El
que Nicaragua sea una plaza fuerte importantísima de la geoestrategia en el
hemisferio occidental está claro desde hace muchísimos años en América Latina.
Más claro y antes que nosotros lo han tenido no solo los Estados Unidos de
América sino también las potencias occidentales, que desde el siglo XIX la ven
como piedra de toque para toda política de dominación imperialista en el
hemisferio occidental.
Rafael Cuevas Molina/Presidente
AUNA-Costa Rica
A
diferencia de un país como Venezuela, en donde las apetencias se desatan sobre
todo por sus múltiples riquezas naturales, el principal interés por Nicaragua
esta dado por su ubicación geográfica y ciertas características de su
territorio, que son aptas para la construcción de un canal interoceánico
similar al construido en Panamá.
Ya en
el siglo XVI, Carlos V instruyó a los distintos gobernadores de sus bastos
dominios americanos para que buscaran lugares en donde se pudiera construir
pasos entre los dos grandes océanos, y se le envió información sobre el istmo
de Tehuantepec, en México; por lo menos dos lugares posibles para cavar un
canal en lo que hoy es Nicaragua; otro en Costa Rica y otros dos en Panamá,
además de otros pasos, que en nuestra terminología actual llamaríamos “canales
secos” en Guatemala, México y Panamá.
Esta
circunstancia ha estado siempre en la mira de los Estados Unidos, para quienes
el Caribe y Centroamérica forman parte de su espacio vital. Thomas Jefferson,
uno de los padres fundadores de los Estados Unidos decía: “hay dos centros
admirables en el mundo, Constantinopla y América Central, ¡lástima que estén en
poder de los centroamericanos y los turcos!”.
Pero
no solo de ellos. Los países imperialistas de Europa han estado siempre al
acecho. Inglaterra rondó agresivamente la región en el siglo XIX. Por un lado,
consolidó su permanencia y dominio sobre Belice, que se yergue como un vigía
sobre el mar Caribe, colinda con México, Guatemala y Honduras, y tiene una
excelente posición para controlar las rutas marítimas que puedan pasar por un
eventual canal de Nicaragua. Por otro, se apropió de la costa caribe de
Nicaragua, en donde creó la ficción de un reino mosco en alianza con el rey de
la Mosquitia, persiguiendo la empresa del canal.
Francia,
como se sabe, se embarcó en la construcción del canal de Panamá, en donde
literalmente se atascó en las tierras pantanosas de la selva, distinta a las
desérticas en donde la compañía de Lesseps había construido el canal de Suez,
lo que provocó un escándalo financiero mayúsculo en esa nación.
La
disputa por el Caribe y la América Central entre las potencias, en un contexto
de endebles naciones recién nacidas a la vida independiente, motivó la
“declaración de principios” norteamericana conocida como la Doctrina Monroe
que, en resumidas cuentas, advierte a los europeos para que mantengan sus manos
fuera de este territorio sobre el que se siente con derechos.
República
Dominicana, Cuba, la isla de La Española (con Santo Domingo y Haití) en el
Caribe, y Nicaragua y Panamá en Centroamérica fueron los puntos álgidos de su
interés. Costa Rica, en este contexto, tuvo una situación especial por ser una
especie de -como le llama el costarricense Manuel Sáenz Cordero en un artículo
que publicó en el Repertorio Americano
en 1921- territorio intercanalero, aunque también su posesión del curso fluvial
del río San Juan le confería importancia.
A
través de toda su historia, este destino marcado por la posición geográfica ha
pesado sobre Nicaragua. Como en ningún otro país, los Estados Unidos,
Inglaterra y Nicaragua han firmado tratados y pactos sobre cómo comportarse en
relación con el posible canal: el tratado Bryan-Chamorro, el tratado
Clay-Paucefotte, el tratado Clayton Bulwer.
Siempre
los Estados Unidos han reservado para sí la posibilidad de construir el canal o
de evitar que otro lo construya. Intereses, como hemos mostrado, han existido
por parte de otras potencias, incluyendo a Japón, pero todos se han retirado
con la cola entre las patas ante la agresividad de los Estados Unidos en su
patio trasero.
Hasta
que llegó China. China sabe perfectamente de esta situación, por lo que no
entró directamente como gobierno sino a través de una compañía. La potencia
emergente, la que puso los pies pesadamente en todo el continente en los
últimos veinte años no podía no estar interesada en el canal de Nicaragua y por
eso tanteó el terreno.
Y por
otro lado apareció Rusia que inauguró en abril pasado una estación satelital en
Managua, más precisamente en la laguna de Nejapa, para “controlar el
narcotráfico y estudiar los fenómenos naturales”, lo que habría provocado el
nerviosismo del Pentágono que acusa a Rusia de “estar usando Nicaragua para
crear una esfera de espionaje militar” mediante el Sistema Global de Navegación
por Satélites (Glonass), el equivalente al GPS de EE.UU.
El 19
de abril estallaron las revueltas en Managua.
Seguramente
en Nicaragua habrá un cambio de gobierno. Quien pueda llegar tendrá, como
condición sine qua non, devolverle la tranquilidad a los Estados Unidos.
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