Amigo y colaborador
de Fernand Braudel, Wallerstein no encara la historia desde la suma de sus
eventos, sino desde las tendencias de largo plazo de las que esos eventos son
expresión, en cuanto sintetizan las relaciones entre la diversidad de
realidades que abarca un sistema complejo.
Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
“El mundo está en tránsito violento, de un
estado social a otro. En este cambio, los elementos de los pueblos se
desquician y confunden; las ideas se obscurecen; se mezclan la justicia y la
venganza; se exageran la acción y la reacción; hasta que luego, por la soberana
potencia de la razón, que a todas las demás domina, y brota, como la aurora de
la noche, de todas las tempestades de las almas, acrisólanse los confundidos
elementos, disípanse las nubes del combate, y van asentándose en sus cauces las
fuerzas originales del estado nuevo….”
José Martí[1]
Suele decirse que una idea fecunda, puesta en movimiento, sigue
caminando hasta que deja de serlo. Y no hay manera mejor de comprobarlo que
los tiempos en que vivimos, cuando todo lo que ayer apenas parecía sólido se
disuelve en el aire y se intuyen, como decía el poeta Pedro de Oráa, las
destrucciones por el horizonte. De esa estirpe fueron las ideas de Immanuel
Wallerstein, que asumió como objeto de su trabajo al moderno sistema mundial,
desde su formación hasta la necesidad de trascenderlo hacia otro en el que los
seres humanos pudieran ejercerse en la plenitud de sus capacidades.
Amigo y colaborador de Fernand Braudel, Wallerstein
no encara la historia desde la suma de sus eventos, sino desde las tendencias
de largo plazo de las que esos eventos son expresión, en cuanto sintetizan las
relaciones entre la diversidad de realidades que abarca un sistema complejo.
Por lo mismo, entendió que vivimos los tiempos del fin del periodo 1789-1989,
en el que tuvieron lugar el ascenso y la eventual defunción “del liberalismo
como […] geocultura- del moderno sistema mundial” durante un periodo “en que la
mayoría de las personas creía que los lemas de la Revolución francesa
reflejaban una verdad histórica inevitable, que se realizaría ahora o en un
futuro próximo.”[2]
Esta crisis estaba, está, directamente asociada a la
bancarrota del liberalismo, aquella “quintaesencia de la doctrina del centro”,
cuya postura “iba a la vez en contra de un pasado arcaico de privilegio
injustificado (que consideraban representado por la ideología conservadora ) y
una nivelación desenfrenada que no tomaba en cuenta la virtud ni el mérito (que
según ellos era representada por la ideología socialista/radical).” Para esa
doctrina, “el estado liberal -reformista, legalista y algo libertario- era el
único estado capaz de asegurar la libertad” y “garantizar un orden no
represivo”.
El éxito de tal centrismo se expresó en la hegemonía
del liberalismo entre mediados del siglo XIX y del XX, cuya influencia, al
decir de Wallerstein, fue tal que aun la estrategia de la izquierda mundial
falló principalmente por estar imbuida de la ideología liberal, “incluso en sus
variantes más declaradamente antiliberales, ‘revolucionarias’, como el
leninismo.” En esa perspectiva, no es de extrañar que ya en 1996 Wallerstein
planteara que, a partir de la bancarrota del liberalismo y el ascenso de su
singular heredero conservador, el neoliberalismo oligárquico,
La elección ya no puede presentarse como “reforma o revolución”. Esta
supuesta alternativa se ha discutido por más de un siglo, sólo para descubrir
que en la mayoría de las ocasiones los reformadores eran en el mejor de los
casos reformadores renuentes, los revolucionarios eran tan sólo ligeramente más
reformadores pero militantes, y las reformas que efectivamente se aplicaron en
conjunto lograron menos de lo que se proponían sus defensores y menos de lo que
temían sus adversarios. Éste fue en realidad el resultado necesario de las
limitaciones estructurales que nos impuso el consenso liberal dominante.
A partir de allí, era necesario era encarar a un
tiempo dos problemas. Uno, urgente, es el de atender a “los problemas continuos
y apremiantes de la vida: los problemas materiales, los problemas sociales y
culturales, los problemas morales o espirituales.” El otro, el de
entender y encarar el hecho de que las estructuras estatales que conocemos –
cuya captura y control están en el centro de la geocultura del sistema mundial
–
han llegado a ser (¿han sido siempre?) un obstáculo importante para la
transformación del sistema mundial, incluso cuando (o quizá especialmente
cuando) fueron controladas por fuerzas reformistas (que afirmaron ser fuerzas
“revolucionarias”), es lo que está detrás del vuelco general en contra del
estado en el tercer mundo, en los países antes socialistas e incluso en los
países de “estado de bienestar” de la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económico (OCDE).
Otra víctima de esta crisis, añade el autor, “es la
llamada sociedad civil, que sólo puede existir en la medida en que los estados
existan” y puedan sostenerla como un medio para “la organización de ciudadanos
dentro del marco del estado con el objeto de realizar actividades legitimadas
por el estado y para hacer política indirecta (es decir no partidaria) frente
al estado.” De este modo, la sociedad civil tuvo a su cargo la tarea de
“limitar la violencia potencialmente destructiva de y por el estado, así como
de domeñar a las clases peligrosas.” Sin embargo, “con la declinación de los
estados […] la sociedad civil se está desintegrando” en un proceso “que los
liberales contemporáneos deploran y los conservadores festejan en secreto.” Y,
con todo ello, en el plano de la geocultura liberal y sus intelectuales,
El día del ideólogo liberal seguro de sí mismo hasta la arrogancia ha
quedado atrás. Los conservadores han resurgido, después de ciento cincuenta
años de humildad autoimpuesta, para proponer como sustituto ideológico el
interés particular y despreocupado, enmascarado por misticismos y
afirmaciones piadosas.[…] Ahora toca a todos los que han quedado fuera del
actual sistema mundial empujar hacia delante en todos los frentes. Ya no tienen
como foco el objetivo fácil de tomar el poder del estado. Lo que tienen que
hacer es mucho más complicado: asegurar la creación de un nuevo sistema
histórico actuando unidos y al mismo tiempo de manera muy local y muy global.
Es difícil, pero no imposible.
Ha transcurrido casi un cuarto de siglo desde que
Wallerstein nos presentara estas ideas. Si la práctica es el criterio de la
verdad, la bancarrota del neoliberalismo oligárquico, desde el Bravo a la
Patagonia, parece confirmar su análisis de las tendencias en curso en el
sistema mundial. Y nuestra América, una vez más, va encontrando su camino al
mundo nuevo.
Panamá,
noviembre 1 de 2019
[1] “Cuentos
de Hoy y de Mañana, por Rafael Castro Palomares”. La América, Nueva
York, octubre de 1883.Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La
Habana, 1975. V:109.
[2]
Wallerstein, Immanuel: “¿Después del liberalismo?” Extracto del libro Después
del liberalismo. Siglo XXI editores, México, 1996. http://www.fhuc.unl.edu.ar/sociologia/paginas/biblioteca/archivos/Wallerstein2.doc
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