¿Por qué esta serie de explosiones populares que parecen dinamizar la
actualidad en América Latina al día de hoy? Porque la pobreza que causó el
neoliberalismo, donde no hubo el preconizado “derrame”, ya es insoportable. El
subcontinente, terriblemente rico en recursos naturales (tierras fértiles,
abundante agua dulce, petróleo, gas, innumerables recursos minerales, enormes
litorales oceánicos) presenta índices de desigualdad socioeconómica realmente
alarmantes.
Marcelo Colussi / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala
América
Latina se está moviendo en estos tiempos. O más que moverse: está que arde,
está en estado de ebullición. En estos últimos días se dieron varios hechos que
son una clara manifestación de repudio a las políticas socioeconómicas
vigentes, comúnmente conocidas como neoliberalismo.
Éste, que
en realidad es un brutal capitalismo sin anestesia, se viene aplicando en forma
lapidaria en todo el mundo, con secuelas que muy probablemente persistan aún
por un buen tiempo. Para describirlo, en pocas palabras podría decirse que
consiste en un plan económico de acumulación fabulosa de riqueza por parte de
un pequeño grupo de capitales con poder cada vez más creciente a nivel global,
a costa del empobrecimiento inversamente proporcional de grandes masas de
población, también a nivel de todo el planeta.
Dicho así,
podría considerarse que se agota en un triunfo del mercado, de la lógica de la
libre empresa contra la clase trabajadora y contra cualquier intento de
estatización, destruyendo sin piedad también al medio ambiente, que es visto
como una mercancía comercializable más. En otros términos: todo se privatiza,
absolutamente todo es mercancía. Y la fuerza de trabajo, que también es una
mercancía, pierde considerablemente valor ante el capital omnímodo.
Pero el
neoliberalismo, en realidad, es algo mucho más complejo, más profundo. Después
de los avances del campo popular en la primera mitad del siglo XX (revoluciones
socialistas, organización sindical y popular, diversos procesos emancipatorios,
liberación de colonias de sus metrópolis, avances sociales diversos), la
reacción del sistema capitalista fue brutal. Ahí es donde surgen estas
políticas, iniciadas en Chile en la década de los 70 del siglo XX de la mano de
la dictadura de Augusto Pinochet (laboratorio de pruebas), extendidas luego a
prácticamente todo el mundo. Sus íconos representativos en los inicios fueron
Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Los organismos crediticios internacionales:
Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial, brazos operativos de la gran
banca mundial que maneja las finanzas globales, se constituyeron en los
verdaderos mandamases planetarios. ¿Qué persiguen estos planes? No solo
acumular cada vez más riqueza en un reducido grupo de poderosos capitalistas
sino, además, y quizá fundamentalmente, acallar todo tipo de protesta, de
disenso, de posibilidad de transformación de lo ya establecido. La idea final
es desarticular las luchas populares, empobrecer, hacer retroceder todas las
conquistas ganadas en décadas de lucha. En otros términos: desaparecer las
esperanzas de cambio. La palabra “comunismo” pasó a ser la peor blasfemia,
impronunciable, anatematizada por siempre.
Toda esta detención de las
luchas se ha logrado parcialmente de momento. Con la desintegración de la Unión
Soviética y la desaparición del campo socialista europeo, el capital se sintió
vencedor. “La historia ha terminado”,
pudo gritar exultante uno de sus conspicuos voceros, el ideólogo Francis
Fukuyama. El golpe recibido por la clase trabajadora internacional fue
tremendo. Las iniciativas impuestas por los organismos crediticos de Bretton
Woods fueron las directivas que marcaron –y siguen marcando– el rumbo de las
sociedades, en lo económico y en lo político. Los capitales globales,
estadounidenses en mayor medida, marcan el paso. Solo Rusia y China escapan a
esa lógica; por lo demás, todo el mundo se alineó con los ajustes
anti-estatales, con la precarización laboral y con un discurso pro empresarial
(ya no hay “trabajadores” sino “colaboradores”).
II
A partir de esas políticas, que
a su turno mansamente fueron cumpliendo todos los gobiernos, los Estados
nacionales se debilitaron a un máximo, privatizándose cuanta iniciativa pública
hubiera. Temas medulares como salud, educación, infraestructura, servicios
básicos, quedaron totalmente en manos de la iniciativa privada, en muchos casos
dada por capitales transnacionales. Todo eso, como no podía ser de otro modo,
provocó enormes cambios en las dinámicas sociales. Las políticas neoliberales
influyeron en todo el globo; en América Latina, por supuesto, vienen definiendo
la historia de una manera grotesca desde la primera experiencia chilena a
partir de 1973, donde las tesis de la Escuela de Chicago, lideradas por el
economista Milton Friedman, se implantaron como experiencia piloto.
A partir de estos planes de
ajuste neoliberal, riqueza y pobreza se acrecentaron de modo exponencial. La
“teoría” del derrame, donde supuestamente el crecimiento macroeconómico de un
país terminaría beneficiando a todos los sectores por igual, “derramándose”
desde las clases privilegiadas a las subordinadas, se mostró en absoluto falsa.
Los capitales crecieron devorando todo a expensas de las clases trabajadoras y
los pueblos en general, destruyendo también sin piedad la naturaleza. Por
supuesto, hubo reacciones ante todo esto, muchas y variadas. La más importante,
quizá, fue el Caracazo, en Venezuela, en 1989, a partir del cual algún tiempo
después aparece la Revolución Bolivariana, con Hugo Chávez a la cabeza. Ello
motivó posteriormente un ciclo de gobiernos progresistas en varios países (el
Partido de los Trabajadores en Brasil, matrimonio Kirchner en Argentina,
Revolución Ciudadana liderada por Rafael Correa en Ecuador, Frente Amplio en
Uruguay, Fernando Lugo en Paraguay), beneficiados en su momento (comienzos del
siglo XXI) por los altos precios de productos primarios, base de sus economías:
petróleo, gas, minerales, carnes, cereales. Ese movimiento hizo renacer las
esperanzas de cambios sociales, y así aparecieron intentos integracionistas con
una filosofía distinta a la crudamente mercantil: la Alianza Bolivariana para
los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos -ALBA-TCP-,
Petrocaribe, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños -CELAC-, la
Unión de Naciones Suramericanas -UNASUR-, Telesur, Radio del Sur, impulsados en
buena medida por la Revolución Bolivariana de Venezuela y su enriquecida cuenta
petrolera.
Pero más allá de estos
gobiernos progresistas, de “centro-izquierda”, como se les dio en llamar, que
sin dudas trajeron mejoras a sus poblaciones, los daños causados por las
políticas neoliberales no desaparecieron. Se siguieron pagando las deudas
externas, las condiciones generales de trabajo no mejoraron, los Estados
siguieron empobrecidos y las privatizaciones no se revirtieron. Ninguno de
estos gobiernos, con excepción de Bolivia y en alguna medida Venezuela en los
inicios de la Revolución Bolivariana, pudo batir las políticas neoliberales,
dado que estas constituyen un entramado destinado a hacer retroceder la
organización popular y los proyectos de revolución socialista por largo tiempo,
quizá para siempre en la cabeza de los ideólogos que las pergeñaron, meta que
parece seguir cumpliéndose. México, con Manuel López Obrador, se sumó posteriormente
al grupo de países con administraciones progresistas, pero las políticas
neoliberales no pueden ser modificadas. El único caso donde se palpan evidentes
los logros de un proyecto alternativo es en Bolivia, con la dirección del
Movimiento al Socialismo, liderado por el indígena aymará Evo Morales, donde
efectivamente el crecimiento económico (la tasa más alta de todo el continente
americano en el 2019, casi el 5% de aumento interanual del PBI) se convierte en
planes sociales de alto impacto (salud, educación, vivienda, microcréditos
populares).
Con distintas características y tiempos en cada país, después de
aproximadamente una década de progresismo, la derecha más reaccionaria volvió a
tomar la iniciativa (Bolsonaro en Brasil, Macri en Argentina, Lenín Moreno en
Ecuador, Piñera en Chile, Duque en Colombia). Así, asistimos hoy a gobiernos de
ultra derecha en buena parte de América Latina, todos mansamente alineados con
Washington, con un lenguaje absolutamente antipopular y programas que benefician
solo a la banca internacional y a las oligarquías locales. Con el agregado que
todos, de igual modo, participan de una recalcitrante posición de derecha anti
Venezuela y anti Cuba, siguiendo las directivas impuestas por la Casa Blanca.
III
Pero no todo está perdido. Los
pueblos, además del legendario Caracazo, siempre han seguido reaccionando. Las
protestas populares se sucedieron interminables en estos años: movimientos
indígenas y campesinos reivindicando territorios ancestrales despojados por la
industria extractivista (mineras, hidroeléctricas, petroleras, cultivos
extensivos para exportación), pobres urbanos desocupados, familias en crisis
abrumadas por las deudas, jóvenes sin futuro, población en general golpeada por
las políticas en curso, alzaron la voz, quizá sin una dirección política clara,
sin proyecto transformador, pero como reacción espontánea a un estado de
pauperización creciente y sin salida a la vista. En Argentina, sin proyecto
transformador, pero hastiada de las políticas privatistas, al grito “¡Que se
vayan todos!”, la población quitó a cinco presidentes en el lapso de quince
días, en Ecuador, un movimiento indígena abrumado por esas mismas políticas y
eternamente discriminado por un racismo irracional, hizo renunciar a tres presidentes,
en Bolivia una población básicamente indígena harta de explotación, miseria y
racismo, llevó al poder -y recientemente volvió a darle un voto de confianza- a
una propuesta socialista con la presidencia de Evo Morales.
Estos años se sucedieron las
protestas, marchas, cacerolazos y demostraciones de repudio a los planes de
capitalismo criminal y despiadado, pero nada de eso logró conmocionar en su
médula al sistema vigente, hasta que en este último tiempo la reacción tomó
forma de rebelión espontánea con acciones contundentes. Ecuador, con poderosos
movimientos indígenas y populares enfrentándose al traidor Lenín Moreno
(supuestamente de izquierda en los gobiernos anteriores), actual “perro
faldero” del FMI, Chile con un formidable movimiento popular que se tomó las
calles superando a los carabineros y desafiando las medidas reaccionarias del
presidente Sebastián Piñera, Haití con una poderosa protesta popular espontánea
que pide la renuncia del corrupto y neoliberal mandatario Jovenel Moïse, Honduras
y una aguerrida resistencia ya largamente reprimida que se opone al ilegítimo
presidente Juan Orlando Hernández, mantenido a sangre y fuego por Estados
Unidos, todo eso constituye un claro ejemplo del cansancio de la gente y de su
reacción espontánea contra líneas que la desfavorecen muy grandemente.
Por su parte Chile, exhibido desde hace años por la prensa comercial de
todo el mundo como ícono del neoliberalismo triunfador (“Primer mundo”, según
esa engañosa propagada), presenta una desigualdad monstruosa (octavo país del
mundo en asimetrías socioeconómicas, igual que Ruanda en el África), y es quien
ha escenificado las protestas más grandes. La población, hastiada de las
medidas de privatización, falta de acceso a los beneficios reales de un
supuesto desarrollo, patéticamente endeudada con los bancos, reaccionó
visceralmente ante el alza del pasaje de metro, lo que motivó por parte del
Ejecutivo (siguiendo la sugerencia de asesores estadounidenses) la declaración
de estado de sitio y toque de queda. Sin dudas, la población del país
trasandino es la que más fuertemente ha alzado la voz, lo cual llevó a un
brutal endurecimiento del gobierno, con casi 20 muertos y cientos de heridos
producto de la represión, con el ejército controlando las calles “América del
Sur se nos puede embrollar de modo incontrolable si no tenemos siempre a la
mano un líder militar, y en el caso de Chile, esto reclama un jefe de la
calidad solidaria del general Augusto Pinochet”, pudo decir sin la más
mínima vergüenza Mike Pompeo, secretario de Estado de Estados Unidos, en una
Comisión de Urgencia de la Cámara de Representantes, ante “la preocupante
situación de Chile”. Ello deja ver que América Latina sigue siendo,
tristemente, el patio trasero de la potencia del Norte, y lo que en esta zona
sucede se decide en Washington.
Las recientes elecciones de
Argentina, donde ganó el peronista Alberto Fernández con un electorado que dijo
rotundamente “no” los planes de más achicamiento y más empobrecimiento
levantados por Mauricio Macri (con el apoyo del FMI y el Banco Mundial)
muestran que las poblaciones ya no aguantan más.
IV
¿Por qué esta serie de
explosiones populares que parecen dinamizar la actualidad en América Latina al
día de hoy? Porque la pobreza que causó el neoliberalismo, donde no hubo el
preconizado “derrame”, ya es insoportable. El subcontinente, terriblemente rico
en recursos naturales (tierras fértiles, abundante agua dulce, petróleo, gas,
innumerables recursos minerales, enormes litorales oceánicos) presenta índices
de desigualdad socioeconómica realmente alarmantes. Con economías prósperas en
términos macro (crecimiento del PBI, inflación bajo control, paridad cambiaria
estable), ocho de los diez países más desiguales del planeta están en esta
región: Haití, Honduras, Colombia, Brasil, Panamá, Chile, Costa Rica y México.
Los problemas sociales se multiplican en forma continua, con desempleo, falta
de perspectivas, violencia callejera, salarios de hambre, un agro tradicional
que se empobrece y desertifica producto de la explotación inmisericorde de las
grandes propiedades y su uso de pesticidas, poblaciones originarias reprimidas
y olvidadas, jóvenes sin futuro y, junto a ello, gobiernos corruptos que se
ríen en la cara de tanta desgracia, todo ello constituye una poderosa bomba de
tiempo. Si no estalló masivamente antes, es porque la represión y el miedo
histórico de las décadas pasadas (guerras sucias que ensangrentaron todos los
países, con 400.000 muertos, 80,000 desaparecidos y un millón de presos
políticos, más cantidades monumentales de exiliados) siguen obrando como una
fuerte “pedagogía del terror”.
¿Qué sigue ahora? No puede
decirse que el neoliberalismo esté muerto, porque sigue direccionando las
políticas impuestas por los grandes poderes (capitales globales que manejan el
mundo), políticas que, definitivamente, no han cambiado. De todos modos, estos
capitales no son ciegos, y ven que Latinoamérica arde. Ahí están las
declaraciones de Mike Pompeo, un operador político de esos capitales, y su
precaución ante lo que puede venir: “Hay que tener siempre a la mano un
líder militar”.
Cantar victoria y decir que el
campo popular triunfó, que el neoliberalismo está fracasado y se firmó su acta
de defunción, es un exitismo quizá peligroso. De momento los planes del
capitalismo global no han cambiado. Ver lo que sucede en Cuba, donde persiste
el cruel bloqueo que intenta asfixiar la triunfante revolución socialista, o en
Bolivia, donde la derecha internacional intenta por todos los medios cerrar el
paso a un nuevo mandato electoral del socialista Evo Morales, o las avanzadas
contra Venezuela, donde se sigue bloqueando inhumanamente la economía del país
con las acusaciones de narco-dictadura a la presidencia de Nicolás Maduro y la
posibilidad siempre abierta de una intervención militar, muestra que quienes
mandan en este “patio trasero” no están en retirada. Los capitales globales
(estadounidenses en su mayoría, pero también europeos y asiáticos, todos
fundidos en esta oligarquía planetaria que opera desde paraísos fiscales) ¿están
derrotados?
¿Seguirá o aumentará la
represión contra los pueblos en protesta? En Chile fueron asesores militares de
Estados Unidos, viendo que la policía estaba sobrepasada, quienes recomendaron
el uso de la fuerza bruta del ejército (violaciones, desapariciones, crear
terror en la población, toque de queda) para calmar los ánimos. Qué hará el
capitalismo rapaz (léase Estados Unidos y sus secuaces: Unión Europea y
gobiernos de derecha instalados por doquier): ¿negociará y dará algunas
válvulas de escape? Cuidado: ¡no debemos confundirnos! Los gobiernos de
centro-izquierda que pasaron años atrás no lograron cambiar el curso de las
iniciativas neoliberales surgidas de Bretton Woods. O más precisamente:
surgidas de los bancos privados (Rockefeller, Morgan, Rothschild, Lehmann,
Merry Lynch) quienes le fijan las líneas al Banco Mundial y al Fondo Monetario
Internacional. Los planes redistributivos que se dieron estos años no cambiaron
de raíz la propiedad privada de los medios de producción; fueron importantes
paños de agua fría para poblaciones históricamente olvidadas, pero no
constituyeron alternativas de cambio sostenibles. Todo indica que dentro de las
democracias representativas no hay posibilidad de cambios profundos reales.
Además, sin caer en exitismos: Piñera sigue gobernando en Chile y Lenín Moreno
en Ecuador. El binomio Fernández-Fernández en Argentina, que asumirá la
presidencia el próximo 10 de diciembre, ¿es una alternativa socialista? No
olvidar que Cristina Fernández propone un “capitalismo serio”. Serio o no
serio… capitalismo al fin. (Si no es “serio”, ¿cómo sería?)
Con estas explosiones populares
espontáneas con que está ardiendo ahora América Latina, ¿vamos hacia la
revolución socialista? No pareciera, porque no hay dirección revolucionaria, no
hay proyecto de transformación que en este momento esté a la altura de los
acontecimientos y pueda dirigir hacia una nueva sociedad. Como se dijo más
arriba, la idea de “comunismo” sigue profundamente anatematizada, vilipendiada.
Por eso en las pasadas elecciones pudieron ganar personajes como Bolsonaro, o
Macri, o Piñera, o Giammattei en Guatemala, o Bukele en El Salvador. Quizá es
útil recordar una pintada callejera anónima aparecida durante la Guerra Civil
Española: “Los pueblos no son revolucionarios, pero a veces se ponen
revolucionarios”.
Los acontecimientos actuales
abren preguntas (similares a las que abrieron los “chalecos amarillos” meses
atrás en Francia): ¿dónde llevan estas puebladas?, ¿por qué la izquierda con un
planteo de transformación radical no puede conducir estas luchas?, ¿el enemigo
a vencer es el neoliberalismo o se puede ir más allá? Como sea, el actual es un
momento de intensidad sociopolítica que puede deparar sorpresas. Vale la pena
estar metido en esta dinámica.
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