El golpe en Bolivia
muestra que el imperialismo está dispuesto a usar los golpes de viejo cuño para
frenar la resistencia antineoliberal en Latinoamérica. También revela las
consecuencias para la izquierda de apostarle a un líder único y que el proceso
progresista dependa de éste líder como carta electoral.
Carlos
Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde
Puebla, México
El derrocamiento de Evo Morales el domingo 10 de noviembre de 2019 es
un hecho trágico y de repercusiones negativas en toda América latina.
Celebramos el asilo de Evo en México y el que después de un viaje accidentado
se encuentre sano y salvo en nuestro país. El golpe es balde de agua fría
después del triunfo de la fórmula Fernández en Argentina, la liberación de Lula
en Brasil y la histórica lucha del
pueblo chileno en las últimas semanas. Más allá de la consternación profunda
que nos embarga, hay que destacar que a
diferencia de los golpes de estado contra Mel Zelaya (2009), Fernando Lugo
(2012) y Dilma Rousseff (2016) sustentados
en argucias judiciales y acciones del poder legislativo, este golpe es un golpe
parecido a los de antaño.
Es posible visualizar diversas etapas hasta la culminación de dicho
golpe: 1. La propaganda negra acerca de la vinculación sentimental de Evo con
una mujer que motivó un supuesto tráfico de influencias. Las acusaciones
resultaron falsas, pero el ardid de factura estadounidense lo llevó perder el
referéndum de febrero de 2016. 2. La intervención de Washington en colusión con
la derecha para difundir la especie de elecciones fraudulentas. Contribuyó a
este hecho la suspensión del conteo por 20 horas. 3. La movilización
reaccionaria capitalizando el desgaste de Evo y la percepción de que había
habido fraude, ejerciendo violencia y
vandalismo contra funcionarios, dirigentes del MAS y simpatizantes, incendios
de residencias, sedes sindicales y sociales, asedios a las embajadas de
Venezuela, Cuba y México. 4. La rebelión
de los cuerpos policiales que se negaron a controlar el caos desatado
por la derecha. 5. El previsible fallo de la OEA con respecto a la credibilidad
de las elecciones. 6. Finalmente, pese a la convocatoria de Evo Morales a
nuevas elecciones, el pronunciamiento
del alto mando militar y policial pidiendo la renuncia del Presidente.
Los días posteriores al golpe evidencian su capitalización por el
neofascista Luis Fernando Camacho con las huestes del Comité Cívico Pro Santa Cruz de la
Sierra. La derecha neofascista ha
relegado a segundo plano a la derecha neoliberal encabezada por Carlos Mesa.
Muestra de ello son el uso de símbolos religiosos, la quema de la bandera de
los pueblos originarios (Whipala), la agitación del anticomunismo y del racismo
al grito de “no más Pachamama en el Palacio Quemado y sí a la Biblia y a
Cristo”. El golpe en Bolivia muestra que el imperialismo está dispuesto a usar
los golpes de viejo cuño para frenar la resistencia antineoliberal en
Latinoamérica. También revela las consecuencias para la izquierda de apostarle
a un líder único y que el proceso progresista dependa de éste líder como carta
electoral. Pero esto último debe ser motivo de un análisis extenso que escapa a
los propósitos de estas líneas. En este momento estamos ante la necesidad
urgente de denunciar que oligarquías locales e imperio están dispuestas a
volver a matar, incendiar y encarcelar
con las fuerzas armadas para salvar a “la civilización cristiana y occidental”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario