Macri ganó las
elecciones por escaso margen en 2015, con la ayuda de todos los medios, los
conglomerados económicos y el imperio del norte. Y a partir de entonces,
comenzamos a vivir una pesadilla. Pesadilla porque la mentira fue la constante
manera de comunicarse con la sociedad.
Roberto
Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde
Mendoza, Argentina
Si hay un tango que ha
recorrido el mundo e identifica nuestras horrorosas y absurdas contradicciones,
es “Cambalache”. El sensible y talentoso “Discepolín”, sufrido poeta militante
de las causas populares, desnudó en su obra las mezquindades que la explotadora
sociedad opulenta de su tiempo, hacía padecer a los pobres laburantes.
Este tango surge en
plena “Década infame”, en 1935, y sintetiza el panorama sombrío que vivía la
sociedad argentina, cuando vergonzosamente quedamos atados al imperio inglés,
con el tratado Roca-Runciman.
“Que el mundo fue y
será una porquería, ya lo sé, en el quinientos seis y en el dos mil también”,
ponía en boca de los cantores, frases que luego serían parte del inconsciente
colectivo del argentino común; letra a la que volvemos con nostalgia en las
épocas duras.
Vale la pena recordar y
– aunque sabemos que los hechos históricos no se repitan, pero los ciclos
parecen calcados, porque el presidente Agustín P. Justo de aquellos años, había
accedido al poder a través de unas elecciones fraudulentas, luego de la crisis
de 1929 y del golpe militar emergente del año siguiente.
Macri ganó las
elecciones por escaso margen en 2015, con la ayuda de todos los medios, los
conglomerados económicos y el imperio del norte. Y a partir de entonces,
comenzamos a vivir una pesadilla. Pesadilla porque la mentira fue la constante
manera de comunicarse con la sociedad.
Pero… ¿por qué hablamos
de Cambalache? porque cuando fue escrito ese tango inmortal, la mishiadura que
impuso el pacto con los ingleses fue tan grave como el acuerdo firmado en estos
días con el FMI, que dejará prisionera a varias generaciones, mientras ellos,
los que gobiernan ni preocupan por sacar la plata afuera, porque ya la tienen
en los paraísos fiscales.
Pero no sólo es eso,
este 25 de junio quedó paralizado el país por un paro masivo ordenado por la
CGT, las dos CTA y varios gremios más: no circularon colectivos, ni
subterráneos ni despegaron ni llegaron aviones, no hubo bancos y, el que funge
de presidente, con sonrisa adolescente, decía desde la Casa Rosada en su cuenta
en Instagram: “Acá se trabaja”, mientras los custodios impávidos observaban la
escena. Para continuar el mensaje (tal vez dirigidos a los remolones dirigentes
de la CGT o a ese ente anónimo y virtual al que parece mirar), diciendo
respecto del paro “no contribuyen en nada, no suman, yo no veo que haya habido
un gobierno en décadas con tanta preocupación por el empleo y el trabajador y por
generar nuevas oportunidades.”
Exhortación que siembra
más dudas que certezas: “¡Qué falta de respeto qué atropello a la razón! – se
anticipaba la certera letra de tango hace más de 80 años – como si prolongara
aquel convulsionado siglo XX al siguiente, donde vislumbró ver llorar la Biblia
junto al calefón.
El grotesco criollo,
género en que descolló en sufrido poeta, hizo una lectura exhaustiva de los
padecimientos de la sociedad, mientras la oligarquía vacuna “tiraba manteca al
techo”. De allí esa sentencia: “Igual que en la vidriera irrespetuosa de los
cambalaches se ha mezclao la vida.”
La persistencia de los
ciclos en la semicolonia, repiten los excesos cambiando de rostros, pero
extendiéndose peligrosamente dado los tremendos recursos materiales y
tecnológicos con que cuentan para doblegar conciencias, al extremo que el que
nunca trabajó, provoca con un: acá trabajamos. Sería excelente ocurrencia o
chiste de café sino tuviéramos en cuenta la desgarradora situación por la que
pasan millones de argentinos que no logran llegar a fin de mes, son auxiliados
por comedores comunitarios o se apagan de tristeza, en el país de la comida. En
donde cualquier distracción como el Mundial de Rusia, es aprovechada para
amagar una zancadilla artera, como querer tratar la reforma laboral cuando
juega la selección nacional.
Sin embargo, el remesón
ha sido fuerte y los flamantes ministros intentarán abrir paritarias con varios
gremios, dado que los camioneros de Hugo Moyano treparon a un 25% de aumento en
salarios que superan los $ 40 mil, algo así como u$s 1.400, salario demasiado
elevado cuando el promedio anda alrededor de $ 15.000 y la inmensa masa de
jubilados no llega a los $ 10.000. Situación que no modifica de ninguna manera
el plan de lucha emprendido por los trabajadores, dispuestos a cambiar las
políticas del gobierno, pero sobre todo, las obligaciones que impone el FMI.
Enrique Santos
Discépolo se apagó en la víspera de la Navidad de 1951, luego de presenciar y
colaborar con el aplastante triunfo de la reelección de Perón en aquel año
agitado, en que un golpe militar encabezado por el General Menéndez intentó
desplazarlo. Enrique se privó de ver el bombardeo de la Plaza de Mayo en 1955
ni imaginó la represión gorila que vino después. Tampoco todas las vueltas de
la vida política que desembocaron en este cambalache actual. Vaya nuestro
sentido homenaje al inolvidable compañero que desde la pluma nos dio tanta
letra para alejar a la desesperanza, esperando que el frío invierno nos deje
una Navidad más promisoria.[1]
[1] Mi agradecimiento especial
a Norberto Galasso por su Discépolo y su
época, Buenos Aires, Ed. Corregidor, 2004.
No hay comentarios:
Publicar un comentario