Creer en la
palabra de Estados Unidos es muy riesgoso pero no hay otro camino viable para
Corea del Norte y Estados Unidos que la diplomacia. Se inicia un largo y
escabroso proceso, siempre mejor que el fuego nuclear.
Ángel Guerra Cabrera / LA JORNADA
La cumbre
coreano-estadunidense de Singapur parece significar un importante jalón hacia
la distención y la paz en la península coreana. El solo hecho de que haya
iniciado un diálogo fluido entre los jefes de Estado de los dos archienemigos,
el acuerdo alcanzado entre ellos también constituye un gran paso de distención
en el este de Asia y para el resto del planeta, pues ningún país, no importa
cuán lejano se encuentre del conflicto, podría escapar a los terribles efectos
de una guerra nuclear.
Desde
luego, si esta cumbre pudo celebrarse y reencarrilar, tal vez por un buen
tiempo, la deriva fatídica a la que parecía encaminarse el diferendo entre
Washington y Pyongyang, se debe en primer lugar a la recomposición geopolítica
que vive el mundo. Ya no existe más aquella hegemonía de Estados Unidos que
parecía incontestable hace poco menos de tres décadas. Es más, la alianza
occidental surgida después de la Segunda Guerra Mundial se resquebraja por
fallas tectónicas ya inocultables. De ello son ejemplos la brutal guerra
comercial de Estados Unidos contra Rusia, China, la Unión Europea, Canadá y
México y el sensacional derrumbe del G-7 en su reciente cumbre de Canadá.
En
contraste, paralelamente se desarrollaba en Qingdao, China, una pujante cumbre
de la Organización de Cooperación de Shanghai, que agrupa a Rusia, China,
India, Irán, Pakistán y Afganistán, a la mayoría de países asiáticos del
espacio ex soviético y hasta 23 naciones en las distintas formas de membresía.
Ella era el marco de un nuevo encuentro entre Xi Jing Ping y Vladimir Putin,
que adoptó importantes acuerdos entre las dos potencias, cuya alianza se
profundiza más cada día.
Precisamente,
Pekín y Moscú han desempeñado un papel decisivo, junto a Pyonyang y Seúl, en la
configuración de un escenario favorable para que se concretara la cita en
Singapur de Kim Yong-un y Donald Trump. Debe subrayarse el lúcido y
perseverante protagonismo de Moon Jae-in, presidente de Corea del Sur, para que
pudiera celebrarse esta cumbre. Por su parte, Kim demostró saber sacarle
provecho a la carta nuclear para forzar a Trump a dialogar, tal vez con excesos
retóricos en determinados momentos, pero una bien concebida estrategia,
combinada con indudable flexibilidad táctica, que le permitió conseguir lo que
ha sido un anhelo de su país por décadas. Pionyang siempre pensó que el trato
directo con Washington al más alto nivel era indispensable para lograr la paz y
la prosperidad en el norte y la normalización de las relaciones con el sur. Kim
fue también capaz de llegar a la cita con un sólido espaldarazo de China, para
lo cual sostuvo dos reuniones en Pekín con Xi. Si este paso es muy favorable
para el norte de Corea, también lo es para China, que necesita de paz y
estabilidad en la península coreana. Pero no deben obviarse como premisas de
este desenlace las dos cumbres intercoreanas de este año y la histórica Declaración
de Panmunjom, simbólicamente implicó una declaración de paz entren las dos
Coreas, al proclamar que ambas cesarían todo acto hostil entre ellas y
consideraban la desnuclearización y reunificación como importantes objetivos a
lograr.
Para el
norte, la cumbre de Singapur significa también la posibilidad de recibir
importantes flujos de inversión de la otra Corea que le permitan modernizar su
economía, romper el aislamiento e insertarse en la economía mundial. Paradojas
de la política de nuestros días, del fuego y furia que recibiría Pyonyang y el
hombre-cohete acuñados por Trump hace unos meses, Kim pasó a ser objeto de los
elogios del inquilino de la Casa Blanca e invitado a visitarla. A la vez, el
estadunidense era invitado a realizar en Pionjang la segunda ronda de la
cumbre.
La
desnuclearización completa de la península coreana, garantías de seguridad para
Corea del Norte, el deseo de ambas partes de construir un régimen de paz
duradera y estable y la repatriación de los cadáveres de los estadunidenses
caídos en la guerra de Corea son puntos muy importantes acordados en Singapur.
En efecto, son muy generales y necesitan de definiciones más claras y de un
cronograma para su concreción. De eso se encargarán el secretario de Estado,
Mike Pompeo, y un alto funcionario coreano, según reza el comunicado firmado
por Kim y Trump.
Creer en la
palabra de Estados Unidos es muy riesgoso pero no hay otro camino viable para
Corea del Norte y Estados Unidos que la diplomacia. Se inicia un largo y
escabroso proceso, siempre mejor que el fuego nuclear.
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