Hoy, nuestras gentes contribuyen al esfuerzo por culminar la
transición hacia un sistema mundial que será nuevo en la medida en que llegue a
ser una república moral de los pueblos, en el que el bien mayor de todos se
exprese en la armonía de los humanos entre sí, y con su entorno natural.
Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Alto Boquete, Panamá
Para Aida Migone,
profesora de historia
en el Liceo Manuel
de Salas,
colegio y escuela de
mi generación
en Santiago de
Chile, tantos años atrás
Un periodo especialmente
fecundo en la vida de José Martí es el que va de enero de 1891, cuando publica
el ensayo Nuestra América, y el 19 de mayo de 1895, cuando cae en combate
por la liberación de Cuba del dominio colonial español. Fueron aquellos los
años de creación del Partido Revolucionario Cubano y su periódico Patria.
Fue entonces, también, cuando tuvo lugar la transformación de la última guerra
de Independencia de Hispanoamérica en la primera de liberación nacional de
nuestra América, que sentó las bases de la extraordinaria capacidad de
resistencia de Cuba ante la agresión extranjera, y de su capacidad para
contribuir al equilibrio del mundo.
En su aporte a esa transformación,
tuvo un papel destacado la capacidad de Martí para incorporar a ella la
experiencia derivada de su compromiso con la vida y las luchas de los pueblos
latinoamericanos, y su observación atenta del devenir de la sociedad
norteamericana entre 1881 y 1890. De allí que abordara la situación de la Cuba
de su tiempo desde un análisis político íntimamente vinculado al sustrato
cultural de su identidad nacional. “Tienen otros pueblos”,
dijo, “y entienden que es trabajo suficiente, un solo problema esencial”:
en uno, es el de acomodar las razas diferentes que lo
habitan; en otro, es el de emanciparse sin peligro de los compromisos de
geografía o historia que estorban su marcha libre; en otro, es, principalmente,
el conflicto entre las dos tendencias, la autoritaria y la generosa, que con
los nombres usuales de conservadores y liberales dividen a los pueblos. Y en
Cuba, sólo segura porque el alma de sus hijos es de alientos para subir a la
dificultad, hay que resolver a la vez los tres problemas.[1]
Los
problemas de Cuba, por otra parte, debían ser encarados en una circunstancia
inédita: la del ingreso del capitalismo norteamericano a la fase imperialista
de su desarrollo, que lo llevaría – una vez completada su expansión territorial
a cuenta de Francia y de México – a ingresar en la disputa por la hegemonía en
el mercado mundial. En esa disputa, sus primeras áreas de interés serían el
Caribe hispano – Cuba, Puerto Rico y el Istmo de Panamá - y la América del Sur,
en particular Argentina, Chile y Perú.
Esto,
para Cuba, exigía la conquista de una soberanía nacional sólidamente
fundamentada en la soberanía popular – y no meramente oligárquica, como había
ocurrido en el resto de la América española. Esa tarea, de una simultaneidad
inédita en nuestro siglo XIX, exigía liberar al pueblo cubano del colonialismo
español para protegerlo del imperialismo norteamericano. Esto explica que la
organización creada por Martí y sus compañeros para
lograr “la independencia absoluta de la Isla de Cuba, y fomentar y auxiliar la
de Puerto Rico”, y fundar “un pueblo nuevo y de sincera democracia, capaz de
vencer, por el orden del trabajo real y el equilibrio de las fuerzas sociales,
los peligros de la libertad repentina en una sociedad compuesta para la
esclavitud” no se llamara Partido Independentista, sino Partido Revolucionario
Cubano.[2]
Lo revolucionario de ese partido incluyó, además, percibir las
contradicciones en curso en el sistema mundial – en el que se gestaban ya las
luchas anticoloniales que marcarían el ingreso al siglo XX en la India, China,
el Sudeste de Asia y el Medio Oriente -, y adoptar una clara posición frente al
incremento de las rivalidades entre potencias imperialistas. Al respecto, el Manifiesto
de Montecristi, que llamó al alzamiento de los cubanos contra el colonialismo
español, advertía que
La guerra de independencia de Cuba, nudo del haz de
islas donde se ha de cruzar, en plazo de pocos años, el comercio de los
continentes, es suceso de gran alcance humano, y servicio oportuno que el
heroísmo juicioso de las Antillas presta a la firmeza y trato justo de las
naciones americanas, y al equilibrio aún vacilante del mundo. Honra y conmueve
pensar que cuando cae en tierra de Cuba un guerrero de la independencia,
abandonado tal vez por los pueblos incautos o indiferentes a quienes se inmola,
cae por el bien mayor del hombre, la confirmación de la república moral en
América, y la creación de un archipiélago libre donde las naciones
respetuosas derramen las riquezas que a su paso han de caer sobre el crucero
del mundo.[3]
Llegar
a ese planteamiento no había sido sencillo. Meses antes, un texto ejemplar –
“El alma de la revolcuión y el deber de Cuba en América”- daba cuenta de la
intensidad de los debates que el tema provocaba en el Partido Revolucionario
Cuban. Allí señaló Martí:
Es un mundo lo que estamos equilibrando: no son sólo
dos islas las que vamos a libertar. ¡Cuan pequeño todo, cuán pequeños los
comadrazgos de aldea, y los alfilerazos de la vanidad femenil, y la nula
intriga de acusar de demagogia, y de lisonja a la muchedumbre, esta obra de
previsión continental, ante la verdadera grandeza de asegurar, con la dicha
de los hombres laboriosos en la independencia de su pueblo, la amistad entre
las secciones adversas de un continente, y evitar, con la vida libre de las
Antillas prósperas, el conflicto innecesario entre un pueblo tiranizador de
América y el mundo coaligado contra su ambición.[4]
Aquella obra de previsión continental ha venido ya a ser global. Hoy,
nuestras gentes contribuyen al esfuerzo por culminar la transición hacia un
sistema mundial que será nuevo en la medida en que llegue a ser una república
moral de los pueblos, en el que el bien mayor de todos se exprese en la armonía
de los humanos entre sí, y con su entorno natural. Del Bravo a la Patagonia,
estamos en marcha otra vez.
Alto Boquete, Panamá, 3 de
noviembre de 2019
[1] “Los cubanos de Jamaica en el Partido
Revolucionario”. Patria, Nueva York,
18 de junio de 1892. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La
Habana, 1975. II: 21 – 22.
[2] “Bases
del Partido Revolucionario Cubano” [1892]. Obras Completas. Editorial de
Ciencias Sociales, La Habana, 1975. I: 279.
[3] “Manifiesto
de Montecristi”. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La
Habana, 1975. IV: 101
[4] “El tercer año del
Partido Revolucionario Cubano. El alma de la revolución y el deber de Cuba en
América”. Patria, 17
de abril de 1894. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La
Habana, 1975. III: 142-143.
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