El punto de partida para juzgar el aporte
de José Martí a la formación de una cultura ambiental latinoamericana radica en
su observación de enero de 1891, cuando planteó que no había aquí “batalla
entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la
naturaleza”.
Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Ese
planteamiento expresó el grado de madurez que había alcanzado en Martí el
universo de preocupaciones, certidumbres y esperanzas que compartió con un
amplio número de jóvenes intelectuales hispanoamericanos que se percibían a sí
mismos como modernos en la medida en que se ejercían como liberales en lo
ideológico, demócratas en lo político y patriotas en lo cultural, y aspiraban desde
allí a representar con voz propia a sus sociedades en lo que entonces era
llamado “el concierto de las naciones”.
El camino
hacia esa madurez, en lo que hace a nuestra cultura de la naturaleza, tiene
tres grandes momentos formativos. El primero corresponde al descubrimiento por
Martí de la Hispanoamérica que, tras un largo periodo de lucha por la
independencia y guerras civiles, entraba de lleno en la formación del que sería
el Estado Liberal Oligárquico, que sería la formación política dominante en la
región entre 1880 y 1930.
En este
primer momento, México le permite descubrir el mundo indígena, con cuyo sufrir
sería solidario hasta el fin de su vida, y le confirma la posibilidad de
construir una cultura propia en un mundo diverso, que resalta por ejemplo en su
elogio a El Valle de México, del pintor José María Velasco, que
recoge de manera admirable un vasto paisaje de cielos, montañas, humedales y
campos hoy devorados por la expansión urbana. Su traslado a Guatemala tras el
golpe militar de Porfirio Díaz incorpora la diversidad del paisaje natural y
social a su obra de creación literaria, como la dureza del régimen liberal de
Justo Rufino Barrios empieza a abrir paso al cuestionamiento de la necesidad de
optar entre la civilización y la barbarie, convertida en dogma liberal a partir
de la publicación del Facundo. Civilización o Barbarie, del argentino Domingo
Faustino Sarmiento, en 1845. Lo mismo podría decirse de su breve paso por
Venezuela en 1880, durante la segunda presidencia del liberal Antonio Guzmán
Blanco.
El segundo
momento de este trayecto, en el que va tomando forma la disyuntiva de 1891,
corresponde al exilio de Martí en los Estados Unidos a partir de 1881. Allí, a
lo largo de sus labores de corresponsalía para los periódicos La
América, de Nueva York; La Opinión Nacional, de Caracas y La
Nación, de Buenos Aires, entabla un diálogo hispanoamericano con la cultura
Noratlántica, y en particular con la norteamericana, en el que la cultura de la
naturaleza tuvo una presencia constante.
En la
primera fase de ese diálogo, por ejemplo, ocupa un lugar destacado el filósofo
Ralph Waldo Emerson, al que Martí dedica un extenso y bien documentado
comentario en ocasión de su fallecimiento en 1882. Allí Martí enfatiza el
espíritu de comunión con la naturaleza que anima la obra de Emerson,
enfatizando en particular una perspectiva de conocimiento en la cual, dice, las
contradicciones “no están en la naturaleza, sino en que los hombres no saben
descubrir sus analogías.”[1]
En ese
mismo año, Martí dedica otro artículo a la muerte de Charles Darwin, ya para
entonces una figura de culto en la intelectualidad liberal hispanoamericana. El
abordaje aquí es distinto. Por un lado, celebra de la manera más elogiosa a
Darwin como científico y como opositor a la esclavitud. Por otro, enfatiza el
aporte de la naturaleza americana a la formación del pensamiento científico de
Darwin; por otro,cuestiona sus limitaciones morales, que lo llevaron a no
considerar como sus iguales a los aborígenes americanos más allá de sus
diferencias de vida y cultura.
Para 1884,
su crítica de la cultura Noratlántica lo lleva a cuestionar uno de sus íconos
fundamentales, la noción de civilización, de la cual dice que
que es el nombre vulgar con que corre el estado actual del hombre
europeo, tiene derecho natural de apoderarse de la tierra ajena perteneciente a
la barbarie, que es el nombre que los que desean la tierra ajena dan al estado
actual de todo hombre que no es de Europa o de la América europea.[2]
Para
entonces, también, Martí amplía su indagación tanto en lo que se refiere al
papel de la naturaleza en el progreso, como al del impacto del progreso en la
naturaleza. En el curso de esa reflexión, nos deja una anotación de singular
interés para una historia de nuestro pensamiento ambiental: “Cuando se estudia
un acto histórico, o un acto individual”, dice,
se ve que la intervención humana en la naturaleza acelera, cambia o
detiene la obra de ésta, y que toda la historia es solamente la narración del
trabajo de ajuste, y los combates, entre la Naturaleza extrahumana y la
Naturaleza humana...[3]
No cabe
examinar aquí el detalle del proceso que conduce al tercer momento formativo de
esta vertiente del pensamiento martiano. Para 1891, ese momento ya tiene una
expresión madura y plena en el ensayo Nuestra América, en el que lo natural y
lo social se funden de una manera que traduce en términos de una categoría
política la comunión entre ambas partes que Martí saludara en Emerson. Así, al
referirse al tipo de gobierno que demandaban nuestras sociedades para conocerse
y ejercerse en la plenitud de sus capacidades para el progreso.“A lo que es,
allí donde se gobierna,” dice, “hay que atender para gobernar bien”, pues
El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el
del país. La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del
país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del
país.
Y es que, en
efecto, todo en el Estado Liberal Oligárquico – que invocaba para sí la tarea
de garantizar en nuestra América la victoria de la civilización sobre la
barbarie – demostraba que, en nuestras sociedades, “el libro importado” había
sido vencido “por el hombre natural”, que los “hombres naturales” habían
vencido “a los letrados artificiales” como había vencido el “mestizo
autóctono…al criollo exótico” dejando así en evidencia que en la América
nuestra no había - no hay - “batalla entre la civilización y la barbarie, sino
entre la falsa erudición y la naturaleza.”[4]
Sabemos que
el curso de los acontecimientos convirtió las esperanzas de la revolución
democrática martiana en la realidad del Estado Liberal Oligárquico. En ese
Estado la colonia siguió “viviendo en la República”, confirmando que el
problema de la independencia “no era el cambio de forma, sino el cambio de
espíritu”. Con todo, la obra de Martí dejó establecida, como un
desafío que a la larga resultaría imposible de salvar para sus adversarios, la
máxima sencilla que hoy define el futuro de la región toda: “Conocer es
resolver. Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento, es el único
modo de librarlo de tiranías.”[5]
Desde ese
conocer, nuestra América participa hoy en la formación de la cultura ambiental
global de nuestro tiempo a través, por ejemplo, del desarrollo de la historia
ambiental de América Latina desde la historia ambiental latinoamericana y de
una ecología política abierta a todos nuestros saberes, en diálogo constante
con los aportes de otras sociedades. Tal es, aquí, la vitalidad de nuestras
raíces afro, indo y euroamericanas, tan extraordinaria como la del tronco
surgido de ellas en la América que hacemos nuestra desde las certezas que nos
ofrece nuestra historia.
Panamá, 10 de junio de 2018
NOTAS
[1] “Emerson”. La
Opinión Nacional, Caracas, 19 de mayo de 1882. Obras Completas.
Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975. XIII, 29,
[2] “Una
distribución de diplomas en un colegio de los Estados Unidos”. La
América, Nueva York, junio de 1884. Obras Completas.
Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975. VIII, 442.
[3] “Serie de
artículos para La América”. “Artículos varios”. Obras
Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. XXIII, 44, s.f.
[4] “Nuestra
América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Obras
Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VI, 17.
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