sábado, 30 de junio de 2018

Argentina: Cuánta razón tenía Enrique Santos Discépolo, hoy más que nunca: Cambalache

Macri ganó las elecciones por escaso margen en 2015, con la ayuda de todos los medios, los conglomerados económicos y el imperio del norte. Y a partir de entonces, comenzamos a vivir una pesadilla. Pesadilla porque la mentira fue la constante manera de comunicarse con la sociedad.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina

Si hay un tango que ha recorrido el mundo e identifica nuestras horrorosas y absurdas contradicciones, es “Cambalache”. El sensible y talentoso “Discepolín”, sufrido poeta militante de las causas populares, desnudó en su obra las mezquindades que la explotadora sociedad opulenta de su tiempo, hacía padecer a los pobres laburantes.

Este tango surge en plena “Década infame”, en 1935, y sintetiza el panorama sombrío que vivía la sociedad argentina, cuando vergonzosamente quedamos atados al imperio inglés, con el tratado Roca-Runciman.

“Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé, en el quinientos seis y en el dos mil también”, ponía en boca de los cantores, frases que luego serían parte del inconsciente colectivo del argentino común; letra a la que volvemos con nostalgia en las épocas duras.

Vale la pena recordar y – aunque sabemos que los hechos históricos no se repitan, pero los ciclos parecen calcados, porque el presidente Agustín P. Justo de aquellos años, había accedido al poder a través de unas elecciones fraudulentas, luego de la crisis de 1929 y del golpe militar emergente del año siguiente.

Macri ganó las elecciones por escaso margen en 2015, con la ayuda de todos los medios, los conglomerados económicos y el imperio del norte. Y a partir de entonces, comenzamos a vivir una pesadilla. Pesadilla porque la mentira fue la constante manera de comunicarse con la sociedad.

Pero… ¿por qué hablamos de Cambalache? porque cuando fue escrito ese tango inmortal, la mishiadura que impuso el pacto con los ingleses fue tan grave como el acuerdo firmado en estos días con el FMI, que dejará prisionera a varias generaciones, mientras ellos, los que gobiernan ni preocupan por sacar la plata afuera, porque ya la tienen en los paraísos fiscales.

Pero no sólo es eso, este 25 de junio quedó paralizado el país por un paro masivo ordenado por la CGT, las dos CTA y varios gremios más: no circularon colectivos, ni subterráneos ni despegaron ni llegaron aviones, no hubo bancos y, el que funge de presidente, con sonrisa adolescente, decía desde la Casa Rosada en su cuenta en Instagram: “Acá se trabaja”, mientras los custodios impávidos observaban la escena. Para continuar el mensaje (tal vez dirigidos a los remolones dirigentes de la CGT o a ese ente anónimo y virtual al que parece mirar), diciendo respecto del paro “no contribuyen en nada, no suman, yo no veo que haya habido un gobierno en décadas con tanta preocupación por el empleo y el trabajador y por generar nuevas oportunidades.”

Exhortación que siembra más dudas que certezas: “¡Qué falta de respeto qué atropello a la razón! – se anticipaba la certera letra de tango hace más de 80 años – como si prolongara aquel convulsionado siglo XX al siguiente, donde vislumbró ver llorar la Biblia junto al calefón.

El grotesco criollo, género en que descolló en sufrido poeta, hizo una lectura exhaustiva de los padecimientos de la sociedad, mientras la oligarquía vacuna “tiraba manteca al techo”. De allí esa sentencia: “Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclao la vida.”

La persistencia de los ciclos en la semicolonia, repiten los excesos cambiando de rostros, pero extendiéndose peligrosamente dado los tremendos recursos materiales y tecnológicos con que cuentan para doblegar conciencias, al extremo que el que nunca trabajó, provoca con un: acá trabajamos. Sería excelente ocurrencia o chiste de café sino tuviéramos en cuenta la desgarradora situación por la que pasan millones de argentinos que no logran llegar a fin de mes, son auxiliados por comedores comunitarios o se apagan de tristeza, en el país de la comida. En donde cualquier distracción como el Mundial de Rusia, es aprovechada para amagar una zancadilla artera, como querer tratar la reforma laboral cuando juega la selección nacional.

Sin embargo, el remesón ha sido fuerte y los flamantes ministros intentarán abrir paritarias con varios gremios, dado que los camioneros de Hugo Moyano treparon a un 25% de aumento en salarios que superan los $ 40 mil, algo así como u$s 1.400, salario demasiado elevado cuando el promedio anda alrededor de $ 15.000 y la inmensa masa de jubilados no llega a los $ 10.000. Situación que no modifica de ninguna manera el plan de lucha emprendido por los trabajadores, dispuestos a cambiar las políticas del gobierno, pero sobre todo, las obligaciones que impone el FMI.

Enrique Santos Discépolo se apagó en la víspera de la Navidad de 1951, luego de presenciar y colaborar con el aplastante triunfo de la reelección de Perón en aquel año agitado, en que un golpe militar encabezado por el General Menéndez intentó desplazarlo. Enrique se privó de ver el bombardeo de la Plaza de Mayo en 1955 ni imaginó la represión gorila que vino después. Tampoco todas las vueltas de la vida política que desembocaron en este cambalache actual. Vaya nuestro sentido homenaje al inolvidable compañero que desde la pluma nos dio tanta letra para alejar a la desesperanza, esperando que el frío invierno nos deje una Navidad más promisoria.[1]



[1] Mi agradecimiento especial a Norberto Galasso por su Discépolo y su época, Buenos Aires, Ed. Corregidor, 2004.

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