El “realismo” de las mentiras y su propagación impune no es más que otra modalidad narrativa inventada, exprofeso, para evangelizar audiencias bajo la tesis resignada de que “así es el mundo”, “así son las cosas”, es crudo y nada cambiará… y hay que hacerse cínicos porque eso queda “nice”. Está de moda.
Fernando
Buen Abad / Rebelion
“Nuestra historia está dominada por lo falso”
(U. Eco)
Tapizada como
está nuestra Historia con mentiras de todo tipo, vivimos una fase del engaño
que mutó también mediáticamente hacia lo que parece un nuevo “callejón
-ideológico- sin salida”. Sin dejar de ser un gran negocio. Una nueva-vieja
mercancía de la propaganda dominante disfrazada de “filosofía” para incautos,
nos ha convertido en consumidores voraces de falsedades para enseñarnos a
admirar nuestro despojo y explotación como obra “maestra” de un sistema cuyo
sentido no se limita a producir pobres sino, también, seres engañados y dóciles.
Le llaman
“pos-verdad” a la “plus-mentira” y a la lógica de un sistema de mentiras,
actualizado, bajo reglas que el “consumidor” desconoce -relativamente- pero que
acepta bajo las fórmulas largamente ensayadas con los parámetros del modo de
“comunicación” predominante. Se trata de “la edad de las mentiras” de “gran
calidad” y con no pocas pautas para que cierto pensamiento (y gusto) afiancen
simpatías, coincidencias y placeres derivados de las falacias. La estética de
lo falso.
Es el camino
que encontró la ideología de la clase dominante para darse sobrevida. Ya no
saben qué inventar. Han manoseado todos los recursos “filosóficos” que
prohijaron y hoy no tienen cosa significativa que proponer porque queda en
claro que no tienen futuro. Entonces mienten con todo. La ideología de la clase
dominante tiene efectos nocivos, desde sus torres de marfil mass media, aliadas
con no pocas mafias “académicas”, para idear falacias que son “consumidas” por
personas que, con no poca frecuencia, lo gozan. Muchas creen que es
indispensable sustituir la verdad con mil mentiras.
Durante mucho
tiempo la ideología burguesa ha ensayado modelos de falacias muy diversos,
incluso con gran “realismo”. Han inventado su “verdad” absoluta -y su
fatalidad- para que aceptemos como única realidad los intereses usureros del
capitalismo. Ese “realismo” burgués ha potenciado el arte de mentir, no sólo en
“agencias periodísticas” y “medios de comunicación” cómplices”, sino incluso en
documentales y campañas políticas, de “gran realismo”. Han sido líderes en el
arte de la mentira vestida de “realidad”. Con ese “gran realismo” afirmaron la
existencia de las “armas de destrucción masiva”, crearon “realidades” falaces y
nos acostumbraron a aceptar, con mansedumbre, la palabrería de las campañas
políticas como una forma necesaria del engaño. El “realismo” de las mentiras y
su propagación impune no es más que otra modalidad narrativa inventada,
exprofeso, para evangelizar audiencias bajo la tesis resignada de que “así es
el mundo”, “así son las cosas”, es crudo y nada cambiará… y hay que hacerse
cínicos porque eso queda “nice”. Está de moda.
En su
modalidad más descarnada dicen que harán lo que jamás veremos y juran no hacer
todo lo que, después, hacen para ahogarnos. Juran terminar con la “inflación”,
juran “no endeudar a los pueblos”, prometen “pobreza cero”… en el colmo de las
falacias de “campaña” enfatizan su “odio a la corrupción” para esconder sus
complicidades con los paraísos fiscales y con las mafias financiaras. Se
yerguen como adalides de la “renovación” para articular las más rancias formas
del saqueo y la explotación, mientras culpan a otros de las canalladas que
ellos mismos tienen preparadas para su “gestión”. Así ganan elecciones,
feligresías y defensores. Lo falso promovido como real.
Ese realismo
con que se desgarran las vestiduras para mentir, presenta al mundo como un
casos sobre el cual la única solución son ellos con sus mentiras, casi siempre
estrambóticas, y se las impone, cronométricamente, como la verdad publicitaria
suprema que se financia en su mundo con “rating”. Esa lógica del engaño ideada
por los laboratorios de propaganda política para resolver la trama del
capitalismo, y sus crisis, viene en capítulos de falacias. Y eso embelesa a
muchos por comodidad individualista. Mentir pasó a ser un gran negocio y
dejarse engañar un evento que no exige esfuerzo. Algunos creen ver en “las
falacias oligarcas” la escuela sacrosanta del “pragmatismo” para darle estatus
a lo que es un fraude premeditado por los farsantes que juegan al póker con
todas las cartas a su favor. Nadie se engañe, no es la realidad, es una
ficción, a veces muy forzada, barnizada con realismo narrativo. Y tiene adeptos
voluntaristas entre sus víctimas.
Y todo eso
sirve, además, para esconder la realidad de un mundo donde la industria
imperialista más importante es la fabricación de armas; para esconder las
conductas delincuenciales de no pocos negocios ilegales (cuarteles de guerra
psicológica); el tráfico de drogas, armas y personas. Una realidad a la que la
inmensa mayoría de los seres humanos está sometida por una minoría
pavorosamente armada y experta en engañar. Una realidad en la que, por otra
parte, crece el malestar, avanzan las revoluciones y hay hambre de ideas para
derrotar al capitalismo. Se moderniza un arsenal con los dispositivos
tecnológicos y psicológicos más avanzados en la ruta de reprimirnos
ideológicamente con la historia de que “todo es mentira”, de que hay que
resignarse y de que hay que disfrutarlo.
Un equipo de
guionistas disfrazados de “periodistas”, escribe para que el arte de la mentira
parezca una etapa liberadora e inevitable. Mentir a toda hora para que ya no
importe lo “real”, incluso en el círculo de los “intelectuales” burgueses
amaestrados por los monopolios de la “opinión pública”; incluso en los terrenos
académicos. La lógica de las mentiras-mercancía despliega su propio lenguaje,
en apariencia “serio”, y se hace pasar por aceptable, incluso, para sus
víctimas. La filosofía de “las falacias de mercado” recurre a cuanto simbolismo
encuentra, incluso hecho exprofeso, para que todos se traguen las mentiras y
todos las acepten a-críticamente. Pero, a la hora de cobrar, a la hora de las
ganancias, la “verdad suprema” siempre es el capitalismo. La parte más dura y
dolorosa está en las “feligresías” de la mentira atrapadas en una emboscada
descomunal y donde (contra su voluntad) aportan su cuota de complicidad para
completar la tarea mass media responsable de desfigurarlo todo con la fuerza
significativa de los intereses burgueses decididos a cambiar el orden existente
de la realidad. Y para eso, echan mano de las armas de la guerra ideológica y
de las patologías esquizofrénicas más democratizadas. Hasta que la mentira
estructural sea más verdad que la realidad objetiva, que el despojo a la clase
trabajadora y que la lucha de clases. Contra ese infierno ideológico, decía
Lenin, “la verdad es siempre revolucionaria”.
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