En este artículo
analizaremos política y socialmente el desarrollo de la rebelión social
estallada el 18-O y que a partir del 15N ha iniciado una segunda fase de su
desenvolvimiento. La primera fase el protagonismo lo tuvieron las y los
ciudadanos movilizados y en la segunda, son los partidos políticos, los que han
tomado la iniciativa abriendo una nueva estructura política de oportunidades
para producir el cambio político institucional en la sociedad neoliberal
chilena.
Juan Carlos Gómez Leyton / Especial para Con Nuestra
América
Desde Santiago de Chile
El
pueblo chileno lucha sin más
armamento que sus puños y gritos.
Una
juventud consciente formada
y auto-organizada es
peligrosa para el Estado.
Somos
la rebeldía que se levanta en Ecuador, Hong Kong, Haití, Barcelona
y
en todos los rincones del mundo.
Vamos
por todo y no tenemos miedo.
A las y
los caídos y heridos en combate para
hacer
posible una sociedad más humana.
Introducción
Al inicio del estallido
social del 18-0 establecimos tres posibles escenarios políticos. Transcurrido
el primer mes del estallido, tenemos la certeza que uno de ellos se ha ido
consolidando y encauzando la protesta social hacia un objetivo radicalmente
distinto, tal vez, al planteado o propuesto o deseado por los sujetos y actores
de la rebelión.
Los tres escenarios
políticos diseñados fueron los siguientes: (a) una salida
política-militar-autoritaria (que la caracterizamos como una dictadura
fujimorista peruana); (b) negociación política entre el gobierno y la oposición
política destinada a configurar una vía política institucional para sofocar la
rebelión y (c) la radicalización de la rebelión social en la perspectiva de la
destitución –vía renuncia- del Presidente de la República a través de un “golpe
de estado ciudadano”.
De estos tres
escenarios el que ha sido impuesto por el poder estatal y, al parecer, domina
la escena política, hasta hoy 19 de noviembre, es el (b). O sea, el de la
negociación política. Es decir, la vía política institucional destinada a
resolver la crisis política como encauzar la rebeldía social por los caminos
propios del sistema político y con ello desmovilizar a la ciudadanía en
rebeldía.
En este artículo
analizaremos política y socialmente el desarrollo de la rebelión social
estallada el 18-O y que a partir del 15N ha iniciado una segunda fase de su
desenvolvimiento. La primera fase el protagonismo lo tuvieron las y los
ciudadanos movilizados y en la segunda, son los partidos políticos, los que han
tomado la iniciativa abriendo una nueva estructura política de oportunidades
para producir el cambio político institucional en la sociedad neoliberal
chilena. Según lo que se perfila, este no será un cambio social profundo que
afecte directamente la estructura del poder social neoliberal, o sea, su base
material, sino, más bien, será un cambio político concentrado en la estructura
jurídica-política del Estado.
Nuestra exposición será
ir delineando lo ocurrido en cada uno de los escenarios señalados y al mismo
tiempo iremos dibujando lo que podría ocurrir en el futuro inmediato. Este es
un proceso histórico abierto y en desarrollo. Pero, que tiene una hoja de ruta
y un cronograma semi estructurado la interrogante que se impone: sería los
sujetos y actores de la rebelión estallada el 18-O, pero iniciada los primeros
días del mes de octubre, se someterán o lo alterarán. Ese es el dilema del
periodo que se inicia.
I.- El fracaso político de la
salida político-autoritaria-militar.
La suspensión, por el
momento, de la estrategia política militar-autoritaria propuesta por parte del
Ejecutivo como también de los sectores más duros del Chile Vamos, la UDI, por
ejemplo; se explica, fundamentalmente, por la falta de apoyo político y
logístico de parte del principal actor de ella: las Fuerzas Armadas. En efecto,
el principal obstáculo que tuvo esta estrategia su estuvo -dado las señales que
se han emitido desde el gobierno y de la institucionalidad armada- en la
debilidad logística para su implementación, expresada en la ausencia de
contingente militar. En otras palabras, las Fuerzas Armadas, no tenían hombres
y mujeres, o sea, tropa, para ocupar militarmente al país. No obstante, también
son posibles otras interpretaciones que nos llevarían hacía otros derroteros. Lo
concreto, es que el Ejecutivo, el presidente Piñera, en dos oportunidades no
fue apoyado en su intento de ejecutar una salida político militar. Por eso
debió, impulsar a regañadientes, con bastante desagrado, disgusto la solución
político institucional de la negociación política. Ella, como veremos,
implicaba aceptar algo más que un aspecto mínimo de la principal demanda
ciudadana expresada masivamente en las calles relativa al cambio
constitucional. Si bien, luego del 25-O el presidente, se abría a impulsar un
conjunto de reformas constitucionales e incluso se habló de un Congreso
Constituyente, para esos efectos. Sin embargo, la huelga general, lo obligó a
dar un paso mayor. Aceptar la posibilidad de reemplazar integralmente la
Constitución Política de 1980. Esta decisión, sin lugar a dudas, es una gran
decisión política. Pues desde su aprobación en 1980, la Constitución de la
dictadura, ha sido uno de los principales pilares que sostienen la estructura
jurídica-política de la dominación neoliberal. Y, en 39 años de existencia, la
derecha, solo en dos ocasiones, 1989 y 2005, habían aceptado y concordado
realizar específicas y puntuales reformas a la Carta Magna. Reformas o cambios
constitucionales que dejaban intactas las bases estructurales de ella. Sin embargo,
la Rebelión social y la huelga general ciudadana y popular habían logrado
vencer la férrea defensa político institucional de la Constitución. Así, el 12
de noviembre un acongojado e ido presidente: convoco a la ciudadanía y a sus
actores políticos a un acuerdo por la paz, la justicia y, sobre todo, por una
nueva Constitución Política. Cerrando de esa manera, vuelvo a decir,
momentáneamente la salida político-militar a la crisis social y política que
afecta directamente a su gobierno.
2.- La apertura de la vía político
institucional para una Nueva Constitución
2.1 El rol político de la Huelga
General y de la Mesa de Unidad Social
El llamado a la “Paz” y
por una nueva constitución, realizado por parte del ejecutivo no fue solo una
reacción desesperada ante el no apoyo político de las FF. AA como también de
los otros poderes del Estado, expresado en la fracasada convocatoria al
CONSENA, del día 11 de noviembre, sino, fundamentalmente, al éxito de la huelga
general convocada por la mesa de Unidad Social, el día 12N.
La Huelga General que, si bien, no paralizo en un 100% las actividades
productivas, comerciales, bancarias y otras del país, lo hizo en un 70%. Esta
fue una contundente y poderosa demostración de fuerza social y política de
parte de la ciudadanía nacional. La ocupación callejera de miles y miles de
ciudadanas y ciudadanos rebeldes con importantes hechos de acción directa
contra los símbolos del capital, remeció con fuerza las estructuras no solo del
sistema político sino del poder social de la sociedad neoliberal chilena. Según
el Centro de Investigación Político Social del Trabajo, CIPSTRA, que realizo un
detallado análisis de la huelga general, concluyó que esta ha “sido la
paralización con mayor masividad y repercusión económica que se haya realizado
en el país desde el retorno de la democracia en 1990, y posiblemente desde el
golpe de Estado de 1973”.
Su extraordinario éxito
social, exigía política y socialmente de pasar a la ofensiva y haber decretado,
luego de los anuncios de Piñera, la huelga general indefinida, demando la
renuncia del Presidente. Sin embargo, ocurrió todo lo contrario, tengo la
impresión, que la mesa de Unidad Social, se paralizo ante el éxito de su
convocatoria.
En política el manejo y
el control del “tiempo político” es central y sus actores deben saber manejarlo
en función de sus estrategias. La mesa de Unidad Social, no fue sensible al
tiempo político. Por esa razón, perdió, durante tarde-noche del día 12N, la
oportunidad de transformarse en la plataforma dirigente de una movilización
que, hasta ese día, no tenía una conducción política clara y estructurada. En
vez, de convertirse en los dirigentes de la rebelión, optaron por esperar, o
sea, dejar pasar el tiempo. Y, hoy a siete días del exitoso paro nacional, es
válido preguntarse que estaban esperando. La correlación de fuerzas sociales
estaba íntegramente intactas al interior de la rebelión. Era cuestión de
apretar el acelerador para empujar el carro de la sublevación e insurrección
ciudadana directa solicitando la renuncia del gobierno. Por ende, producir, la
caída del sistema político, para iniciar la construcción del nuevo orden
social, político y económico nacional. En otras palabras, el escenario tres
previsto para la radicalidad de la movilización estaban dadas tanto objetivas
como subjetivas, pero Unidad Social, absurdamente, se congelo.
Por consiguiente,
aquellos que habían llamado a la huelga general no supieron qué hacer ante el
éxito de ella. Y, en vez, de avanzar, se detuvieron. Mostraron debilidad política,
falta de coraje y, sobre todo, carecieron de audacia y astucia táctica para ir
sobre un adversario político que estaba a punto de ser derrotado. Tengo la
impresión que Unidad Social tuvo miedo, temor, de asumir la responsabilidad
política de realizar aquello que los movimientos sociales de Ecuador, Bolivia,
Argentina y otros países de la región han realizado: botar al mal gobierno y
destituir al presidente de la República en ejercicio. La renuncia del
Presidente Piñera, permitiría abrir la estructura política de oportunidades
para la expresión del poder ciudadano constituyente originario, democrático y
revolucionario.
Sin embargo, esa
posibilidad se esfumó. Pienso, que será
muy difícil que, en los próximos días y semanas, se vuelva constituir una
coyuntura política semejante. Fundamentalmente, porque el gobierno y el sistema
político, en otros, términos la institucionalidad política estatal, ha tomada
la iniciativa y la ofensiva y quien se encuentra, ahora, relativamente
desconcertada es la ciudadanía movilizada, especialmente, los sectores
ciudadanos políticos “tradicionales”, es decir, aquellos que hacen política al
interior del sistema político y que esperan que sean los dirigentes políticos o
sociales los que los conduzcan y dirijan políticamente.
Esta ciudadanía hoy
tiene que decidir entre continuar participando activamente en la rebelión
social o ingresar a la vía político-institucional propuesta por el orden
neoliberal y sobre todo se apoya y sigue el Acuerdo Político por la Paz
acordado por los partidos políticos. Por lo tanto, de ir ganando la “guerra” la
rebelión social paso, en menos de 48 horas, a estar asediada por sus dos
principales adversarios el gobierno y la clase política. La rebelión social
está a punto de ser derrotada. Esta afirmación puede ser fuerte, pero
políticamente realista e incluso, acertada. La principal responsabilidad de esa
posible derrota recaería en la Mesa de Unidad Social. Lamentablemente, sus
dirigencias no han estado a la altura de los acontecimientos.
2.2 De la guerra a la Paz
El discurso realizado
por un nervioso, desencajado, extraviado y desorientado primer Mandatario al
filo de la medianoche del día 12 N, fue amplificado y multiplicado por los
medios de comunicación oficialista. A pesar del estupor y desconcierto inicial,
expresado públicamente por el conductor de CNN, Fernando Paulsen, quien abrió
su programa Ultima Mirada, con
las siguientes interrogantes: “¿Qué… no quiero decir un garabato, pero… ¿qué
cresta fue lo que pasó? ¿De qué se trató esta intervención del Presidente
Piñera?”. Sin embargo, con el correr de las horas la nueva estrategia
gubernamental comenzó a delinearse de manera clara y a concitar diversas y
variadas adhesiones políticas.
La locución, la corporalidad y la
gesticulación del Presidente en aquella ocasión era, inequívocamente, la
expresión manifiesta de un hombre derrotado y fracasado. Él había apostado por
una nueva intervención militar. Pero, no contó con el apoyo al interior de su
sector. Y, lo más probable que fue obligado a proponer la salida político
institucional que implicaba acceder no solo el cambio constitucional sino, algo
mayor, proponer la elaboración de una nueva constitución política que
reemplazara a la autoritaria e ilegítima Constitución Política de 1980. Ello
explicaba su desconcertado discurso por la Paz, la justicia y, especialmente,
por una nueva Constitución.
Ahora bien, para que su propuesta
fuera viable y exitosa requería del apoyo de todos los actores políticos y
sociales del establishment y defensores del orden neoliberal. Era urgente que
se pronunciaran los principales actores del mercado (gremios empresariales,
comerciales, financieros, las PYMES, etcétera), de la sociedad civil
(universidades, organizaciones sociales, sindicales, universitarias, secundarias,
medios de comunicación, entre otros) y de la sociedad política (partidos
políticos). Los días 13, 14 y 15, las adhesiones a la propuesta provinieron de
todos los rincones de la sociedad neoliberal, tanto partidarios del presidente
como sus opositores se pronunciaron a favor de ella. En medio de la
conmemoración del primer año del vil asesinato del comunero mapuche Camilo
Catrillanca y de nuevas acciones de violencia social de parte de los grupos
radicales de la Rebelión, se iniciaron las conversaciones entre los agentes
políticos de todos los sectores para lograr consensuar un acuerdo político que
detuviera, frenara o morigerara, por un lado, el desmoronamiento del gobierno y
sostuviera en su pedestal al presidente Piñera y, por otro, a la Rebelión.
Debía ser un acuerdo político que tuviera esa doble dimensión. De no tenerla,
el gobierno caería y el triunfo de la Rebelión podría ser inminente.
Ante la gigantesca manifestación de
fuerza social y política de la huelga general apoyada con una activa
movilización callejera y de numerosas acciones directas de violencia social en
contra de los símbolos de la opresión capitalista y estatal. La apelación
directa a la condena de la violencia social y política ciudadana constituía,
por cierto, un requisito indispensable para instituir la paz. Obviamente, todas
las fuerzas sociales y políticas vinculadas con el orden neoliberal como
también los sectores moderados de la ciudadanía movilizada, asumieron la
cruzada por la Paz, como una misión fundamental y central para restaurar la
convivencia social y ciudadana. De esa forma el país, podría volver a funcionar
con normalidad.
Sin embargo, la Paz, como he dicho,
requería de un acuerdo político. Obviamente, ha este, por cierto, no iban a
concurrir la ciudadanía movilizada ni, tampoco, Unidad Social, pues, el
presidente Piñera, ambos los había ignorado abiertamente. Por esa razón, no los
había ni convocado ni invitado a sentarse a conversar la “pipa de la Paz”. Su
llamado estuvo dirigido a los partidos políticos integrantes del orden
neoliberal y, sobre todo, con representación parlamentario. Ellos eran actores
estratégicos e interlocutores válidos para concertar la paz.
2.3 Los walking dead:
los partidos políticos y ciudadanos políticos tradicionales.
Como lo señalamos en un artículo
anterior los partidos políticos del orden neoliberal fueron obsecuentes con los
acuerdos establecidos por el presidente Piñera. Con matices, pero, sin mayores
diferencias aceptaron los dos primeros. No obstante, las diferencias fuertes y
las divergencias radicales se situaron y se manifestaron en torno al tercero,
es decir, la mayoría estaban de acuerdo en acordar que se requería una Nueva
Constitución Política del Estado. Salvo la UDI.
Sin el concurso y activa participación
de la UDI, ningún acuerdo político entre estos actores es políticamente viable
y posible. De producirse algún acuerdo, sin su participación, es un acuerdo
fallido y sin destino. Incluso, si en él, por ejemplo, no participaran otros
partidos políticos oficialistas o de oposición, el acuerdo podría
implementarse. Como quedó demostrado, luego del 15N. Pero, sin la UDI, no hay
acuerdo posible, especialmente, para avanzar hacia el cambio constitucional,
sea ya, menor, reformas a la Constitución actual, o, mayor, su total reemplazo.
La UDI es, jugador, un partido político, que posee un gran poder de veto. Tanto
al interior de su sector como en el sistema partidos vigente. Es, un actor
político estratégico, o sea, tiene la capacidad de movilizar diversos recursos
sociales y políticos con el objeto de tanto de defender como para imponer sus
objetivos políticos y, sobre todo, para preservar la institucionalidad
pinochetista.
Ningún otro partido político del orden
neoliberal actual tiene y posee, ese poder de veto. Ni siquiera la Democracia
Cristiana. Ni tampoco el Partido Socialista de Chile. Los primeros pueden
frenar iniciativas como, por ejemplo, la Acusación Presidencial patrocinada por
algunos parlamentarios de oposición. Pero, ellos, por sí mismos, no paralizan
la actividad política de la oposición ni frenan acuerdos generales. La UDI,
tiene ese poder. Fundamentalmente, porque, la UDI, posee poder infraestructural
partidario, o sea, capacidad de estar presente en los principales poderes
fácticos de la sociedad civil neoliberal,
Por esa razón, vencer la resistencia y
oposición de la UDI a la idea de cambiar total y completamente la Constitución
de 1980 fue una tarea altamente tenaz y compleja. El haberlo logrado constituye
un gran éxito para todas y todos los que presionaron a su dura presidenta Jacqueline van Rysselberghe.
La
firma de la UDI en el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, el denominado
acuerdo político histórico, abrió una nueva estructura política de
oportunidades para que la clase política del orden neoliberal y el gobierno de
Sebastián Piñera, lograran salir “bailando” del rincón y atolladero que los
tenía la Rebelión social y ciudadana del 18-0. En un rápido contraataque
recuperaron la iniciativa política.
Los
partidos políticos del orden tanto los que representan a los sectores
dominantes del gran capital empresarial como también de importantes sectores de
la mediana y pequeña burguesía empresarial, mercantil, financiera y productiva
(UDI, Renovación Nacional, EVOPOLI) como aquellos que hablan y expresan los
intereses de las capas medias de las PYMES, de los profesionales liberales y
comerciales, y la clase media asalariada (PDC, PDD, PRSD, PSCH, FA, entre
otros) y los tradicionales partidos que expresan a los sectores populares y
trabajadores (PCCH, principalmente), atraviesan por una profunda crisis de
credibilidad, confianza y de representación.
En
efecto, en la sociedad neoliberal no hay espacio ni lugar para los partidos
políticos. Ellos sobreviven artificialmente, gracias a un régimen político que
los sostiene y que le atribuye la condición de primordiales. Si bien, son las
normas y reglas institucionales de la democracia representativa, los que los
mantiene vivo. Como he sostenido en otros lugares son verdaderos “walking
dead”, o sea, “muertos vivientes”.
Esta
condición es, por cierto, valida sin ningún distingo para todos los partidos
políticos actuales con o sin representación parlamentaria como también para
aquellos partidos que tienen militantes ocupando un cargo de público en el espacio
comunal ya sea, como Alcalde o concejal. En otras palabras, los partidos
políticos no representan a las y los ciudadanos neoliberales. Tan solo a los
ciudadanos neoliberales que he llamado como “ciudadanos tradicionales”. Y,
estos son cada día menos. E, incluso estos se muestran críticos con ellos.
Pero, no los invalidan ni los rechazan como si lo hacen los ciudadanos
neoliberales “no políticos” y los “ciudadanos subpolíticos”. Los cuales
integran el denominado “partido de las y los no electores”. Siendo este grupo
el “partido” mayoritario en la sociedad neoliberal.
2.4 Los actores
principales de la Rebelión: los ciudadanos subpolíticos
La
rebelión social en curso ha estado protagonizada masiva y mayoritariamente por
los ciudadanos “subpolíticos”. Por esa razón, ha sido una movilización social y
política cuyos principales adversarios políticos es el Parlamento como el
Gobierno. Espacios de la representación política partidista. De allí que su
objetivo central no es el acuerdo ni la negociación política con ellos sino,
más bien, la destitución tanto del poder gubernamental (Presidente) como del
poder parlamentario (Senadores y Diputados). Pero, también, de Alcaldes y
concejales. Es decir, de toda autoridad electa. Los cuales, para las y los
ciudadanos subpolíticos carecen de representatividad y de legitimidad tanto
social como política. Ellos expresan el poder neoliberal establecido, la
opresión, la corrupción y el amparo al abuso, y, sobre todo, sostienen y son
agentes que permiten la reproducción permanente y continua del sistema
capitalista neoliberal, que destruye tanto la vida humana como la naturaleza.
Son cómplices de la explotación, de las pobrezas materiales de las ciudadanías
como responsables directos de la desigualdad social, económica y cultural.
Además, de garantes de las transnacionales que extraen los bienes comunes de la
sociedad nacional. Para los ciudadanos subpolíticos la clase política esta
coludida estrechamente con la clase empresarial mercantil-financiera,
productiva y comunicacional tanto nacional como internacional.
Todo lo
anterior explica el rechazo total y completo de los sectores movilizados a los
partidos políticos. Por ello, en sus acciones y ocupaciones masivas de las
calles de la ciudad, de las comunas y sus territorios, no flamean las banderas
partidistas. Su objetivo político central terminar con la democracia
representativa dé lugar a otra democracia, la social y directa. Tanto a nivel
comunal regional y nacional. Obviamente, con otro régimen económico, social y
cultural. Una sociedad descolonizada, comunitaria, solidaria y democrática.
La
lucha abierta el 18-0 es contra el sistema político. Por esa razón, la
ciudadanía movilizada, especialmente, la subpolítica no espera nada de la clase
política parlamentaria ni gubernamental ni local. Pero tampoco y este es un
detalle importante, de la “clase política social”. Ello explica que los dirigentes sociales que
integran Unidad Social no pueden ni representar ni dirigir ni liderar los movimientos
ni las acciones de la rebelión. Las y los ciudadanos sub-políticos tienen total
autonomía política y social de las orgánicas sociales o política que organiza
la ciudadanía tradicional. Esta es una característica sustantiva y esencial
tenerla en cuenta al momento de analizar como también dibujar a grandes rasgos
el futuro que tendrá la nueva etapa iniciado el 15M, día de la firma del
“Acuerdo” por parte de los partidos políticos del orden neoliberal.
2.5 El “Acuerdo”, Los
Partidos y el Rol de Las Ciudadanías
Este
“Acuerdo” implico la resurrección política de los partidos políticos. Y, una
tabla de salvación para el gobierno de Piñera. Es, muy evidente, por lo dicho
anteriormente, que el “Acuerdo” tendrá escasa o ninguna importancia para los
grupos políticos en que se organizan las y los ciudadanos subpolíticos.
Sin
embargo, el “Acuerdo” afectara directamente el comportamiento político y
participación social de las y los ciudadanos neoliberales tradicionales en la
Rebelión como también en amplio contingente plural y diverso de ciudadanos
neoliberales “no políticos”, posibilitando que estos recuperen su ansiada
normalidad. Estas ciudadanías, por distintas razones sociales y políticas
apoyarán el “Acuerdo”. Unos porque el abre la posibilidad de poner fin a la
Constitución Política de 1980/2005 y, los otros, porque el proceso
constituyente ordenado y dirigido por el Estado, reestablecerá la paz, la
tranquilidad y la seguridad social. En otras palabras, con él, la sociedad
neoliberal volverá a funcionar. O sea, al neoliberalismo será normal.
El
“Acuerdo” podría ser el comienzo del fin de la Rebelión ciudadana amplia y
multifacética que observamos desde el 18-O hasta la huelga general del día.
Como, también, de la masiva movilización callejera. Lentamente, se va ir
instalando la vía política institucional. Los partidos políticos firmantes
serán los principales agentes en dirigir y conducir el proceso constituyente
que se abrió en los hechos concretos el 15N, desplazando y reemplazando el
proceso iniciado en los territorios comunales y barriales directamente por la
ciudadanía, en los cientos Cabildos auto-organizados.
2.6 Todo para lo
“constituyente” oficial nada para la ciudadanía
Desde
ahora en adelante todo lo concerniente a lo “constituyente” será canalizado en
la institucionalidad que el Legislativo va producir a través de la Comisión
Técnica que se encargara de elaborar y operacionalizar los distintos puntos del
“Acuerdo”. En esta Comisión, por cierto, se excluye desde ya, la presencia
directa de la ciudadanía. Puesto, que los miembros que la integrarán, serán
“personajes” designados en forma paritaria por los partidos políticos de la
oposición y el oficialismo. En otros términos, hombres o mujeres militantes de
partidos.
Los
partidos políticos carentes de legitimidad, profundamente descreditados y con
bajas tazas de confianza ciudadana no solo se apropiaron de la demanda por una
nueva Constitución, sino, también desecharon de un plumazo la realización de
una Asamblea Constituyente. Manteniendo la tradición histórica en la sociedad chilena
las constituciones políticas la redactan los hombres sabios. Y, son elaboradas,
poder constituyente derivado con el apoyo del poder Ejecutivo, o sea, se
excluye una vez, el poder constituyente originario y directo de la ciudadanía.
El principal actor del proceso constituyente no será la ciudadanía sino el
poder constituido. De la misma forma como se hizo en 1833, 1925 y 1980.
La
erradicación de la palabra “Asamblea” en el documento redactado por los
partidos políticos refleja el miedo atávico que la clase política ha tenido a
la democracia, entendida como el involucramiento directo y activo del pueblo en
los asuntos de la comunidad, de la nación y el Estado.
2.7 El miedo político a
la “Asamblea” unifica
Este
miedo político ha estado presente entre los miembros de la clase dominante como
de sus dirigentes políticos desde los inicios de la República. El terror al
pueblo movilizado, a los ciudadanos ejerciendo su soberanía, ha sido
ampliamente registrado por la historiografía democrática nacional. Es el miedo
de Piñera invocando la Ley de Seguridad del Estado para frenar la movilización
de las y los estudiantes evadiendo el pasaje del Metro. Fue el terror que se
apodero del gobierno, lo hizo sacar a los militares a la calle para castigar a
las y los desobedientes. Fue el pavor a
la acción ciudadana llevo al presidente rodearse de soldados y anunciar al país
que “estábamos en guerra”. El propio General Director de Carabineros reconoció
ante su tropa que estaba “cagado de miedo”.
El
miedo político tiene la virtud de producir la unión de todos aquellos que temen
al “enemigo poderoso”, como el presidente había calificado a las y los
ciudadanos movilizados. Efectivamente, entre los actores políticos,
comunicacionales y empresariales como también entre las clases medias
asalariadas, profesionales liberales, patrimoniales, pequeños y medianos
comerciantes, y entre los sectores populares neoliberalizados, cundió el
pánico. Incluso el nefasto exministro del Interior Andrés Chadwick como la
alcaldesa de la comuna de Providencia, Evelyn Matthei avalaron con sus dichos a
que la ciudadanía se armara para defenderse de los posibles ataques de los
“violentistas”.
Estos
ciudadano manejados y manipulados por los medios de comunicación,
específicamente, por la televisión pública y privada concentrados en transmitir
por sus pantallas los actos vandálicos, saqueos, incendios, destrozos y
enfrentamientos entre los manifestantes con las Fuerzas Especiales de
Carabineros. Se organizaron para defenderse de los imaginarios e inexistentes
ataques a sus propiedades. La concertada campaña del terror fue generando entre
las audiencias ciudadanas el temor y el miedo a la protesta social. Sobre todo,
la fue abiertamente criminalizada.
2.8 La criminalización de la “justicia popular”.
La
criminalización de la protesta y de la acción directa contra los símbolos del
capital y del Estado. Dividió a los protestantes entre los “pacifistas” y los
“violentistas”. Los primeros eran respetuosos del orden público y de la
propiedad pública y privada. En otras palabras, protestantes civilizados.
Mientras que los “violentistas”, todo lo contrario. Y, eran los que
“ensuciaban”, “distorsionaban” y “perturban negativamente” la movilización
política y la protesta social. Los ciudadanos calificados como “violentistas”
fueron tipificados tanto por el gobierno como por los medios de comunicación
como delincuentes, antisociales, lumpen, etcétera.
Los
distintos actos de violencia social realizados por los distintos grupos
radicales que participan activamente en la Rebelión y que tienen como objetivos
aquellas instituciones que son identificados como los espacios prácticos y
directos del abuso mercantil, de la explotación laboral, generadores de pobreza
y de desigualdad, como son las farmacias, los supermercados, los centros
bancarios, las iglesias, monumentos y estatuas, etcétera. Están muy lejos de la
antojadiza interpretación que realiza la prensa oficialista como los medios de
comunicación vinculados al capital neoliberal.
Ahora
estos actos catalogados con vandálicos por la prensa oficialista y el gobierno
son para los grupos radicales que los realizan “actos justicieros” de “justicia
popular” que tienen como objetivo político “conseguir
la caída del gobierno de Piñera y su mafia familiar.” De ninguna manera se
trata de actos vandálicos realizados o perpetrados por delincuentes o por
lumpen o narcos sino son “parte de una
lucha frontal de castigo a las instituciones de comercio, transporte y
represión”. Así, las expropiaciones y recuperaciones (saqueos) a los
grandes centros comerciales como supermercados, Retail o empresas de comida
rápida multinacional se multiplicaron en los primeros días de la revuelta, y se
convirtieron en una noticia criminalizada por la TV y por la ciudadanía
neoliberal tradicional, ya sea de la mediana y pequeña burguesía y, sobre todo,
por la ciudadanía neoliberal “no política”, pero altamente legitimada por el
pueblo que está en las calles, en las poblaciones populares y periféricas de la
ciudad de Santiago y de otras ciudades del país.
La acción directa de
los rebeldes anticapitalistas y antineoliberales es también una rebeldía
anticolonial. Es la manifestación de un descontento y de la ira histórica
acumulada de siglos de dominación colonial, patriarcal y estatal.
Simbólicamente esta “rabia histórica” se ha expresado en el desmontaje de las
estatuas erigidas para recordar a los “conquistadores” y de los “héroes
militares de la patria”. Más de 70 monumentos y esculturas han sido desmontadas
de sus pedestales y destruidas por la acción descolonizadora. No se trata de
acciones espontaneas si no que ellas responden a una profunda consciencia
histórica y política descolonizadora.
Esta consciencia ha
sido obtenida y trabajada al interior de estos grupos radicales de ciudadanos
subpolíticos desde hace ya décadas. Especialmente, desde los años noventa del
siglo pasado, con la emergencia y levantamientos de los pueblos originarios de
Nuestra América, de la rebeldía histórica del pueblo mapuche y del
levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, EZLN, en la
desconocida, hasta 1994, Selva de Lacandona, en Chiapas, al sur de México.
Además, unido al pensamiento crítico decolonial de los últimos años enseñados y
aprendido en cientos de escuelas populares que han educado y formado cientos de
miles de jóvenes a lo largo de todo el país, hacen que esos actos de ninguna
manera sean actos “vandálicos” realizados por “violentistas”, sino por
ciudadanos políticos e informados, que poseen tanto una memoria histórica larga
duración, de mediana duración y de reciente. Son ciudadanos con una consciencia
histórica profunda y espesa. Por esa razón, no son ciudadanos neoliberales,
como los son los ciudadanos tradicionales como los “no políticos”, sino que son
otro tipo de ciudadanos políticos, históricos, sociales y culturales que
habitan una sociedad que no les hace sentido. Por esa razón, la combaten. Ellos
son la contra-hegemonía.
Conjuntamente con
dichas acciones “justicieras” y “descolonizadoras” las y los ciudadanos
subpolíticos en estado de rebeldía y subversión pusieron en marcha en sus
espacios territoriales la auto-organización ciudadana popular. Impulsando por
doquier de manera autónoma e independiente las asambleas territoriales y
barriales, no solo para deliberar en torno a una futura Asamblea Constituyente
sino también para coordinar y evaluar la revuelta. La seriedad y profundidad
política con que estos grupos asumen la acción se revela en la necesidad y la
urgencia que tienen “de comunicar lo que está pasando, [el] levantamiento de
informes serios que den cuenta de la magnitud y características que va
adquiriendo este momento político, y sobre todo fortalecer la autoorganización
y autonomía de la revuelta”. Todo lo anterior para “evitar” que la Rebelión sea
encauzada y dirigida por los “embaucadores de siempre”. Rechazando abiertamente las “migajas” que el
sistema político ofrece.
Para estos sectores es
más que claro que la Rebelión social continuara, a pesar, de los llamados
realizados por las autoridades. La “Revuelta no parara, continuara y crecerá
día a día, pues el presidente ya no tiene respaldo social, la multitud exige su
renuncia, y honestamente, es bien difícil que todo esto termine sin el
descabezamiento del actual gobierno, si Piñera no renuncia será una derrota, porque
de promesas estamos llenos y aburridos”, dicen, sus voceros.
2.9. El Acuerdo el principio del
fin
No obstante, el
“Acuerdo” logrado por los partidos políticos el 15N como decía más arriba
dividirá irremediablemente, la Rebelión social. Por un lado, los ciudadanos
tradicionales de manera lenta pero sistemáticamente comenzaran alejarse y a
vaciar las manifestaciones sociales. La salida a la calle del día lunes 18,
tres días después del “Acuerdo” y conmemorativa del primer mes del estallido
del 18-O, no tuvo la masividad semejante a las registradas en las dos primeras
semanas de la revuelta.
Desde la invasión
popular de la zona oriente de Santiago, por ejemplo, las manifestaciones de los
sectores medios acomodados han comenzado disminuir significativamente. El miedo
a lo “popular” hizo replegarse a estos sectores. Los cuales aplaudieron
abiertamente el “Acuerdo” firmado por los partidos políticos. Y, desde ya se
preparan para participar ordenada y disciplinadamente en el proceso
constituyente diseñado por la clase política y celebrado por el poder
Ejecutivo.
Lo más probable que
estos sectores, los ciudadanos neoliberales tradicionales, que durante 28 días
fueron aliados sociales y políticos de las y los ciudadanos subpolíticos en
rebeldía, los abandonen y los dejen solos en su lucha. El “pueblo” rebelde ya
estará unido.
La clase política ha
logrado a pesar de todo su desprestigio provocar una momentánea “detención”
política a la Rebelión social. Los “embaucadores de siempre”. Han logrado
embaucar a los ciudadanos políticos tradicionales. Bajo el espejismo o la
ilusión constituyente han logrado que estos abandonen la movilización
concentrándose en discutir, argumentar aspectos generales como particulares de
la propuesta. Cuestiones técnicas, leguleyas, en voz de los expertos. Obviando,
como siempre la voz de la ciudadanía.
Se ha entrado en el
“cretinismo constituyente”.
Sin embargo, estamos
seguros que la rebelión social impulsada por los sectores radicales está
vigente. E, inicia una nueva fase de lucha, en condiciones menos favorables de
las abierta el 18-O. Serán ellos que seguirán “agitando como siempre la
transformación revolucionaria de la vida, pero ya no con los papeles, ahora en
la calle y queda mucho por hacer”.
Por
último, estamos en el escenario dos de los tres previstos. Pero, aún queda
rebeldía. La resistencia que la derecha ha realizado en estos días para
boicotear el Acuerdo, podría dar lugar a la activación del escenario uno como
posibilitar el escenario tres. Nada está dicho aún. La historia se sigue
escribiendo.
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