En la reafirmación de nuestra resistencia, para remontar
los efectos de las circunstancias adversas, precisamos estar en el mundo,
acceder a una amplia información y valorar, mediante el análisis de los
factores que intervienen en la realidad, la interconexión entre los sucesos de
distinto orden en el aquí y en el allá, situarlos en su presente y en sus
antecedentes históricos.
“El patio de mi casa es particular y cuando llueve se
moja como los demás”, decía una antigua ronda infantil, una más entre tantas
otras hoy olvidadas. Bajo el manto de la inocencia se ocultaba una verdad
profunda. Los acontecimientos que se producen en lugares distantes del planeta
repercuten directa o indirectamente en nuestras vidas. Haber permanecido en esta
Tierra por muchos años ha dejado en mi memoria el registro de un proceso
histórico signado por la aceleración de los cambios y por el acrecentamiento de
la violencia que se manifiesta de diversas maneras.
Con la derrota del fascismo al término de la Segunda
Guerra Mundial se aspiraba a lograr un tiempo de paz. Las ideas que alentaron
el nazismo concitaban el repudio general. Innombrable, el término parecía
borrado de los diccionarios. Quedaba pendiente la eliminación del dominio
colonial. Aumentó el número de Estados en las Naciones Unidas, aunque muchos de
ellos disponían de soberanía limitada por la persistente subordinación
económica. Había corrido la sangre y numerosos líderes, como Lumumba, Ben Barka
y Amílcar Cabral, fueron apresados, torturados y asesinados.
Subsiste la paz en el territorio de las potencias pero en
las zonas periféricas la guerra no ha cesado. Los pretextos apelan a la
instauración de la democracia o a la defensa de los derechos humanos. En
verdad, se trata de la lucha por el apoderamiento de materias primas valiosas.
La ciencia y la tecnología contribuyen a producir armas cada vez más
sofisticadas. El arsenal atómico alcanza cifras peligrosas y los artefactos
inteligentes protegen las vidas de los agresores y amenazan poblaciones civiles
inermes. La acción bélica induce emigraciones masivas en precarias condiciones,
causantes de la muerte de incontable número de personas. Con ello, renace el
racismo y cobran fuerza tendencias fascistas que parecían enterradas para
siempre. Olvidamos con frecuencia que el nombrado Oriente Medio fue cuna de la
llamada civilización occidental. Allí, sobre el barro, nació la escritura
cuneiforme, se establecieron las bases del derecho y se contaron las historias
de Las mil y una noches. Mediante la literatura, la narradora escapó a la
muerte.
La violencia se ejerce también a través de la economía
que, aceleradamente, desplaza las razones de la política. La brecha entre ricos
y pobres se agiganta. No tenemos que mirar muy lejos para observar las consecuencias
del fenómeno. Se produce en la América Latina, tan cercana. Para no contribuir
al desarrollo de sus países, las grandes fortunas se refugian en paraísos
fiscales. No han transcurrido muchas décadas desde que la marea de las
reivindicaciones populares recibió el contragolpe de la implantación de
implacables dictaduras con un saldo incontable de muertos, torturados y
desaparecidos. Sobre ese dramático telón de fondo, pudo llevarse a cabo el
experimento neoliberal. Las políticas de ajuste aumentaron la distancia que
separa a ricos y pobres, eliminaron las acciones dirigidas a combatir el
desempleo, los derechos laborales, así como aquellos que garantizan el acceso a
la educación, a la salud y a la seguridad social. Por distintas vías, la
resistencia condujo a la desaparición de esos Gobiernos. Desde variadas
perspectivas, con el empleo de fórmulas reformistas, el rescate de los bienes
nacionales y una mejor distribución de las ganancias, sin socavar las bases del
capitalismo, se lograron conquistas sociales. Muchos salieron de la pobreza, la
universidad pública recibió pleno respaldo, se combatieron los residuos del
analfabetismo, se mejoró el acceso a los servicios de salud y se ofreció mejor
patrocinio a la cultura. Se estaba desafiando el poder hegemónico y la
respuesta no pudo demorar.
La violencia se implementó con la reactivación de
fórmulas tradicionales, como la latente amenaza militar, las represalias
mediante el asedio económico y el amparo a la subversión interna. A través de
los medios de comunicación se instrumentaron campañas de demonización de los
dirigentes más connotados. Contraviniendo las disposiciones del Derecho
Internacional fruto de prolongadas negociaciones, se asumió la naturalización
de la potestad de intervenir en las políticas que conciernen a la decisión
libérrima de cada país. De manera sutil, mediante la acción sobre la conciencia
individual y colectiva, se socavaron valores que parecían consagrados para
siempre. Los fundamentos de la democracia burguesa se quebrantaron. Ocurrió, de
manera evidente, en la judicialización de la política. El ejemplo más notorio,
pero no el único, es el de Luis Inácio Lula da Silva, condenado sin pruebas
para impedir su participación en comicios en los cuales todo indicaba que
habría de resultar triunfador. Víctimas de las políticas de ajuste de
inspiración neoliberal impuestas por los organismos financieros
internacionales, los pueblos empiezan a reaccionar. La batalla no habrá de ser
de un día, porque se libra también en el terreno de las ideas.
La prepotencia imperial, desconocedora de los intereses
de sus propios aliados, propone una derechización del pensamiento que evoca lo
más sombrío de un pasado que creíamos superado por la historia. Es la expresión
nítida del ejercicio de la violencia. Incorporado por los émulos del
continente, el discurso adquiere rasgos aún más grotescos. Contiene el choque
de civilizaciones, la xenofobia, el racismo, la condena a las reivindicaciones
de la mujer, a otras manifestaciones de orientación sexual. Desconoce los
estudios científicos sobre el desarrollo de la especie humana. La filosofía del
éxito impone la ley del más fuerte. En una lucha de todos contra todos exacerba
el individualismo. Bajo el manto de la modernidad, sustenta la expansión de un
consumismo depredador. So capa de anticomunismo, justifica los crímenes de las
dictaduras latinoamericanas.
Por haber seguido camino propio, por haber conquistado
plena soberanía, los cubanos hemos estado sometidos a la aplicación de todas
las formas de violencia. Día a día, el bloqueo se recrudece. En la reafirmación
de nuestra resistencia, para remontar los efectos de las circunstancias
adversas, precisamos estar en el mundo, acceder a una amplia información y
valorar, mediante el análisis de los factores que intervienen en la realidad,
la interconexión entre los sucesos de distinto orden en el aquí y en el allá,
situarlos en su presente y en sus antecedentes históricos. Solo así podemos
participar en el imprescindible combate de las ideas, entender las claves sustantivas
de la contemporaneidad y detectar las falacias ocultas en el imaginario
edificado en un mundo donde todo, incluida la política, se convierte en
espectáculo.
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