En estos días de algarabía compartida en la FIFA por la designación de los tres países sedes del Mundial 2026, unos 2.000 menores que cruzaron la frontera de EE.UU. y México fueron separados de sus familias en apenas seis semanas. Se les aplicó la política de “tolerancia cero” del gobierno reaccionario de Donald Trump.
Gustavo Veiga / Página12
"El otro muro", ilustración de Hernández (LA JORNADA) |
El
fútbol tiene una formidable capacidad de persuasión porque mueve miles de
millones en divisas. Está preparado para conseguir o disimular lo que muchas
veces la política no puede. Incluso es un arma disuasiva y no un arma de
destrucción masiva. Ciertas relaciones diplomáticas lo confirman. El canciller
mexicano Luis Videgaray lo ratificó con su doble discurso e hipocresía. Hace
una semana publicó un tuit sobre la elección del Mundial 2026. Se felicitaba de
“un buen trabajo en equipo” entre las naciones que ganaron la candidatura:
EE.UU., Canadá y México. “El fútbol nos une”, escribió.
Es el
mismo funcionario que aplaudió ese logro de la diplomacia deportiva y en
representación de su país, cuestiona las violaciones a los derechos humanos de
Estados Unidos. O sea, convalida la reciente adjudicación del evento de mayor
audiencia planetaria aun cuando lo organizará con un vecino que detiene,
expulsa o separa familias enteras de migrantes mexicanos, como si ése fuera un
pequeño detalle. La Copa Mundial es un colosal negocio que le hace olvidar lo
que hoy cuestiona en otros foros: “la política cruel e inhumana” del
imperialismo norteamericano.
En
estos días de algarabía compartida en la FIFA por la designación de los tres
países sedes del Mundial 2026, unos 2.000 menores que cruzaron la frontera de
EE.UU. y México fueron separados de sus familias en apenas seis semanas. Se les
aplicó la política de “tolerancia cero” del gobierno reaccionario de Donald
Trump.
Videgaray
acaba de decir también: “No podemos ser indiferentes ante un hecho que
claramente representa una violación de los derechos humanos”. Pero no hizo la
más mínima insinuación de rechazo a compartir la sede de la Copa Mundial de la
FIFA programada para dentro de ocho años. Tal vez porque considere que es una
razón de Estado. O porque un torneo que promete generar 14 mil millones de
dólares no puede equipararse con las tribulaciones que viven a diario miles de
mexicanos que cruzan las fronteras hacia el norte.
Lo
que torna más incomprensible el doble racero de México pare relacionarse con el
gobierno de Trump, es que el Mundial de 2026 le deparará apenas 10 partidos de
los 80 que fija el calendario, la misma cantidad que a Canadá. El mayor negocio
le espera a Estados Unidos. Recibirá los 60 restantes. Es muy probable que
miles de mexicanos vean la Copa dentro de ocho años desde una cárcel para
extranjeros muy cerca del muro que EE.UU. levanta en la frontera.
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