Una gruesa porción de los sectores políticos que decidieron no participar en las elecciones presidenciales del 20 de mayo estimaba que luego de esa fecha se desencadenaría una acción fulminante desde el extranjero. Se pensaba que la lucha por el poder y las contradicciones internas serían zanjadas definitivamente por la filosa espada de los intereses geopolíticos.
Leopoldo Puchi / El Universal
Sin embargo, esa acción fulminante no ha tenido lugar. Las embajadas no
han roto las relaciones diplomáticas, como se había anunciado, en algunas
oportunidades de forma oficial y en otras de manera oficiosa. Tampoco se ha
llamado a consulta a los embajadores. Ni latinoamericanos ni europeos ni de
Estados Unidos, por lo que se presume que quienes habían hablado en nombre de
esos países no estaban autorizados o no
actuaban con la suficiente seriedad que estos casos ameritan.
A estas circunstancias se le suman otros eventos que han hecho, en su
conjunto, que la intervención extranjera tienda a perder el ritmo acelerado que
se había previsto y que ya no tenga la misma fuerza que tuvo antes de las
elecciones como alternativa estratégica frente a la participación en el proceso
electoral. La intervención resultó ser un espejismo.
Es indudable que también algunas iniciativas como las del Grupo Boston
al promover la excarcelación de Joshua Holt, y la decisión tomada por el
presidente Nicolás Maduro de liberarlo, así como la visita del senador Bob
Corker a Venezuela, han contribuido a generar un nuevo momento de reflexión.
Del mismo modo, la lectura que se le ha dado a lo acontecido en la
última reunión de la Asamblea General de
la Organización de Estados Americanos, por parte de muy importantes
funcionarios de Washington, apunta en la dirección de una reevaluación de los
procedimientos utilizados.
Se considera que el esfuerzo desplegado en los días previos a la reunión
con la presencia directa del Vicepresidente de ese país, Mike Vence, y de su
secretario de Estado, Mike Pompeo, no alcanzó los frutos esperados, lo que ha
generado una decepción ya que las promesas del senador Marco Rubio sobre el
número de votos no se concretaron.
Por lo demás, se tuvo que recurrir a larguísimas conversaciones
disuasivas, como sucedió con el canciller dominicano Miguel Vargas. Y, en el
caso de Barbados, el embajador de ese país en la OEA votó contra las
instrucciones de su primer ministro. Una serie de micro episodios rocambolescos
que han dejado un mal sabor en el Departamento de Estado.
Por supuesto, las sanciones financieras se mantendrán y seguramente
vendrán otras, aunque se han descartado las petroleras, como consecuencia de
las nuevas circunstancias señaladas.
Pero hay una desaceleración y se ha abierto una pequeña rendija que es útil
para replantear una nueva negociación que pudiera ser promovida con prudencia
por la Unión Europea y el Vaticano y en la que participarían los diferentes
factores de la oposición, el Gobierno venezolano y Estados Unidos. No hay
porqué renunciar al camino del diálogo.
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