La derrota del macrismo fue humillante porque tendría que haber
sido una reelección de fácil trámite, porque perdió en primera vuelta y con una
diferencia de ocho puntos. Pero lo que más le duele al macrismo es que la
humillación que está sufriendo fue pergeñada por la persona que trataron de
destruir durante muchos años, difamándola sistemáticamente.
Luis Bruschtein / Página12
Un gobierno que no reelige después de cuatro años tiene que ser
muy malo. Sobre todo si tiene el respaldo del poder económico, del FMI, de
Washington y de los grandes medios de comunicación. Y perder en primera vuelta
por una diferencia de ocho puntos demuestra que fue una gestión todavía peor.
Lo normal es que hasta con una gestión mediocre, haya reelección. La derrota de
Mauricio Macri, con todo el respaldo de los poderes fácticos, ha sido
humillante.
El hombre que en 2015 perdió en primera vuelta y ganó en segunda
por poco más de un punto, pero fue presentado por la corporación de medios como
un triunfador olímpico, ahora que ha perdido en primera vuelta una reelección
que por lo general la sociedad concede al gobierno instalado, su derrota es
presentada por los grandes medios como “una gran elección”. Y alguno hasta
llegó a decir que fue casi “un empate técnico”.
Antes de las PASO, las encuestas mostraban que el Frente de Todos
ganaría por cuatro puntos de diferencia, y que habría segunda vuelta con muchas
posibilidades de que la ganara Macri. Mucha gente, esclavizada a la ola
conservadora por su antiperonismo, decidió en las PASO hacer un llamado de
advertencia por la desastrosa gestión de la economía. Y el resultado fue
pavoroso para el gobierno.
Macri hizo campaña. “Mauri lo da vuelta”. Pero no pudo regresar a
la situación previa a las PASO, ni siquiera pudo pasar a segunda vuelta. Con
todo el respaldo que tiene este gobierno, ha sido una derrota humillante no
importa cómo la quieran presentar.
La alegría sana, desbordante, una alegría que estuvo aguantada,
reprimida, y que ahora explotaba se vió en la cara de las cientos de miles de
personas que se acercaron al búnker del Frente de Todos a festejar. Después se
hará el recuento más fino, el balance más preocupante. Pero esa explosión de
alegría fue el saldo básico. Un chico de once años le agradecía al padre por
estar ahí: “La historia es importante, papá –muy serio-- pero más importante es
ser parte de la historia”. Chupate esa mandarina filosófica.
Esa multitud que fue calificada durante estos cuatro años como
vagos, fanáticos, choriplaneros, violentos, chorros y toda la gama de insultos
denigrantes que pueden existir, que aguantó a pie firme la discriminación, la
destrucción de sus trabajos y de sus bolsillos, del futuro de sus hijos, esa
multitud, con todo derecho, quiso festejar. Fue una alegría liberadora,
reivindicadora, enormemente reparadora. Y ojalá que dure.
La derrota del macrismo fue humillante porque tendría que haber
sido una reelección de fácil trámite, porque perdió en primera vuelta y con una
diferencia de ocho puntos. Pero lo que más le duele al macrismo es que la
humillación que está sufriendo fue pergeñada por la persona que trataron de
destruir durante muchos años, difamándola sistemáticamente.
Cristina Kirchner estuvo todas las semanas de estos cuatro años en
las tapas de los grandes medios, en los programas periodísticos centrales de
radio y televisión como protagonista de fakenews y llegó a ser citada para
declarar el mismo día en ocho causas diferentes en su contra. Se montó un gran
circo judicial para presentarla como villana. Todas querellas armadas por los
servicios de inteligencia y abiertas por funcionarios judiciales adictos al
oficialismo. Para destruirla como adversaria política, atacaron también a sus
hijos. Y la menor, Florencia, está convaleciente en Cuba en gran medida a causa
de ese ensañamiento.
A pesar de esa demoledora campaña y del injusto acoso judicial,
que no cedió en ningún momento de estos cuatro años, Cristina Kirchner pudo
consolidar un núcleo duro del 35-38 por ciento de los votos y desde allí
conformar la convocatoria de unidad del peronismo y hacia otras fuerzas no
peronistas que provocó la derrota de Macri.
Circuló en las redes que el CEO del Grupo Clarín,
Héctor Magnetto, no pudo votar porque no tenía el documento indicado. Cierto o
no, lo real es que el ejecutivo del poderoso grupo, quizás ahora el más
poderoso del país gracias al macrismo, es una de las pocas personas que vota
todos los días.
Gran parte de la sociedad no tiene demasiada idea
de la gravedad que en todo el mundo se les asignó a los Panamá Papers; gran
parte de la sociedad ha naturalizado que un presidente trate de borrar la deuda
de sus empresas con el gobierno, o que en un blanqueo incorpore por decreto a
su familia, lo que está expresamente prohibido en la ley. Pero esa parte de la
sociedad conoce hasta la saturación las causas abiertas contra Cristina
Kirchner.
Cristina Kirchner percibió que todo el poder de
fuego de sus adversarios estaba concentrado en ella y en algunos de sus
funcionarios más cercanos y tuvo la inteligencia de designar a Alberto
Fernández para encabezar la fórmula. Ella atrajo el fuego enemigo y Alberto
Fernández se dedicó a construir el Frente de Todos. El macrismo fue derrotado
por la pésima gestión económica y por esa estrategia.
El gesto de Cristina Kirchner fue de gran
generosidad, porque sabe que Alberto Fernández tiene pensamiento propio. No
nombró a un pelele, el Albertítere, como lo quiso presentar la campaña
macrista. Alberto Fernández será el presidente y ella la vice. Cada quien
deberá amoldarse a esos roles y funcionar por acuerdos que ya están seguramente
muy aceitados. Ese acuerdo será el corazón del próximo gobierno. El corazón
sobre el que apuntará el enemigo.
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