.
En Francia, algunos meses atrás, una población
empobrecida por medidas neoliberales que recortaron drásticamente beneficios
sociales, salió a las calles propiciando una poderosa ola de protestas
espontáneas. Como “chalecos amarillos” se les conoció. Aquí, como en cualquier
país mal llamado “periférico”, del Sur del mundo, la policía reprimió sin
miramientos. El presidente Emmanuel Macron, empujado por esa ola de protestas,
debió cancelar entonces los anunciados aumentos a los combustibles.
Las poblaciones, diezmadas hasta la médula por los planes
neoliberales vigentes (capitalismo rapaz sin anestesia, que recorta cuanto
colchón de amortiguación pueda haber existido), sale a manifestar en una mezcla
de protesta ante el empobrecimiento creciente que traen esas políticas y la
corrupción rampante de la casta política, que se da por igual en todas partes
del globo, siempre de espaldas a los pueblos, trabajando para los grandes
capitales.
En Argentina, que años atrás también vivió estas masivas
respuestas espontáneas cuando en diciembre de 2001 en dos semanas expulsó a
cinco presidentes, volvió a protestar, ahora desde las urnas. Con un masivo
“no” evidenció su repudio en las recientes elecciones a las medidas de ajuste
estructural impuestas por el presidente Mauricio Macri, siguiendo las recetas
marcadas por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
Se podría decir que también en Guatemala, en el año 2015,
más allá de manipulaciones que pueda haber habido por parte de la injerencia
estadounidense, la población, hastiada de la corrupción gubernamental,
manifestó masivamente, sirviendo esas protestas para expulsar del gobierno al
binomio Otto Pérez Molina-Roxana Baldetti, acusados de groseros delitos en el
ejercicio del poder.
No hay dudas que existen climas masivos contagiosos. No
confundir eso con “modas”. Pero llámense como sea, es evidente que se dan
tendencias que arrastran, que son imitadas, que son seguidas por las grandes
mayorías. He ahí principios de la Psicología de las masas, que actúan más allá
de voluntades individuales (por eso son masas, justamente). Esos climas crean
atmósferas sociales, culturales, políticas. En las décadas de los 60 y 70 del
siglo pasado, por ejemplo, el mundo vivía una cierta euforia de cambio,
actitudes contestatarias, una rebeldía generalizada (movimiento hippie llamando
al no consumo, movimientos pacifistas intentando desarticular la Guerra de
Vietnam, guerrillas de orientación marxista, liberación femenina, Mayo Francés
de 1968 como ícono del cambio, mística guevarista, grandes movimientos de
liberación nacional en África y Asia, Teología de la Liberación con su opción
preferencial por los pobres). Hoy, ese clima se ha tornado (o lo han tornado los
poderes dominantes) mucho más conservador, de derecha, reaccionario. Lacras
como el racismo y la segregación étnica vuelven a tomar impulso extendidamente.
¿Por qué, si no, la gente votaría por candidatos neofascistas como Bolsonaro,
Macri, Trump, Piñera, los neonazis en Europa y toda una pléyade de hiper
conservadores?
Efectivamente, las masas comportan una psicología
colectiva muy particular: se contagian las tendencias. En esa lógica, en esa
perspectiva podría decirse que estos últimos meses marcan un movimiento
reactivo anti-sistémico sin parangón. O, en sentido estricto, más que
anti-sistémico, anti-consecuencias espantosas de ese sistema llevado al límite
por las políticas fondomonetaristas. Por los cuatro puntos cardinales del globo
explotan protestas masivas. Todas tienen algo en común: es la reacción visceral
de la gente ante situaciones agobiantes en términos socio-económicos. Hay algo
en las distintas poblaciones del mundo (en Medio Oriente, en Europa, en
Latinoamérica) que las une: sentirse indignadas, sentirse burladas y
expoliadas. Y en todos lados, también, la respuesta gubernamental es la misma:
represión brutal.
En ese contexto deben diferenciarse y no confundirse
otros movimientos, como las actuales protestas en Bolivia, o en Hong Kong. Estas
dos recuerdan, en todo caso, lo que se llamaron algunos años atrás
“revoluciones de colores”: movimientos supuestamente espontáneos, manipulados
en realidad por la agenda hegemónica de Washington para quitar de en medio
gobiernos que no son de su conveniencia: revolución de las rosas en Georgia,
revolución naranja en Ucrania, revolución de los tulipanes en Kirguistán,
revolución blanca en Bielorrusia, revolución verde en Irán, revolución azafrán
en Birmania, revolución de los jazmines en Túnez, así como los “movimientos de
estudiantes democráticos antichavistas” en la República Bolivariana de
Venezuela, o las “Damas de blanco” en Cuba. Esas no son reacciones populares
viscerales: son afinados mecanismos de “ingeniería social”, con agendas
claramente estipuladas.
La ola de reacciones que se está dando en estos momentos,
en realidad no tiene agenda previa. Es, en el más cabal sentido de la palabra,
una expresión espontánea de la furia popular. Empobrecidas como están,
engañadas, manipuladas, las poblaciones reaccionan visceralmente. No es cierto,
en absoluto, que tras las protestas en Latinoamérica haya una conspiración “castro-comunista bolivariana”, como un trasnochado
discurso de derecha (¿rémora de la Guerra Fría?) pretende enviar. Hay hambre,
bronca, frustración, profundo malestar; hay desencanto y desilusión. Es por eso
que la gente, enardecida, manifiesta, aún a riesgo de su vida. Quizá sin
ideología política clara (los “chalecos amarillos” de Francia se autonombraban
“apolíticos”), pero como expresión veraz de un estado de desesperación real.
A partir de estas rebeliones, estas espontáneas
insurrecciones, muchos ven un período revolucionario que se abre. Las
transformaciones, de esa cuenta, estarían esperando a la vuelta de la esquina.
Pero, como se dijo al principio del texto luego de la esperanzadora, y quizá
bastante romántica, cita con que abrimos, ¿será cierto que los poderes tiemblan
y estamos ante del despertar revolucionario de los pueblos?
Más allá de las esperanzas (¡¡que nunca hay que
perder!!), el análisis de la situación debe ser crítico, realista, utilizando
instrumentos pertinentes y no solo la pasión (“Actuar con el pesimismo de la
razón y con el optimismo del corazón”, pedía Antonio Gramsci). No cabe
dudas que las poblaciones, en todas partes, han sido severamente dañadas con
las políticas neoliberales. En realidad, ese es el plan trazado por los grandes
poderes globales: no solo volver más ricos a los ya ricos sino, quizá
básicamente, desarticular la protesta social. Para eso se pergeñó lo que ahora
llamamos “neoliberalismo”.
¿Qué sigue después de estas protestas? Lamentablemente,
estos años de hiper derechización que vivimos, con ajustes estructurales que
diezmaron los Estados nacionales y con un tremendo estancamiento en la
organización popular, marcan una falta de proyecto político en las izquierdas
que se evidencia justo ahora. No se puede decir que los pueblos son
conservadores, aunque hayan elegido con voto popular a los gobiernos contra los
que ahora se enfrentan e intentan defenestrar. Los pueblos, como siempre, son
manipulados y engañados (¿por qué, si no, votarían por sus propios verdugos?).
Ello muestra que esta democracia formal en absoluto confiere poder real a la
gente que emite un sufragio; eso es una vil mentira, muy bien montada.
Estas explosiones populares no parecieran desembocar en
cambios reales, en transformaciones profundas en la sociedad. En Ecuador, años
atrás los movimientos indígenas y populares, a través de masivas protestas,
quitaron del poder a tres presidentes (Bucaram, Gutiérrez y Mahuad), así como
la Primavera Árabe abrió una enorme esperanza. Pero ahí quedaron. Los planes
neoliberales, contrario a lo que cierto exitismo proclama, no están muertos.
Lamentablemente: ¡no están muertos! Ante la protesta se saben readecuar, quizá con
incumplibles promesas de politiquero, pero no perdamos de vista en el análisis
que ningún presidente (Piñera en Chile, Moreno en Ecuador, Hernández en
Honduras, Hariri en Líbano, al Sisi en Egipto, Macron en Francia) ha renunciado
luego de estas puebladas. Y las condiciones de vida no se modificaron en lo
sustancial, más allá de esas promesas circunstanciales. Se lograron cosas
importantes, por supuesto: los correspondientes “paquetazos” o aumentos
programados se debieron suspender. Pero las deudas externas no se condonaron,
las condiciones laborales de super explotación no cambiaron, y la represión
-como se acaba de ver- siguió lista para operar con brutalidad cuando es
necesario.
Todo ello permite sacar al menos dos conclusiones: 1) sin
la fuerza volcánica de la población en la calle no puede haber ningún cambio
real en las dinámicas socio-políticas. Y 2) es imprescindible contar con una
dirección para la lucha, llámese partido, vanguardia, organización o como sea.
Eso no constituye, como algunos malintencionadamente opinan, un grupo de
“iluminados”. Son, simplemente, una guía para la acción. Pero, ¿qué es en
definitiva sino eso un partido revolucionario? Sucede que hoy, luego de los
terribles golpes que la derecha infringió al campo popular en estas últimas
décadas, no hay partidos de izquierda sólidamente constituidos que estén a la
altura de estas puebladas. Lo que siguió a todas estas rebeliones espontáneas
lo deja ver. ¿Habrá que constituirlos entonces?
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