El problema
de la capacidad del marxismo para contribuir a la comprensión de la crisis
ambiental tiene sus sutilezas. Quienes se plantean la necesidad de desarrollar
un marxismo ecológico, por ejemplo, dan por supuesto que existe otro que no lo
es. A partir de allí, suele abrirse un camino a Bizancio que finalmente no
lleva a mucho más que la confirmación de sus propios prejuicios por cada una de
las partes.
Guillermo
Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
No es cierto que Marx ya
no satisface nuestras necesidades. Por el contrario, nuestras necesidades aún
no se adecúan a la utilización de las ideas de Marx.
Rosa Luxemburgo, 1903[1]
Para
Alejandro Escalera, que pregunta
La crisis
ambiental que encaramos ha renovado el debate sobre el papel del capitalismo en
el desarrollo de la especie humana. Allí afloran, una vez más, dos posturas
básicas: una afirma que el afán de la infinita acumulación de riquezas está en
la naturaleza humana, mientras la otra ve en ese afán la expresión ideológica y
moral de un momento determinado – y eventualmente pasajero - en el desarrollo
de nuestra especie. En ambos casos está en discusión nuestra capacidad para el
progreso: para unos, nos lleva por necesidad al borde de la extinción; para
otros, puede llevarnos a una circunstancia nueva, en la cual las relaciones
entre nuestra especie y su entorno natural puedan ser tan armónicas como las
que imperen entre los propios seres humanos.
Ante este
debate, adquiere renovada vigencia aquella observación de Rosa Luxemburgo, para
quien la más valiosa de las enseñanzas de Marx, “la concepción materialista
dialéctica de la historia”, nos permite “entrever un mundo totalmente nuevo”,
abre “perspectivas infinitas para el pensamiento independiente”, y ofrece a
nuestro espíritu “alas para volar audazmente hacia regiones inexploradas.” Aun
así, añadía entonces, la herencia del marxismo “salvo pocas excepciones, no ha
sido aprovechada”, y
Esta arma nueva y espléndida se herrumbra por falta
de uso; la teoría del materialismo histórico está tan incompleta y fragmentaria
como nos la dejaron sus creadores cuando la formularon por primera vez. No puede
afirmarse, pues, que la rigidez y el acabado de la estructura marxista sean la
explicación de que sus herederos no hayan proseguido la edificación.
Es en esta
perspectiva, el problema de la capacidad del marxismo para contribuir a la
comprensión de la crisis ambiental tiene sus sutilezas. Quienes se plantean la
necesidad de desarrollar un marxismo ecológico, por ejemplo, dan por supuesto
que existe otro que no lo es. A partir de allí, suele abrirse un camino a
Bizancio que finalmente no lleva a mucho más que la confirmación de sus propios
prejuicios por cada una de las partes.
Con todo, y
siempre siguiendo a Rosa, este debate – on todas las dificultades que le son
propias, incluyendo la de considerar al marxismo como un depósito de la fe[2]-, expresa
también aquel proceso mediante el cual “cada época forma su
propio material humano”, de modo que “si un periodo realmente exige exponentes
teóricos, el periodo mismo creará las fuerzas necesarias para la satisfacción
de esa exigencia.” En ese sentido, si la crisis ambiental plantea
problemas que demandan internarse “en el tesoro del pensamiento de Marx para
extraer y utilizar nuevos fragmentos de su doctrina”, eso debe hacerse
recordando que “nuestro movimiento, como todas las empresas de la vida real, tiende
a seguir las viejas rutinas del pensamiento, y aferrarse a principios que han
dejado de ser válidos,”, con lo cual “la utilización teórica del sistema
marxista avanza muy lentamente.”
Así las
cosas, conviene preguntarse por la capacidad del marxismo para articular en su
visión del mundo y la historia los distintos saberes del pensamiento ambiental
contemporáneo. En este caso, esa visión está referida a una totalidad – que
usualmente llamamos “naturaleza”-, en cuyo seno nos hemos formado y
desarrollado como una especie que no se limita a utilizar su entorno, sino que
lo transforma mediante procesos de trabajo socialmente organizados.
Al respecto, cabe recordar que la obra de los fundadores del marxismo
desarrolla de manera constante el principio que ambos formularan en 1846,
en La Ideología Alemana:
Conocemos sólo una ciencia, la ciencia de la
historia. Se puede enfocar la historia desde dos ángulos, se puede dividirla en
historia de la naturaleza e historia de los hombres. Sin embargo, las dos son
inseparables: mientras existan los hombres, la historia de la naturaleza y la
historia de los hombres se condicionan mutuamente.
Ese
principio, en efecto, está presente en el análisis de problemas que van desde
lo relativo al metabolismo sociedad -naturaleza en El Capital , hasta la
exploración del papel del trabajo en la formación y desarrollo de la especie
humana, y el de la relación entre la naturaleza y el trabajo en la producción
de la riqueza social.
Dentro de
la visión así articulada, el ambiente expresa en sus paisajes el contenido
social y tecnológico de la sociedad que lo produjo, tanto en el sentido en que
Pierre Gourou se refería a ellos como una síntesis entre las “técnicas de
producción” y las “técnicas de encuadramiento” social o, según lo veía Carl
Sauer, como el producto de la intersección entre los hábitos y el hábitat de
cada agrupamiento humano. Aun así, cada modo de producción genera paisajes muy
diversos en las diversas sociedades que participan en su desarrollo. Aquí
adquiere especial importancia la categoría de formación económico – social, que
nos advierte que
En todas las formas de sociedad existe una
determinada producción que asigna a todas las otras su correspondiente rango de
influencia, y cuyas relaciones por lo tanto aseguran a todas las otras el rango
y la influencia. Es una iluminación general en la que se bañan todos los
colores y [que] modifica las particularidades de éstos. Es como un éter
particular que determina el peso específico de todas las formas de existencia
que allí toman relieve.[3]
Lo
esencial, aquí, está en acotar históricamente el debate sobre la crisis
ambiental como expresión de las formas de relación con el entorno natural que
sostienen el desarrollo del capitalismo a escala mundial. El proceso de
globalización, en efecto, no ha eliminado ni las clases sociales ni la lucha de
clases como factores de primer orden en la producción de su ambiente por los
humanos. Ambas gozan de buena – o mala – salud, a una escala y con una formas
que no podremos comprender mientras no las estudiemos en lo que han venido a
ser.
Por lo
mismo, ninguna combinación de palabras podrá obviar el hecho de que si deseamos
un ambiente distinto tendremos que crear una sociedad diferente. Tal es, en lo
más breve, la forma en que se expresa la contradicción entre el capitalismo y
el socialismo – así, sin más - en esta etapa de la historia de nuestra especie.
Panamá, 22 de mayo de 2018
NOTAS
[1] “Estancamiento y
progreso del marxismo”. https://www.marxists.org/espanol/luxem/03Estancamientoyprogresodelmarxismo_0.pdf Todas las referencias al pensamiento de
Rosa Luxemburgo en este artículo provienen de ese texto.
[2] El depósito
de la fe es “el tesoro de la Revelación contenido en la Sagrada Escritura y en
la Tradición, que fue
confiado por Dios a su Iglesia para que, con la asistencia del Espíritu Santo,
lo conserve y lo transmita y anuncie a los hombres, como fuente de toda verdad
salvadora y de toda norma de conducta.” El depósito “se caracteriza por la
inmutabilidad del dogma y el desarrollo homogéneo de la doctrina de la fe.”, el
cual “ha sido encomendado únicamente al magisterio
vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en nombre de
Jesucristo.” Lexicon Canonicum. http://www.lexicon-canonicum.org/materias/derecho-del-munus-docendi/deposito-de-la-fe/
[3] Marx, Karl: Elemento
Fundamentales para la Crítica de la Economía Política (Grundrisse) 1857 – 1858.
I. Siglo XXI Editores, México, 2007 (1971). I, 27 - 28.
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