Una amenaza más
preocupante aún se cierne sobre “el
límpido azul” de nuestro cielo, apenas iniciándose esta administración.
Considero que el segundo gobierno PAC podría pasar a la historia por haber
logrado aprobar -¿a qué precio?- un paquete tributario a imagen y semejanza de
las recetas impuestas por los organismos financieros trasnacionales.
Arnoldo Mora Rodríguez / Especial para Con Nuestra América
Es ya una idea aceptada
por el “sentido común”, como diría Gramsci, a tenor de la cual con los dos recientes y sucesivos triunfos
del PAC, Costa Rica iniciaría el siglo XXI en su historia política. Es dentro
de esta perspectiva histórica que
debemos juzgar los hechos más recientes; en concreto, aquellos que hacen referencia al legado del presidente
saliente Luis Guillermo Solís, y los desafíos que le esperan y debe asumir su
sucesor, Carlos Alvarado, proveniente de las tiendas del mismo partido,
pero que clara y ostensiblemente ha
tomado distancia de quien fue su antecesor y a cuyo gabinete perteneció.
Pienso que la historia
juzgará a Luis Guillermo, no tanto por
los kilómetros de carreteras o puentes
que no hizo, o por el tiempo perdido para tomar medidas a fin de combatir el déficit fiscal, sino
principalmente por los errores que cometió al nombrar a algunos amigos como
ministros en puestos para los cuales no estaban capacitados; como fue el caso
de Melvin Jiménez para las delicadas funciones de ministro de la Presidencia cuando, por experiencia como obispo de la Iglesia
Luterana, sólo entendía la política como servicio caritativo; o a Elizabeth
Fonseca para el Ministerio de Cultura
simplemente porque ocupaba un alto puesto en su partido. Todo lo
cual no han sido más que errores
inconcebibles en un hombre como Luis Guillermo, cuya amplia experiencia
política permitía esperar de él una mayor capacidad de discernimiento, cualidad imprescindible en un jefe de Estado. Esto por no hablar de
los escándalos de más reciente data y
que más resonancia mediática han tenido, como es lo acaecido en torno al
llamado “cementazo”, cuyas repercusiones están lejos de haberse acabado.
Estoy convencido de que
ni el presidente Solís, ni ninguno de
sus ministros ha incurrido en actos que merezcan ser calificados de corrupción;
pero Luis Guillermo deja la impresión de haber mostrado una inconcebible ingenuidad, por calificarla
de alguna manera, al confiar demasiado en supuestos “amigos” cuyas intenciones
no eran las suyas, pues el Presidente
Solís sólo pretendía acabar con el duopolio
privado del cemento. Evocar lo
anterior me resultó evidente ante el primer
escándalo que le brota como mala yerba en el jardín presidencial al
joven y recién instalado presidente Carlos Alvarado en torno al Sinart. Da la
impresión de que en las tiendas del PAC
no han aprendido la lección. Aunque esta vez mucho me temo que no se
trate de ingenuidad política, sino de cálculos e intereses electorales que se
exacerbaron en la campaña recién pasada en su dramática fase final.
Sin embargo, el
escándalo mayor en el escenario político actual se da en el campo del partido rival, el Partido
Restauración Nacional, cuyo vertiginoso
e inesperado ascenso constituyó la gran novedad de la política doméstica. Me
refiero en concreto al escándalo por
los contratos hechos por ese partido a
la empresa encuestadora OPOL. Las sospechas de
corrupción han llegado hasta el extremo de que se ha hablado de una “estructura paralela”, que hubiese servido para manejar la última y
decisiva etapa de la reciente campaña electoral. Si todo se confirmara, en este caso la
corrupción iría más allá de lo ético, pues
constituiría una amenaza real de socavar
la esencia misma de uno de los pilares
de la democracia y del Estado de derecho, como es la presunta manipulación de
la voluntad popular a fin de inducir al ciudadano a elegir presidente en base a
datos deliberadamente inflados en favor
del candidato cuyo partido financiaría dichas encuestas.
Pero juzgo que una
amenaza más preocupante aún se
cierne sobre “el límpido azul” de nuestro cielo, apenas
iniciándose esta administración. Considero que el segundo gobierno PAC,
presidido por la hermosa y mediática
pareja, los “millennials” Carlos Alvarado, periodista y politólogo, y Claudia
Dobles, brillante arquitecta, podría
pasar a la historia por haber logrado aprobar - ¿a qué precio? - un paquete
tributario a imagen y semejanza de las recetas impuestas por los organismos
financieros trasnacionales (FMI y Banco
Mundial) como conditio sine qua non, para que nuestro pequeño pero
geopolíticamente importante país sea
admitido en el “selecto” club de las economías ortodoxamente neoliberales de la
OCDE. Todo lo cual constituye el único y
real programa de gobierno, no sólo del
partido o, para ser más exactos,
coalición de partidos, que formalmente asume hoy el Poder
Ejecutivo, sino también de los partidos
que mayoritariamente conforman el Poder Legislativo.
Frente a estas
imposiciones foráneas no se respetan las
normas más elementales, tanto de nuestra Constitución Política, como del
derecho internacional, pues las exigencias de los mencionados organismos
financieros imponen las políticas
domésticas e internacionales de nuestro sumiso gobierno que hoy, quizás más que nunca, se comporta como el
traspatio del Norte imperial. Frente a esta nada confortable realidad, 1821 no
es más que una remota remembranza cuya celebración es tan sólo parte de
nuestro colorido folklore provincial. Mas todos estos cambios no se
hacen gratuitamente; tienen su precio: la paulatina pero inexorable destrucción
del mayor logro histórico de nuestro pueblo cual es la encomiable construcción del Estado Social de
Derecho; y quienes lo habrán de pagar como son los sectores medios y populares, empezando por los empleados
públicos a los que la prensa comercial viene una y otra vez calificando
despectivamente de “ burócratas” responsables del indetenible déficit
fiscal. Pero en realidad lo que se les
cobra es que son casi los únicos
trabajadores que están organizados en sindicatos; lo cual no deja de ser
un obstáculo importante para que la hegemonía del capital trasnacional opere
sin contratiempos en nuestra codiciada
nación.
A inicios del siglo
XXI, el gobierno de Costa Rica da la
impresión de no ser más que un dócil
sirviente de una Casa Blanca que se ha convertido en un putrefacto
lupanar. La única meta de nuestros “gobernantes” parece ser
la de convertirse en uno de los últimos anillos de la cadena con que el
gran capital trasnacional pretende someter a la humanidad entera. Ante
este nada halagüeño panorama, sólo cabe preguntarse: ¿Dónde están Juanito Mora y
Joaquín García Monge, Jorge Volio y Víctor Sanabria, Carmen Lyra y Manuel Mora?
Sólo hombres y mujeres como ellos serán
la única y rutilante luz que guíe a
nuestro pueblo a salir de este tenebroso túnel.
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