La resistencia chilena conforma una de las tantas maneras de decir basta de
los sectores populares, en la calle y sin miedo a los palos y las balas, otros
a través de las urnas contra un aparato mediático/jurídico descomunal. Todos
con sed de justicia y los puños alzados contra las minorías predatorias.
Roberto Utrero Guerra / Especial para
Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina
Otra semana comenzó, siendo ya la tercera de la protesta iniciada el 18 de
octubre. Contra todo pronóstico, con el aparato represivo del Estado actuando
como en la dictadura pinochetista, el pueblo chileno sigue resistiendo.
Continúa seguro, insistiendo en sus reclamos de fondo que no se limitan a
simples mejoras sectoriales, al cambio de gabinete o a la eventual renuncia
presidencial, sino a impulsar la reforma de la Constitución que asegure el
establecimiento de un nuevo Chile más igualitario, menos polarizado en dos
extremos sociales inconciliables: un vértice selecto de euro descendientes
ricos, extremadamente ricos, beneficiados con privilegios exclusivos desde la
emancipación y una inmensa mayoría nativa sin posibilidad de acceso a la
educación, la salud y a un sistema de seguridad social, actualmente
inexistente. Condiciones aberrantes, de extrema injusticia, imposibles de
tolerar en un mundo altamente interconectado e informado como en el que
vivimos.
Se sabe que el presidente Sebastián
Piñera sigue haciendo oídos sordos a la marea humana que sigue en las calles y
promete reunirse con el Consejo de Seguridad Nacional COSENA, mecanismo
previsto en la Constitución vigente, para endurecer medidas con tres proyectos
de ley, cuyo nombre lo dice todo: antisaqueos, antiencapuchados y
antibarricadas.
Entre las autoridades que reúne el ente, están los comandantes de las FFAA
y de Carabineros, a quienes ha prometido equipamiento y modernización.
Los 23 muertos reconocidos y las más de mil violaciones a los derechos
humanos denunciadas hasta el momento, también esperan una respuesta perentoria,
al menos para comenzar a zanjar el diálogo.
Ante la urgencia actual, vale recordar datos históricos trascendentes,
válidos en cualquier análisis de coyuntura. La cordillera de Los Andes siempre
fue una frontera porosa desde antes de la llegada de los españoles. Y, una vez
llegados éstos a ese territorio, habiendo derrotado a los incas, sentaron sus
bases a ambos lados, procediendo a la fundación de pueblos en nombre de la
corona, como fue el caso de Mendoza en 1561, a partir de la Capitanía General
de Chile dependiente del Virreinato del Perú.
Hay una contigüidad compartida en sangre e intereses que siempre estuvo en
movimiento hasta que se fueron consolidando los estados nacionales de los dos
países, después de la independencia.
Sin embargo, a espalda de las relaciones oficiales, hubo un tránsito
silencioso de bienes y personas que compartían lazos familiares en sendas jurisdicciones.
Muchos ancestros de los actuales mendocinos son chilenos, como es mi caso y
el de la mayoría mestiza que compone la actual sociedad provincial, como
también la del resto de las otras provincias pegadas al macizo andino de norte
a sur. Cuestión que, como todos sabemos, los límites son posteriores a las
comunidades humanas que quedan encerradas por ellos.
En diversas situaciones que se han ido dando a lo largo de la historia,
muchas no queridas por los mismos protagonistas, los contingentes de viajeros
han ido y venido, como sucede con la trashumancia.
Una migración forzada fue la que siguió al golpe militar que derrocó al
presidente Salvador Allende en 1973, donde miles de chilenos se vieron
obligados a abandonar su país caminando días a través de escabrosos pasos
cordilleranos, ocultándose, para salvar sus vidas. Aquí fueron tan bien
recibidos dadas las penosa situación pasada que, una vez establecidos y llegada
la democracia a este lado de la cordillera en 1983, se les dio un barrio
completo en el departamento de Las Heras, Mendoza, para que tuvieran sus
viviendas en condiciones similares a los locales. Hecho que despertó críticas
entre quienes se oponen a las políticas en favor de la hermandad
latinoamericana, como ha sucedido este último tiempo en nuestro país.
Por lo tanto, más allá de los fuegos artificiales provocados por una prensa
pseudo nacionalista o chauvinista que celebra el enfrentamiento de los
nacionalismos, propia de las contiendas deportivas, la innegable raíz histórica
desbarata ese desborde de emociones que dificulta la benéfica y madura
integración de nuestros pueblos, cuyos beneficios son inconmensurables.
Somos conscientes también, que la balcanización posterior a la emancipación
de España fue producto de la intervención de Inglaterra en el siglo XIX y
Estados Unidos después, dado que el comercio bilateral era y es mucho más
rentable. Situación en permanente evolución alentada por la constante mutación
política que preserva sus sacrosantos intereses financieros cada vez más voraces.
Sin embargo, la persistencia de la memoria trasandina y el agotamiento de
la paciencia popular de medio siglo han desbordado hasta que encuentren los
continentes institucionales capaces de satisfacer las demandas sociales tanto
tiempo negadas. Cuestión compleja y nada fácil de llevar a buen puerto. Sobre
todo, porque hay que estar atentos a que las sutiles formas de manipulación de
los amañados y añejos formadores de opinión no terminen avalando como propios
los intereses de los de siempre. Hecho que se reservan al ser forzados a
estacionarse en esa aparente complacencia de aceptar los cambios reclamados.
Insensato sería también, ignorar la formidable estructura y poderío de los
grandes grupos económicos, algunos de los cuales responden a antiguas familias
tradicionales, los que han disfrutado libremente de las posibilidades de un
mercado sin mayores regulaciones, donde el Estado siempre ha estado a su
servicio, conforme un marco favorable impositivo. Saben que tienen diversas
formas de ejercer presión sobre el espectro de las grandes decisiones, incluso
aquella que suele ser más efectiva en momentos difíciles, que es cerrar plantas
y echar a los trabajadores. Sabido es que proteger la fuente de trabajo convoca
siempre a la solidaridad pública, incluyendo la de las autoridades estatales o
eclesiásticas. Desconocer esto a la hora de plantear reformas fundamentales
sería negar la realidad y condenarse al fracaso.
Estos grandes factores de poder cuentan a su favor con la dispersión y
atomización popular, a la vez reunidas en una multiplicidad de organizaciones
sociales a lo largo y lo ancho del país, con las naturales dificultades de
reunirse y consensuar los diversos tópicos a discutir: qué país, por qué, a
partir de, cuándo, cómo, con qué.
Fundamentos dogmáticos y orgánicos al que deberán ceñirse los
constituyentes para garantizar la igualdad de derechos de todos los ciudadanos
representados como también rectificar o ratificar la forma de gobierno más
adecuada. Chile mantiene la particularidad de ser unitario, debiendo todas las
autoridades regionales someterse a un gobierno central, situado desde siempre
en la Capital, Santiago.
Cada sociedad elige los medios para hacer valer sus necesidades y
transformarlas en derechos efectivos. De allí el trabajo de articulación de
contenidos y conclusiones que tendrán los responsables de las diversas
organizaciones. Al tiempo que deberán articular con los partidos políticos con
vocación reformista con los que deberán ponerse de acuerdo. Cuestión imposible
de prever en el tiempo, sin que se desgasten el entusiasmo y las actuales
pretensiones que iniciaron las manifestaciones.
Mientras esto está sucediendo, el cono Sur está dando muestra de procesos
eleccionarios determinantes. Al menos en el caso argentino, se ha puesto fin a
un proyecto neoliberal a través de las urnas que ha significado un llamado de
atención en la región y fuera de ella. Otro tanto sucede en Bolivia y el apoyo
de sus hermanos al proceso eleccionario ya ganado, como también en el vecino
Uruguay que va a una segunda vuelta, parte de un Mercosur que, seguramente
deberá renovar bríos a pesar de un Bolsonaro al frente de Brasil y la inminente
libertad de Lula.
Las aparentemente adormiladas izquierdas mundiales comienzan a desperezarse
en un escenario dinámico y multipolar, donde el avance económico y científico
de China parece imparable frente a unos Estados Unidos en retroceso, cuya deuda
externa está en poder del gigante asiático y muestra dificultades en mantener
su poderío en otras regiones del mundo.
El recibimiento del presidente electo Alberto Fernández por parte de Andrés
Manuel López Obrador en México, las entrevistas con empresarios aztecas y el ex
presidente de Ecuador Rafael Correa son una buena señal para el cambio de
gobierno en diciembre. Cambio al que asegura acompañar personalmente Vladimir
Putin, como seguramente muchos mandatarios cuya presencia será una respuesta
política con vista a los años venideros.
La resistencia chilena conforma dentro de ese amplio espectro, una de las
tantas maneras de decir basta de los sectores populares, en la calle y sin
miedo a los palos y las balas, otros a través de las urnas contra un aparato
mediático/jurídico descomunal. Todos con sed de justicia y los puños alzados
contra las minorías predatorias. Puede entonces, que un día de estos, salgan un
tiro para el lado de la justicia.
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