Tras un mes explosivo, América Latina
continúa en ebullición. Tras de sí queda en las ciudades el rastro de la furia
de quienes se sienten engañados y manipulados por élites glotonas, insaciables y
cínicas.
Rafael Cuevas Molina / Presidente
AUNA-Costa Rica
La furia ha estallado a partir de pequeñas
chispas que han incendiado una pradera que estaba seca hace mucho tiempo.
Cualquiera de los detonantes pudieron suceder en otra coyuntura y no habría
sucedido nada, remachando la idea que todo
mundo se había tragado el cuento y estaba contento con ser “modelo de
desarrollo” o “país más feliz del mundo”.
Pero atrás de las mamparas construidas para
escenificar la felicidad colectiva hay mucha bronca acumulada, aún en aquellos
países en donde aún no se viven explosiones sociales como las que hemos visto
en estos días.
No tiene sentido hacer aquí la lista de las
vueltas que ha dado el tornillo del estrangulamiento porque en todas partes es
la misma; los mismos discursos que nos acusan de vividores por nuestros salarios,
nuestras pensiones, nuestra insensibilidad por usar tanto los hospitales
públicos o por querer que nuestros hijos reciban educación sin tener que
endeudarnos por el resto de nuestras vidas.
Han cercado como nunca antes a Cuba y Venezuela,
las tienen acogotadas con bloqueos que les impiden acceder a lo básico para la
vida digna, pero les echan encima el muerto de ser los instigadores del
descalabro que viven. ¿De veras se lo creerán? ¡Ni hablar! Saben perfectamente
que han sido ellos y solo ellos los que causaron las sublevaciones que los
tienen temblando, que es su cinismo rayano en la estupidez lo que ya no se
soporta. De no ser así, no habría dado marcha atrás con la última vuelta de
tuerca del tornillo del ajuste, o no se habrían apresurado a proponer medidas
paliativas.
Pero las medias tintas no harán más que poner
parches en donde lo que hace falta es cambiar de ropaje. Lo que estamos
viviendo ahora no es más que las consecuencias del desboque en el que cayeron
los que creyeron que tenían para sí el mundo. Fue eso lo que quiso decir
Francis Fukuyama cuando enarboló la bandera del fin de la historia. Es decir,
que de entonces en adelante lo que vendría sería más de lo mismo, hasta el
infinito. No teniendo más contrapesos, no les quedaba más que devorar el mundo.
Y a eso se han dedicado desde entonces, incluyéndonos a nosotros.
Vivimos un período de tanteo para lograr delinear
algo nuevo, alternativo a la distopía del tal Fukuyama, y en esa búsqueda hay
hallazgos y muchos yerros. Unos por unas vías, otros por otras. En Argentina,
por ejemplo, nos mostraron una vía. En Chile están mostrando otra. Todo en una
semana, todo al mismo tiempo, todo apoyándose de una u otra forma, todo
mostrando atisbos sin que nada se vea claro del todo.
Tiempo de incertidumbre en medio de la alerta de
que estamos bordeando el abismo como especie; con imbéciles en la cúspide de
los gobiernos amenazando con disciplinarnos si no nos portamos como ellos
quieren. La prepotencia campeando, la grosería, la ordinariez, el desparpajo.
¿Estamos a las puertas de algo que aún no podemos
descifrar, que no entendemos, del que como en un parto en curso solo se siente
el dolor sin que se vea aún la criatura que atempera los dolores y trae la
alegría?
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