El campo político latinoamericano contemporáneo
tiene a Venezuela y Colombia como dos polos que, como el Coloso de Rodas que
vigilaba la entrada al Mar Mediterráneo, se yerguen a la entrada de América
Latina.
Rafael Cuevas Molina/Presidente
AUNA-Costa Rica
Su
ubicación geográfica tiene un enorme valor estratégico: son al mismo tiempo
países caribeños y sudamericanos, con acceso a la cuenca del Caribe, a
Centroamérica y a la inmensa selva del amazonas, sin entrar a hablar de sus
enormes riquezas petrolíferas y de otros recursos naturales tan valiosos como
el coltán o el agua, que seguramente en un futuro no muy lejano será un recurso
más valioso que el primero.
Siendo
como son la puerta de entrada a América Latina y el Caribe, en los últimos
veinte años se han transformado en los polos opuestos del espectro ideológico
de la región. Venezuela, con su Revolución Bolivariana como punta de lanza de
los movimientos nacional-progresistas que caracterizaron los primeros años del
siglo XXI, y Colombia como piedra de toque de la política opuesta, que tiene a
los Estados Unidos como el gran titiritero que mueve a través suyo los hilos de
sus intereses en la región.
A
Venezuela, los Estados Unidos la asedian. Cada movimiento del gobierno
bolivariano, en cualquier dirección, significa una vuelta de tuerca de las
medidas punitivas que buscan aislarla y asfixiarla.
A
Colombia la tienen como su piedra de toque. La han involucrado en sus planes
para Centroamérica con el Plan Puebla Panamá y la Iniciativa Mérida, y la ponen
de ejemplo para las políticas que atañen al narcotráfico y la seguridad. Es,
también, su bastión militar con siete bases en los que se estacionan aviones
que en 15 minutos pueden sobrevolar el territorio venezolano.
Está
dominada por una casta política de extrema derecha que alcanza su culmen en la
persona de Álvaro Uribe, cuyo delfín esta a punto de alcanzar la presidencia en
el balotaje del próximo 17 de junio, puesto que las fuerzas progresistas no
alcanzan a encontrar los puntos de unión que les permita marchas unidos en esa
segunda ronda.
En
Venezuela, mientras tanto, las elecciones de hace menos de un mes afianzaron en
el poder a Nicolás Maduro y al PSUV, convirtiendo al país en el principal
obstáculo para los Estados Unidos en la región. La ofensiva norteamericana
tendrá como puntal a Colombia, y con la eventualidad, muy plausible, de que
gane el uribismo, el futuro no se avizora muy prometedor: dos polos opuestos en
las puertas de la región.
Las
amenazas contra Venezuela pasan por la Espada de Damocles de la intervención
militar que está pendiente sobre ella y cada vez parece más posible. Sería un
desbarajuste terrible para toda la región, que a nadie le conviene y, hasta
ahora, sus consecuencias en todo el entramado interamericano ha frenado los
ímpetus a veces irrefrenables de la administración Trump.
Con
el uribismo en Colombia es otro el gallo que podría cantar. Pero,
independientemente de que una intervención se produzca o no, el contrabando, el
boicot al bolívar, la infiltración de paramilitares, el asedio en cuanto foro
internacional haya continuará y se exacerbará. La tensión en aumento.
Los
dos pies del Coloso de Rodas ardiendo, enfrentándose, dando la tónica en esta
puja por hacer prevalecer el latinoamericanismo o el panamericanismo.
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