Duque ha rechazado los
acuerdos de paz y pudiera revertirlos y perturbar así las perspectivas de
estabilidad que se le abren a la sociedad colombiana y empañar su nueva imagen
internacional.
Leopoldo
Puchi / El Universal
La posible elección de
Iván Duque a la presidencia de Colombia representa, sin duda, un motivo de
inquietud, ya que podría afectar fuertemente las relaciones entre Caracas y
Bogotá, más allá del significado interno que esa opción simboliza. En lo esencial,
los electores colombianos no se están definiendo en referencia a Venezuela,
sino sobre cuestiones internas vinculadas al propio proceso de paz y la
orientación de las propuestas realizadas.
La actitud asumida por
Duque durante la campaña electoral ha sido muy beligerante al aludir a
Venezuela y ha adquirido compromisos que pudieran conducirlo, de ser electo, a
tensar la cuerda hasta el punto en el que no pudiera descartarse un conflicto
armado entre los dos países. Al evaluar las probabilidades de que esto ocurra
así, no se pueden ignorar sus estrechos vínculos con Álvaro Uribe, quien ya
había amenazado anteriormente con una intervención militar en Venezuela.
Duque no ha llegado al
extremo de Uribe y ha señalado que su relación con el gobierno venezolano “no
será bélica ni belicista”. Pero al mismo tiempo ha amenazado con dirigirse a la
Corte Penal Internacional para solicitar el enjuiciamiento del Jefe de Estado,
Nicolás Maduro, lo que obviamente conduciría a una ruptura de una profundidad
abismal que pudiera tener consecuencias impredecibles. Cualquier situación o
excusa mínima, serviría de detonante en una frontera caliente.
No hay que olvidar que
existe un diferendo en relación al Golfo de Venezuela y la delimitación de
áreas marinas y submarinas, y que en una parte de la élite colombiana persiste
la ambición de apoderarse de las islas de Los Monjes. En la memoria está el
episodio de la Corbeta Caldas, que al ingresar a las aguas territoriales
venezolanas generó una crisis que estuvo a punto de convertirse en
enfrentamiento armado. Con relación a este problema, Duque pudiera estar
tentado de abandonar los mecanismos pacíficos de resolución del conflicto,
previstos en tratados y acuerdos, lo que pudiera conducir a un enfrentamiento
fratricida.
Por supuesto, los
discursos electorales no hay que tomarlos al pie de la letra. El tono pugnaz de
Duque hacia Venezuela tiene mucho que ver con la competencia electoral con
Gustavo Petro. Hay un aspecto esencial que diferencia a los dos candidatos en
el plano interno: la posición asumida en relación al proceso de paz. Petro ha
respaldado la iniciativa del presidente saliente Juan Manuel Santos y es
partidario del cumplimiento de los acuerdos suscritos, lo que pudiera atraer el
apoyo de los seguidores de Sergio Fajardo y Germán Vargas Lleras.
Por su parte, Duque ha
rechazado los acuerdos de paz y pudiera revertirlos y perturbar así las
perspectivas de estabilidad que se le abren a la sociedad colombiana y empañar
su nueva imagen internacional. De modo que, tanto por su posición interna, como
por sus anuncios sobre Venezuela, de ganar el candidato del Centro Democrático
se vislumbran conflictos, en lo interno y lo externo.
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