sábado, 9 de noviembre de 2019

En memoria de Immanuel Wallerstein

Amigo y colaborador de Fernand Braudel, Wallerstein no encara la historia desde la suma de sus eventos, sino desde las tendencias de largo plazo de las que esos eventos son expresión, en cuanto sintetizan las relaciones entre la diversidad de realidades que abarca un sistema complejo.

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá

 “El mundo está en tránsito violento, de un estado social a otro. En este cambio, los elementos de los pueblos se desquician y confunden; las ideas se obscurecen; se mezclan la justicia y la venganza; se exageran la acción y la reacción; hasta que luego, por la soberana potencia de la razón, que a todas las demás domina, y brota, como la aurora de la noche, de todas las tempestades de las almas, acrisólanse los confundidos elementos, disípanse las nubes del combate, y van asentándose en sus cauces las fuerzas originales del estado nuevo….”
José Martí[1]

Suele decirse que una idea fecunda, puesta en movimiento, sigue caminando hasta que deja de serlo. Y no hay manera mejor de comprobarlo que los tiempos en que vivimos, cuando todo lo que ayer apenas parecía sólido se disuelve en el aire y se intuyen, como decía el poeta Pedro de Oráa, las destrucciones por el horizonte. De esa estirpe fueron las ideas de Immanuel Wallerstein, que asumió como objeto de su trabajo al moderno sistema mundial, desde su formación hasta la necesidad de trascenderlo hacia otro en el que los seres humanos pudieran ejercerse en la plenitud de sus capacidades.

Amigo y colaborador de Fernand Braudel, Wallerstein no encara la historia desde la suma de sus eventos, sino desde las tendencias de largo plazo de las que esos eventos son expresión, en cuanto sintetizan las relaciones entre la diversidad de realidades que abarca un sistema complejo. Por lo mismo, entendió que vivimos los tiempos del fin del periodo 1789-1989, en el que tuvieron lugar el ascenso y la eventual defunción “del liberalismo como […] geocultura- del moderno sistema mundial” durante un periodo “en que la mayoría de las personas creía que los lemas de la Revolución francesa reflejaban una verdad histórica inevitable, que se realizaría ahora o en un futuro próximo.”[2]

Esta crisis estaba, está, directamente asociada a la bancarrota del liberalismo, aquella “quintaesencia de la doctrina del centro”, cuya postura “iba a la vez en contra de un pasado arcaico de privilegio injustificado (que consideraban representado por la ideología conservadora ) y una nivelación desenfrenada que no tomaba en cuenta la virtud ni el mérito (que según ellos era representada por la ideología socialista/radical).” Para esa doctrina, “el estado liberal -reformista, legalista y algo libertario- era el único estado capaz de asegurar la libertad” y “garantizar un orden no represivo”.         

El éxito de tal centrismo se expresó en la hegemonía del liberalismo entre mediados del siglo XIX y del XX, cuya influencia, al decir de Wallerstein, fue tal que aun la estrategia de la izquierda mundial falló principalmente por estar imbuida de la ideología liberal, “incluso en sus variantes más declaradamente antiliberales, ‘revolucionarias’, como el leninismo.” En esa perspectiva, no es de extrañar que ya en 1996 Wallerstein planteara que, a partir de la bancarrota del liberalismo y el ascenso de su singular heredero conservador, el neoliberalismo oligárquico,

La elección ya no puede presentarse como “reforma o revolución”. Esta supuesta alternativa se ha discutido por más de un siglo, sólo para descubrir que en la mayoría de las ocasiones los reformadores eran en el mejor de los casos reformadores renuentes, los revolucionarios eran tan sólo ligeramente más reformadores pero militantes, y las reformas que efectivamente se aplicaron en conjunto lograron menos de lo que se proponían sus defensores y menos de lo que temían sus adversarios. Éste fue en realidad el resultado necesario de las limitaciones estructurales que nos impuso el consenso liberal dominante.

A partir de allí, era necesario era encarar a un tiempo dos problemas. Uno, urgente, es el de atender a “los problemas continuos y apremiantes de la vida: los problemas materiales, los problemas sociales y culturales, los problemas  morales o espirituales.” El otro, el de entender y encarar el hecho de que las estructuras estatales que conocemos – cuya captura y control están en el centro de la geocultura del sistema mundial –  

han llegado a ser (¿han sido siempre?) un obstáculo importante para la transformación del sistema mundial, incluso cuando (o quizá especialmente cuando) fueron controladas por fuerzas reformistas (que afirmaron ser fuerzas “revolucionarias”), es lo que está detrás del vuelco general en contra del estado en el tercer mundo, en los países antes socialistas e incluso en los países de “estado de bienestar” de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).

Otra víctima de esta crisis, añade el autor, “es la llamada sociedad civil, que sólo puede existir en la medida en que los estados existan” y puedan sostenerla como un medio para “la organización de ciudadanos dentro del marco del estado con el objeto de realizar actividades legitimadas por el estado y para hacer política indirecta (es decir no partidaria) frente al estado.” De este modo, la sociedad civil tuvo a su cargo la tarea de “limitar la violencia potencialmente destructiva de y por el estado, así como de domeñar a las clases peligrosas.” Sin embargo, “con la declinación de los estados […] la sociedad civil se está desintegrando” en un proceso “que los liberales contemporáneos deploran y los conservadores festejan en secreto.” Y, con todo ello, en el plano de la geocultura liberal y sus intelectuales,

El día del ideólogo liberal seguro de sí mismo hasta la arrogancia ha quedado atrás. Los conservadores han resurgido, después de ciento cincuenta años de humildad autoimpuesta, para proponer como sustituto ideológico el interés  particular y despreocupado, enmascarado por misticismos y afirmaciones piadosas.[…] Ahora toca a todos los que han quedado fuera del actual sistema mundial empujar hacia delante en todos los frentes. Ya no tienen como foco el objetivo fácil de tomar el poder del estado. Lo que tienen que hacer es mucho más complicado: asegurar la creación de un nuevo sistema histórico actuando unidos y al mismo tiempo de manera muy local y muy global. Es difícil, pero no imposible.

Ha transcurrido casi un cuarto de siglo desde que Wallerstein nos presentara estas ideas. Si la práctica es el criterio de la verdad, la bancarrota del neoliberalismo oligárquico, desde el Bravo a la Patagonia, parece confirmar su análisis de las tendencias en curso en el sistema mundial. Y nuestra América, una vez más, va encontrando su camino al mundo nuevo.

Panamá, noviembre 1 de 2019



[1]Cuentos de Hoy y de Mañana, por Rafael Castro Palomares”. La América, Nueva York, octubre de 1883.Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. V:109.

[2] Wallerstein, Immanuel: “¿Después del liberalismo?” Extracto del libro Después del liberalismo. Siglo XXI editores, México, 1996. http://www.fhuc.unl.edu.ar/sociologia/paginas/biblioteca/archivos/Wallerstein2.doc

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