Los acontecimientos en la región
se desarrollan a ritmos vertiginosos. Pareciera que, como dijo Silvio
Rodríguez, la era estuviera pariendo un corazón, pero esta vez a través de una
fuerte lucha (tal vez como nunca antes en la historia) entre los pueblos que
quieren avanzar hacia su liberación y aquellas fuerzas que pretenden retrotraer
la historia.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
Ante la victoria electoral del peronismo en
Argentina, se opuso la insuficiente votación del Frente Amplio en Uruguay, a la
intervención de la OEA y el golpe de Estado en Bolivia se manifestó el regreso
de México a América Latina, ante la regresión fascista de Brasil se alza la
coalición entre Argentina y México que ya logró salvar a Evo y a García Linera
del fascismo, al incremento de las medidas agresivas contra Cuba, Nicaragua y
Venezuela se han levantado los pueblos de Ecuador, Chile, Haití y Honduras.
Ataque y contrataque son los signos de los
tiempos actuales en América Latina y el Caribe. Estados Unidos se la juega el
todo por todo en una de las dos regiones del mundo (junto a Europa) donde
todavía tiene el control de las elites y pretende la subordinación de los
pueblos.
El principio de la física de que toda acción
tiene su reacción se aplica a la política hoy más que nunca cuando el imperio
estadounidense ha comenzado su período de retroceso y derrota estratégica, el
que aun, cuando puede durar muchos años y décadas, es irreversible. La mejor
prueba de ello es que tuvieron que recurrir a Donald Trump, un empresario ajeno
al establishment para tratar de que, con instrumentos de la gerencia, se pueda
manejar el país cuando la política no ha podido hacerlo.
Eso ha conllevado a que ellos mismos se vean
obligados a aplastar el edificio teórico, las categorías e instituciones que
construyeron durante 250 años y que ya no les sirven para sostener el poder:
estado de derecho, separación de poderes, democracia, gobierno de la mayoría,
defensa de la soberanía, respeto a los derechos humanos y a la decisión de cada
pueblo de darse el gobierno que quiera y otras clasificaciones similares
que dan soporte al capitalismo emergido
de la independencia de Estados Unidos y la revolución francesa, están siendo
torpedeando desde sus mismas entrañas.
Sin la menor impudicia, la OEA expone
opiniones antagónicas respecto a los hechos de Bolivia con los de Ecuador y
Chile dando la impresión que existe una ley ad hoc para casa caso. Por su parte, Estados Unidos a través de su
presidente felicita a las fuerzas armadas de Bolivia por el golpe de Estado
contra una “dictadura” que en las últimas elecciones tuvo casi el 50% de apoyo
popular. Nada diferente de lo que hizo y dijo Richard Nixon en 1973 con
respecto a Chile. Otro tanto se manifiesta con el silencio de Michelle
Bachelet, avalando con ello la violación de los derechos humanos, por parte de
una institución que debería ser la salvaguarda de ellos en el mundo. Es difícil
que la ex presidenta de Chile pueda opinar cuando fue la causante de la brutal
represión contra el pueblo mapuche en la Araucanía. No debería poder hablar de
los derechos humanos que ella permanentemente violó cuando fue presidenta. En
los hechos, su gobierno no dista mucho del de Piñera.
Todo se cae, todo se desbarata, el pueblo
chileno en las calles durante ya casi un mes, ha manifestado su sentir. A cada
intento de engaño de Piñera, ha respondido con más movilización y más rechazo a
sus propuestas de maquillaje del sistema político para seguir dominando. Ayer,
martes 12 de noviembre, la más grande movilización de la historia de Chile en
medio de la primera huelga general desde el fin de la dictadura ha sido
expresión de la opinión mayoritaria del pueblo. La disyuntiva ¿Congreso
Constituyente o Asamblea Constituyente?, solo duró un día.
Estas manifestaciones son continuidad de las
que se iniciaron en 1983 y que incesantemente se realizaron mes a mes hasta que
obligaron al dictador a cambiar su forma de gobernar, para seguir mandando
desde la comandancia del ejército gracias al acuerdo – que hoy se quiere
repetir- entre Estados Unidos, las fuerzas armadas, los empresarios, la
internacional socialista y la demócrata cristiana.
El 11 y 12 de noviembre se destaparon las
alertas, las ratas comienzan a abandonar el barco, buscando un acuerdo entre
elites para una vez más engañar al pueblo: los partidos de la Concertación y la
Nueva Mayoría tratan hoy de capitalizar la movilización popular a su favor,
tratando de demostrar que van a hacer lo que no quisieron durante los 5
gobiernos que usaron para engañar al pueblo. Suponer que a la democracia
cristiana, al partido socialista o al partido por la democracia les interesa
realmente una asamblea constituyente, no deja de ser un chiste de mal gusto, a
no ser por los más de 20 asesinados, los miles de heridos, los dos centenares
de personas que perdieron la vista, los torturados, violados y los miles de
detenidos, que han sufrido por la violencia de la derecha y de estos partidos
que también fueron brutalmente represivos cuando fueron gobierno. En el mejor
de los casos son cómplices de la putrefacción que sembraron en Chile.
Para que no se me olvide, volví a leer ayer
algunos testimonios del informe Valech, porque seguramente será muy necesario
crear otra vez una comisión que se encargue de descubrir el alcance de los
crímenes cometidos por la democracia que hoy tiene a Piñera en el poder.
Estas manifestaciones en Chile son la
expresión de la transición truncada de 1988-1989, la transición que nunca fue,
la transición pactada bajo batuta de Estados Unidos para hacer una democracia
“en la medida de lo posible”, que permitió mantener la Constitución a fin de
profundizar el modelo neoliberal, esta vez con administración demócrata
cristina-socialista. ¿Y ahora pretenden ser ellos los redactores de la nueva
Constitución? La propia Bachelet engañó al pueblo anunciando una constituyente
a la que no dio ningún apoyo, más allá de la reunión de prestigiados juristas
que trabajaron arduamente para nada.
El pueblo chileno debe estar alerta: la
historia es muy sabia y no hay que olvidarla, cada vez que se dieron avances
populares, la derecha se sacó un as de debajo de la manga, hizo surgir organizaciones que con un discurso
radical escondían el cometido de dividir al pueblo, quebrar la voluntad de
lucha y hacer fracasar al movimiento popular: así nació el MAPU en los
prolegómenos de la victoria de Allende, el PPD en la cercanía de la derrota de
la dictadura y Revolución Democrática ahora. Si se fijan en sus nombres
encumbran lo popular, lo democrático y lo revolucionario. Nada más alejado de
su práctica.
En el caso de Bolivia, se está repitiendo el
golpe de Honduras, intentando crear una situación de hecho que, al igual que
Venezuela, cree un poder con un presidente auto designado, que en la nueva ley
universal solo necesita del reconocimiento de Estados Unidos y Europa
autodenominados “comunidad internacional”. Sólo la fuerza del pueblo podrá
impedirlo. Me parece que, así como las Malvinas señalaron la muerte del TIAR,
el golpe de Estado en Bolivia significará la muerte de la OEA,
independientemente que haya gobiernos masoquistas que quieran seguir
participando en ella.
La impecable actuación del gobierno de México,
rescatando sus mejores tradiciones diplomáticas echaron por la borda el intento
de legitimar el golpe de Estado. Almagro guardó silencio esperando que la
Asamblea Plurinacional se reuniera para dar curso a la renuncia del Presidente
Evo Morales, a fin de dar apariencia legal a la intervención de las fuerzas
armadas.
Ello no fue posible, el propio canciller
mexicano Marcelo Ebrard expuso que en la operación de rescate de Evo y García
Linera, su gobierno tuvo que negociar con los militares bolivianos haciendo
patente en la práctica quien intenta asumir el poder en Bolivia.
¿Alguien puede creer que Bolivia será igual a
la de 2005? ¿Alguien puede suponer que Mesa o Camacho podrán general
gobernabilidad solo porque Trump y Almagro con la complicidad de los militares
así lo decidieron? Evo apeló a la paz, sus enemigos a la guerra (igual que
Piñera), ahora que se atengan a las consecuencias.
Mientras tanto, en Haití las protestas
pidiendo la salida del represivo, corrupto y neoliberal gobierno de Jovenal
Moise entró en su tercer mes continuo. Sin embargo, por primera vez en todo
este tiempo y en muchos años, la oposición se puso de acuerdo para elaborar de
conjunto un programa que le proporcione sustento a un eventual gobierno de
unidad nacional tras la aparentemente inevitable salida de Moise del poder.
Este paso permitirá dar un salto de calidad a
la lucha del pueblo haitiano que ahora podrá darle un sentido de futuro a su
lucha más allá de la estricta bandera de salida de Moise. Al igual que en
Chile, la alianza opositora se propone elaborar una nueva constitución que
transformé la estructura política del país y dé paso a nuevas elecciones
presidenciales y legislativas y que concreten una reforma judicial a fin de
otorgar certezas al pueblo de que la corrupción y la violación de derechos
humanos tengan juicio y castigo.
Así, desde un rincón al
otro, América Latina en movimiento resiste los golpes imperiales que se
manifiestan de manera diferente y que, por primera vez, generan respuesta de
los pueblos que parecieran decididos a no seguir aceptando la sumisión y la
derrota.
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