Más allá del desastre de los últimos gobiernos, ha quedado al desnudo un Estado incapaz de garantizar el bien común. ¿Qué explica esto?
Mario Sosa / Para Con Nuestro América
Desde Ciudad de
Guatemala
Investigaciones
históricas y recientes, incluidas aquellas de carácter criminal, han demostrado
cómo el Estado guatemalteco es controlado por un conjunto de elites cuya
extracción principal corresponde a la clase social dominante. Aun con sus
contradicciones y pugnas internas que emergen en momentos electorales y de
disputa por los negocios en, con y desde el aparato estatal, dicha clase social
–como expresión ínfima y supeditada al
capital global y al poder imperial que nos corresponde geopolíticamente– ha tenido
la capacidad para configurar los cimientos y el curso económico, ideológico y
político del Estado.
La gestión continua del
Estado la realiza a través de sus estructuras para-empresariales, como el CACIF
como su principal partido político, cámaras empresariales, fundaciones y medios
de difusión masiva, de representaciones permanentes en organismos del Estado
y operadores políticos en partidos,
medios de comunicación y organismos estatales como la Corte de
Constitucionalidad, la Corte Suprema de Justicia, el Congreso y el gobierno
nacional. Un ejemplo de lo anterior es el control que mantienen sobre el
sistema de partidos políticos, a través de diversos mecanismos legales (ser
dueños de partidos y/o financiarlos legalmente) e ilegales (como el
financiamiento electoral ilícito), ideológicos (siendo que la mayoría abrazan
las ideas dominantes, entre estas aquellas proclives al interés de la clase
dominante) y económicos a través de jugosas comisiones por la aprobación de
leyes, políticas y obras concesionadas.
Son estos los ámbitos,
mecanismos y dispositivos con los cuales mantienen la orientación fundamental
en el aparato de Estado. Esto significa que la institucionalidad, leyes y políticas les garanticen niveles de
acumulación de capital sostenidos, a través de instituir bajos salarios, impuestos mínimos, aranceles
favorables; mantenimiento de políticas monetarias, cambiarias y crediticias
convenientes; apertura y facilitación de nuevas fuentes de riqueza, tales como:
concesiones mineras y uso de fuentes de agua sin mayor costo, la concesión de
obras y servicios públicos; solo para citar algunos ejemplos.
Esto explica el
ordenamiento principal de las fuerzas que hacen parte del bloque en el poder,
“fuera” y “dentro” del aparato de Estado. Un bloque en el poder que también
articula otros intereses complementarios. Por ejemplo, los intentos por
legislar a favor de reducir penas o suspender procesos judiciales contra
empresarios y operadores políticos y militares del régimen, a favor del
transfuguismo partidario, etc. Esto y más, supeditando las demandas de
justicia, democracia e inclusión social que beneficien a segmentos mayoritarios
como el campesinado, las comunidades rurales, los trabajadores de la ciudad, la
juventud.
De esta manera la clase
dominante ha construido un Estado que privilegia sus intereses económicos,
excluye lo social, captura la política y se opone a todo cambio que signifique
un ápice de democratización. Es decir, un Estado alejado completamente del bien
común, impugnado históricamente y con crisis recurrentes.
No obstante la incapacidad y la política conservadora
de la gestión gubernamental, el carácter del Estado
guatemalteco explica hechos recientes como 1) el
asesinato de 41 niñas del hogar seguro,
quienes por su situación de vulnerabilidad debían ser protegidas, pero, por el
contrario, las condiciones de la institucionalidad estatal fueron la condición
para que ocurriera dicho crimen; 2) la incapacidad institucional, burocrática y
presupuestaria para evacuar a tiempo las comunidades afectadas por la erupción
del volcán de Fuego; 3) el asesinato de luchadores sociales y de defensores de derechos humanos cuyos antecedentes
inmediatos son los discursos de odio de los presidentes de la república y del
Congreso, la inacción oficiosa de los organismos de seguridad e investigación
criminal, la política de criminalización de la protesta social y la
permisividad respecto a la existencia de aparatos de represión desde los
ámbitos empresarial y propiamente estatal, y 4) el mantenimiento de un pacto de
corruptos que opera en el Congreso de la República y que actúa para legislar a
favor de la impunidad en materia de crímenes de lesa humanidad, corrupción y
criminalidad política.
Siendo estos los signos de un
Estado al desnudo, un cambio de gobierno no resuelve el problema fundamental.
La solución principal se encuentra en la transformación profunda del Estado
guatemalteco.
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