Estamos viendo un hartazgo social que ha capitalizado
Andrés Manuel López Obrador porque a lo largo de los últimos 18 años ha sido necio (como él
mismo se autocalifica) en señalar las injusticias y corrupciones que hemos vivido
en México durante las décadas de la
hegemonía neoliberal.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
Esta es la frase que Andrés Manuel López Obrador ha repetido en campaña
cuando todas las encuestas le dan entre 15 y 20% de ventaja en las preferencias
electorales. A diferencia de 2006 cuando a estas fechas, encuestas discutibles
declaraban un empate técnico entre AMLO y Felipe Calderón (era la antesala del
fraude electoral); a diferencia de 2012 cuando las mismas encuestadoras ponían a Enrique Peña Nieto muy por encima de
Andrés Manuel (operación de guerra psicológica que los resultados no
confirmaron), en 2018 las encuestadoras
ya no pueden “cucharear” (maquillar sus resultados) porque el puntero es
puntero debido a un fenómeno social que
va más a allá de una coyuntura electoral.
Estamos viendo un hartazgo social que ha capitalizado Andrés Manuel
porque a lo largo de los últimos 18 años ha sido necio (como él mismo se
autocalifica) en señalar las injusticias y corrupciones que hemos vivido en
México durante las décadas de la
hegemonía neoliberal. Escribo estas líneas al día siguiente del tercer debate
presidencial, celebrado en Mérida, Yucatán. Nada extraordinario ha sucedido en
el mismo. Hemos visto a un López Obrador, experto en esquivar golpes con la más
mala intención; a un José Antonio Meade que expone sus argumentos con la
precisión de un tecnócrata pero que no logra encender el ánimo con su oratoria.
Lo novedoso para mí, ha sido ver que Ricardo Anaya, “el niño maravilla”, de quien
se esperaba iba hacer añicos a AMLO con su encendida oratoria, ha aparecido
como un candidato desesperado y exasperado. Hace unas semanas, sus estrategas esperaban que haciendo un
brillante desempeño en los tres debates presidenciales, ganaría 4 puntos en
cada uno de ellos y se acercaría al empate técnico con el candidato puntero.
Nada de esto sucedió. El ambicioso joven político se ha visto mermado por la
guerra sucia por el segundo lugar que se le vino desde la campaña de Meade. El
escándalo del lavado de dinero en la compra y venta de unas bodegas
industriales, lo ha perseguido a lo
largo de toda la campaña. La última sucedió un día antes del tercer
debate: Ernesto Cordero, presidente del Senado y supuesto correligionario de
Anaya, ha presentado una demanda contra éste por presunto lavado de dinero ante
la Procuraduría General de la República. Un dardo envenenado, un puntillazo
final, puesto precisamente un día antes del tercer debate presidencial.
La campaña de Anaya, quien buscaba ser tan competitivo como para poder
convencer al PRI de activar al PRIAN (alianza neoliberal contra AMLO) como
sucedió en 2006 y 2012, ha fracasado en su objetivo. El otrora prometedor y
juvenil candidato, mostró en el debate los estragos que le han ocasionado estos
meses de fallida campaña, de mitines desangelados, de desmoralización entre sus
más cercanos seguidores y colaboradores, de ambiente de derrota. El 2 de
julio, Ricardo Anaya se enfrentará
derrotado a todos los enemigos que ha hecho dentro de su propio partido. Y
créanme ustedes, le pasarán la factura.
¿Este arroz ya se coció? Parece que sí, pero cuidado con el triunfalismo.
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